miércoles, 4 de junio de 2014

CAPITULO 224




Paula 

 —¿En tres horas? —Mantuve mis músculos relajados, aunque todo mi cuerpo quería tensarse. Estábamos perdiendo mucho tiempo, y no tenía manera de explicarle a Pedro por qué necesita acabar con esto de una vez.


¿Acabar con esto de una vez? ¿Así es como me sentía realmente al respecto? 


Tal vez no se trataba sólo de que Pedro necesitaba una coartada plausible. Tal vez tenía miedo de acobardarme si tenía demasiado tiempo para pensar en lo que íbamos a hacer.  


—Sí —dijo Pedro—. Supuse que necesitarías tiempo para conseguir un vestido y un peinado y toda esa mierda femenina. ¿Me... me equivoqué?


—No. No, está bien. Supongo que pensé que llegaríamos aquí y simplemente lo haríamos. Pero, tienes razón.


—No vamos a ir al Red, Paloma. Nos vamos a casar. Sé que no es en una iglesia, pero pensé que...


—Sí. —Sacudí la cabeza y cerré los ojos por un segundo, y luego lo miré—Sí, tienes razón. Lo siento. Voy a bajar para buscar algo blanco, y luego vuelvo aquí y me prepararé. Si no puedo encontrar algo aquí, me iré a Crystals. Hay más tiendas allí.



Pedro se acercó a mí, deteniéndose a tan sólo unos centímetros de distancia. 

Me miró durante unos instantes, el tiempo suficiente para hacerme retorcer.


—Dime —dijo en voz baja. Sin importar cuánto tratara de justificarme, él me conocía lo suficientemente bien para saber —cara de póquer o no— que le ocultaba algo.


—Creo que lo que estás percibiendo es agotamiento. No he dormido en casi veinticuatro horas.


Suspiró, me besó en la frente, y luego se fue a la nevera. Se inclinó, y luego se volvió, sosteniendo dos pequeñas latas de Red Bull. —Problema resuelto.


—Mi prometido es un genio.


Me entregó una lata y, a continuación, me tomó en sus brazos. —Me gusta eso.


—¿Qué crea que eres un genio?


—Ser tu prometido.


—¿Sí? Todavía no me acostumbro a eso. Te llamaré de una manera diferente en tres horas.


—Me va a gustar aún más el nuevo nombre.


Sonreí, viendo a Pedro abrir la puerta del baño. 

—Mientras encuentras un vestido, me voy a tomar otra ducha, afeitarme, y luego tratar de encontrar algo que ponerme.


—¿Así que no estarás aquí cuando vuelva? 

—¿Quieres que esté? Es en la capilla Graceland, ¿verdad? Pensé que simplemente nos encontraríamos allí.


—Va a ser bastante lindo vernos mutuamente en la capilla, justo antes de hacerlo, vestida y lista para caminar por el pasillo. 

—¿Vas a caminar sola por Las Vegas durante tres horas?

—Crecí aquí, ¿recuerdas?


Pedro pensó por un momento. —¿Guillermo sigue trabajando como supervisor del casino?


Levanté una ceja. —No lo sé. No he hablado con él. Pero incluso si así fuera, el único casino que me queda cerca es el Bellagio, y eso está justo a la suficiente distancia para que yo camine a nuestra habitación.


Pedro pareció satisfecho con eso, y luego asintió. —Nos vemos allí. —Me guiñó un ojo, y luego cerró la puerta del baño.


Agarré mi bolso de la cama y la llave electrónica de la habitación, y, después de echar un vistazo a la puerta del baño, agarré el celular de Pedro de la mesa de noche.


Abriendo los contactos, presioné sobre el nombre que necesitaba, envié la información de contacto a mi teléfono a través de un mensaje de texto, y luego borré el mensaje al segundo en que se envió. Cuando dejé abajo el teléfono, la puerta del baño se abrió y Pedro apareció en sólo una toalla.  


—¿Licencia matrimonial? —preguntó.


—La capilla se hará cargo de eso por un pago extra. 

Pedro asintió, pareciendo aliviado, y luego cerró la puerta de nuevo.


Jalé la puerta de la habitación para abrirla y me dirigí al ascensor,registrando y luego llamando al nuevo número.


—Por favor, contesta —susurré. El ascensor se abrió, revelando una multitud de mujeres jóvenes, probablemente sólo un poco mayores que yo. Se reían y arrastraban las palabras, la mitad de ellas discutiendo acerca de su noche y las demás decidiendo si debían ir a la cama o sólo quedarse levantadas para no perder sus vuelos a casa.


—Contesta, maldita sea —dije después del primer timbre. 


Tres timbres después, saltó el correo de voz.


Te has comunicado con Marcos. Ya sabes qué hacer.  

—Ugh —resoplé, dejando que mi mano cayera a mi muslo. La puerta se abrió, y caminé con propósito hacia las tiendas de Bellagio.


Después de buscar por demasiados lujos, demasiada mala calidad, demasiado encaje, demasiadas cuentas, y demasiado... de todo, por fin lo encontré: el vestido que usaría cuando me convertiría en la señora Alfonso. Era blanco, por supuesto, y llegaba hasta las rodillas. Bastante simple, de verdad, excepto por el escote y una cinta de raso blanco que se ataba alrededor de la cintura. Me paré en el espejo, dejando que mis ojos estudiaran cada línea y detalle. 


Era hermoso, y me sentía hermosa en él. En sólo un par de horas, estaría parada junto a Pedro Alfonso, viendo cómo sus ojos captan cada curva de la tela.
 
Caminé a lo largo de la pared, explorando los numerosos velos. Después de intentar con el cuarto, lo puse de nuevo en su cubículo, nerviosa. Un velo era demasiado formal. Demasiado inocente. Otro me llamó la atención, y caminé allí,dejando que mis dedos se deslizaran sobre las diferentes cuentas, perlas, piedras y metales de diversas horquillas. Eran menos delicadas, y más... yo. Había muchos en la mesa, pero yo seguía regresando a uno en particular. Tenía una pequeña peinilla de plata, y el resto era sólo decenas de diamantes de imitación de diferentes tamaños que de alguna manera formaban una mariposa. Sin saber por qué, lo sostuve en mi mano, segura de que era perfecto. 

Los zapatos se hallaban en la parte trasera de la tienda. No tenía una gran cantidad para elegir, pero por suerte no fui muy exigente y elegí el primer par de tacones de tiras plateadas que vi. Dos tirantes pasaron sobre mis dedos de los pies, y dos más alrededor de mi tobillo, con un grupo de perlas para camuflar el cinturón. Afortunadamente tenían disponible la talla seis, así que me dirigí a la última cosa en mi lista: la joyería.


Elegí un simple pero elegante par de pendientes de perla. En la parte superior, donde se sujetaban a mi oreja, había un pequeño circonio cúbico, lo suficientemente llamativo para una ocasión especial, y un collar a juego. Nunca en mi vida había querido destacar. Al parecer, ni siquiera mi boda me cambiaría eso.


Pensé en la primera vez que estuve de pie frente a Pedro


Estaba sudoroso, sin camisa, y jadeando, y yo estaba cubierta de sangre de Cristian Young. Eso fue hace sólo seis meses, y ahora nos vamos a casar. Y tengo diecinueve años. Sólo tengo diecinueve años.

¿Qué diablos estoy haciendo?


Me paré en la caja registradora, mirando imprimirse el recibo para el vestido, los zapatos, la horquilla, y la joyería, tratando de no hiperventilar.


La pelirroja detrás del mostrador arrancó el recibo y me lo entregó con una sonrisa. —Es un vestido precioso. Una buena elección.


—Gracias —le dije. No estaba segura de sí le devolví la sonrisa o no. De repente, aturdida, me alejé, sosteniendo la bolsa contra mi pecho.  

Después de una breve parada en la tienda de joyas buscando un anillo de bodas de titanio negro para Pedro, eché un vistazo a mi teléfono y luego lo dejé de nuevo en mi bolso. Lo estaba haciendo bien.


Cuando entré en el casino, mi bolso comenzó a vibrar. Puse la bolsa entre mis piernas y busqué el teléfono. Después de que sonó dos veces, mis dedos buscaban con más desesperación, arañando y empujando todo a un lado para encontrar al teléfono a tiempo. 

—¿Hola? —chillé—. ¿Marcos?  

—¿Paula? ¿Está todo bien?


—Sí —suspiré mientras me sentaba en el suelo contra el lateral de la máquina tragamonedas más cercana—. Estamos bien. ¿Cómo estás?


—He estado pasando el rato con Cami. Está bastante molesta por el incendio. Perdió a algunos de sus clientes habituales.


—Oh, Dios, Marcos. Lo siento mucho. No puedo creerlo. No parece real —le dije, con mi garganta sintiéndose apretada—. Había tantos. Sus padres probablemente ni siquiera lo saben todavía. —Sostuve mi mano en mi cara.


—Sí. —Suspiró, sonando cansado—. Se parece a una zona de guerra allí.


¿Qué es ese ruido? ¿Estás en una galería? —Parecía disgustado, como si ya supiera la respuesta, y no podía creer que fuéramos tan insensibles. 

—¿Qué? —le dije—. Dios, no. Nosotros... tomamos un vuelo a Las Vegas.


—¿Qué? —dijo, indignado. O tal vez sólo confuso, no podía estar segura. Él era excitable.


Me encogí ante la desaprobación en su voz, sabiendo que era sólo el comienzo. Yo tenía un objetivo. Tenía que dejar mis sentimientos a un lado lo mejor que podía hasta que lograra lo que vine a buscar. —Sólo escucha. Es importante. No tengo mucho tiempo, y necesito tu ayuda. 

—Está bien. ¿Con qué?


—No hables. Sólo escucha. ¿Me lo prometes?


—Paula, deja de jugar. Sólo dime de una jodida vez. 

—Había un montón de gente en la pelea de anoche. Mucha gente murió. Alguien tiene que ir a la cárcel por ello. 

—¿Crees que va a ser Pedro?  


—Él y Agustin, sí. Tal vez John Savage, y cualquier otro que crean que trabajaba allí. Gracias a Dios Valentin no estaba en la ciudad. 

—¿Qué hacemos?


—Le pedí a Pedro que se casara conmigo. 

—Uh... bien. ¿Cómo diablos le va a ayudar eso?


—Estamos en Las Vegas. Tal vez si podemos probar que nos encontrábamos fuera para casarnos a las pocas horas, aun si unas pocas docenas de chicos universitarios borrachos dan testimonio de que él estuvo en la pelea, esto va a sonar una locura suficiente para crear una duda razonable. 

—Paula —suspiró.


Un sollozo quedó atrapado en mi garganta. —No lo digas. Si crees que no va a funcionar, no me lo digas, ¿de acuerdo? Fue todo en lo que pude pensar, y si él se entera de por qué estoy haciendo esto, no se casaría.

—Por supuesto que no lo hará. Paula, sé que tienes miedo, pero esto es una locura. No puedes casarte con él para mantenerlo fuera de problemas. Esto no va a funcionar, de todos modos. Ustedes no se fueron hasta después de la pelea.

—Te dije que no me lo digas.


—Lo siento. Él tampoco querría que hagas esto. Querría que te cases con él porque tú quieres. Si alguna vez se entera, le vas a romper el corazón.


—No lo sientas, Marcos. Va a funcionar. Por lo menos le dará una oportunidad. Es una oportunidad, ¿no? Son mejores probabilidades de las que él tenía.


—Supongo —dijo, sonando derrotado.


Suspiré y asentí, tapándome la boca con la mano libre. Las lágrimas nublaron mi visión, haciendo un caleidoscopio de la planta del casino. Una probabilidad era mejor que nada.


—Felicitaciones —dijo.  

—¡Felicidades! —dijo Cami en el fondo. Su voz sonaba cansada y ronca,aunque estaba segura de que era sincera.


—Gracias. Mantenme actualizada. Hazme saber si van a husmear la casa, o si oyes algo acerca de una investigación.


—Lo haré... y es jodidamente raro que nuestro hermano pequeño sea el primero en casarse.  

Me eché a reír una vez. —Supéralo.  

—Vete a la mierda. Y, te quiero.

—Yo también te quiero, Marcos.


Sostuve el teléfono en mi regazo con ambas manos, viendo que la gente que pasaba me miraba. Obviamente se preguntaban por qué estaba sentada en el suelo, pero no lo suficiente para preguntarme. Me levanté, cogí mi cartera y bolso, y respiré hondo.

—Aquí viene la novia —dije, dando mis primeros pasos.

1 comentario: