domingo, 4 de mayo de 2014

CAPITULO 119



Mi Harley brillaba en el sol mañanero del otoño. Esperé a que Aldana se alejara del estacionamiento de mi apartamento, y luego bajé corriendo las escaleras, abrochando mi chaqueta. La clase de humanidades del Dr. Rueser comenzaba en media hora, pero a él no le importaba si yo llegaba tarde. Si no lo molestaba, realmente no tenía sentido matarme por llegar allí.

—¡Espera! —dijo una voz detrás de mí.

Valentin estaba en la puerta de nuestro apartamento, sin camisa y mantenía el equilibrio sobre un pie mientras intentaba ponerse un calcetín en el otro. —Quería preguntarte anoche. ¿Qué le dijiste a Cristian? Te inclinaste en su oído y le dijiste algo. Él parecía como si se hubiera tragado su lengua.

—Le agradecí por sacarme de la ciudad hace unas semanas, porque su madre fue una salvaje.

Me miró, dudoso. —Amigo. No lo hiciste.

—No. Escuché de Cami que tuvo un Menor en Posesión en el Condado de Jones.

Negó con la cabeza y luego miró hacia el sofá. —¿Dejaste que Aldana pasara la noche esta vez?

—No, Valen. Sabes muy bien eso.

—Ella se acercó para conseguir un poco de sexo antes de clases, ¿eh? Esa es una manera interesante de asegurarte.

—¿Crees que es eso?

—Alguien más tiene sus sobras. —Se encogió de hombros—. Es Aldana.Quién sabe. Escucha, tengo que llevar a Rosario de vuelta al campus. ¿Quieres que te lleve?

—Te veré más tarde —dije, poniéndome las gafas—. Puedo llevar a Ro, si quieres.

La cara de Valentin se contorsionó. —Uh… no.

Divertido por su reacción, me senté en la Harley y arranqué el motor. A pesar de que tenía la mala costumbre de seducir a las amigas de su novia, había una línea que no podía cruzar. Rosario era de él, y una vez que se mostraba interesado en una chica, ella estaba fuera de mi radar, para nunca ser considerada otra vez. Él sabía eso. A él le gustaba darme mierda.
Me encontré con Agustin detrás de Sig Tau. Él hacía que El Círculo funcionara. Después del desembolso inicial de la primera noche, le permití recoger el bolso de devoluciones al día siguiente, y le di una parte por las molestias.
Mantuvo la cubierta: me quedé con las ganancias. Nuestra relación era estrictamente profesional, y ambos preferíamos mantener todo simple.
Mientras siguiera pagándome, me quedaba fuera de su vista, y siempre que no quisiera tener su culo pateado, él se quedaba fuera de la mía.
Me abrí paso a la cafetería del campus. Justo antes de llegar a las puertas metálicas dobles, Lorena y Tania se pusieron delante de mí.

—Hola, Pepe —dijo Lore, de pie con una postura perfecta. Perfectamente bronceada, pechos dotados con silicona se asomaban desde su camiseta rosa.

Esas siliconas irresistibles que rebotaban, fueron las que me rogaron que la follara en primer lugar, pero con una vez fue suficiente. Su voz me recordaba al sonido producido cuando el aire lentamente se soltaba de un globo, y a Nathan Squalor, quién se la folló la noche después de que yo lo hiciera.

—Hola, Lore.

Pellizqué la punta de mi cigarro y lo tiré en la papelera antes de caminar rápidamente por delante de ella y pasar las puertas. No es que estuviera dispuesto a abordar el buffet de verduras, carnes secas flácidas, y frutas maduras. Jesús. Su voz hacía que los perros aullaran y que los niños se acercaran a ver qué persona de dibujos animados había llegado a la vida.
Independientemente de despedirlas, las chicas me siguieron.

—Valen—Asentí. Estaba sentado con Rosario y riendo con la gente a su alrededor. Paloma se sentaba frente a él, hurgando su comida con un tenedor de plástico. Mi voz pareció despertar su curiosidad. Podía sentir sus grandes ojos seguirme al extremo de la mesa donde tiré mi bandeja.
Oí reír a Lorena, lo que me obligó a frenar la irritación que hervía en mí.
Cuando me senté, usó mi rodilla como una silla.
Algunos de los chicos del equipo de fútbol sentados en nuestra mesa me miraban con asombro, como si ser seguido por dos inarticuladas zorras fuera algo inalcanzable para ellos.
Lore deslizó su mano por debajo de la mesa y apretó sus dedos en mi muslo mientras se abría camino hasta la entrepierna de mis jeans. Abrí mis piernas un poco más, esperando a que lo alcanzara
Justo antes de sentir sus manos sobre mí, escuché los murmullos de Rosario.

—Creo que acabo de vomitar un poco en mi boca.
Lorena se dio vuelta, todo su cuerpo rígido. —Te he oído, puta.

Un panecillo pasó volando frente a la cara de Lorena y rebotó en el suelo.
Valentin y yo intercambiamos miradas, y luego moví mi rodilla.
El culo de Lorena rebotó en el azulejo de la cafetería. Lo admito, me giré al escuchar el sonido de su piel golpear contra la cerámica.
No se quejó mucho antes de marcharse. Valentin parecía apreciar mi gesto, y eso fue suficiente para mí. Mi tolerancia para las chicas como Lorena no duraba tanto tiempo. Tenía una regla: respeto. Por mí, por mi familia y por mis amigos.
Demonios, incluso algunos de mis enemigos merecían respeto. No veía la razón para relacionarme con personas que no entendían esa lección de vida. Podía sonar hipócrita para las mujeres que habían pasado por la puerta de mi apartamento, pero si se trataran a ellas mismas con respeto, yo se los habría dado.
Le guiñé un ojo a Rosario, quien se veía satisfecha, le asentí a Valentin y luego tomé otro bocado de lo que sea que estaba en mi plato.

—Buen trabajo anoche, Perro loco—dijo Daniel Jenks, poniendo un crouton sobre la mesa.

—Cállate, imbécil —dijo Benjamin en su típica voz baja—. Agustin nunca te dejaría entrar otra vez si oye lo que estás diciendo.

—Oh. Seh —dijo, encogiéndose de hombros.

Llevé mi bandeja a la basura y luego volví a mi asiento con el ceño fruncido.

—Y no me llames así.

—¿Qué? ¿Perro Loco?

—Ajam.

—¿Por qué no? Pensé que era tu nombre en el Círculo. Algo así como tu nombre de stripper.

Mis ojos clavaron a Jenks. —¿Por qué no te callas y le das a ese agujero en tu rostro una oportunidad de sanar?

Nunca me había gustado ese pequeño gusano.

—Seguro,Pepe. Todo lo que tenías que hacer era decirlo. —Se rió entre dientes nerviosamente antes de recoger su basura e irse

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