Pasé junto a ella y empujé a todos lo que estaban en mi camino. Dos por dos.Primero, me las arreglé para iniciar un rumor sobre la chica de la que estaba enamorado, y luego la asusté casi hasta la muerte.
La soledad de mi habitación parecía el único lugar adecuado para mí. Estaba demasiado avergonzado para incluso buscar el consejo de mi padre. Valentin me alcanzó. Sin una palabra, entró al Charger conmigo y encendió el motor.
No hablamos mientras Valentin manejaba al apartamento. El pensamiento de Paula marchándose de casa era algo que mi mente no quería procesar.
Valentin detuvo su coche en el usual lugar del estacionamiento, y salí, caminando como un zombi por las escaleras. No había un posible buen final. En cualquiera, Paula iba a irse porque estaba asustada de lo que vio, o incluso peor: tenía que liberarla de la apuesta para que así pudiera irse, incluso si yo no quería hacerlo.
Mi corazón estaba indeciso entre dejar a Paula en paz o si debía insistir un poco más. Una vez dentro, tiré mi mochila contra la pared, y me aseguré de cerrar de golpe la puerta del dormitorio detrás de mí. No me hizo sentir mejor, de hecho, pisar fuerte como un niño me recordó el tiempo que he pasado persiguiéndola; si podía llamarse así.
El zumbido agudo del Honda de Rosario sonó brevemente antes de que apagara el motor. Paula estaría con ella. Entraría gritando, o todo lo contrario. No estaba seguro de lo que me haría sentir peor.
—¿Pedro? —dijo Valentin, abriendo la puerta.
Negué con la cabeza, y entonces me senté al borde de la cama. Se hundió bajo mi peso.
—Ni siquiera sé lo que ella va a decir. Quizás solo quiere saber si estás bien.
—Dije que no.
Valentin cerró la puerta. Los árboles afuera estaban marrones y empezaban a arrojar lo que quedaba de color. Pronto estarían sin hojas. Para el tiempo en que las últimas hojas cayeran,Paula se habría ido. Maldición, me sentía depresivo.
Unos pocos minutos más tarde, otro golpe en la puerta. —¿Pedro? Soy yo.Abre.
Suspiré. —Vete, Paloma.
La puerta crujió cuando la abrió. No me di la vuelta. No tenía que hacerlo.
Moro estaba detrás de mí, y su pequeña cola golpeaba mi espalda ante su vista.
—¿Qué pasa contigo,Pepe? —preguntó.
No sabía cómo decirle la verdad, y una parte de mí sabía que no me escucharía, de todos modos, así que sólo miré la ventana, contando las hojas cayendo. Con cada una que se desprendía y flotaba hasta el suelo, estábamos uno más cerca a Paula desapareciendo de mi vida. Mi reloj de arena natural.
Paula se paró a mi lado, cruzándose de brazos. Esperé a que gritara, o me castigara de alguna manera por la crisis en la cafetería.
—¿No vas a hablarme sobre esto?
Empezó a girar hacia la puerta y suspiré. —¿Recuerdas el otro día cuando Benjamin se metió conmigo y tú saliste en mi defensa? Bueno… eso es lo que pasó.Sólo que me dejé llevar un poco.
—Estabas enojado antes de que Daniel dijera algo —dijo, sentándose a mi lado en la cama. Moro inmediatamente se metió en su regazo, pidiendo atención.
Conocía el sentimiento. Todas las travesuras, mis estúpidos trucos; todo era para conseguir de alguna manera su atención, y ella parecía ajena a todo. Incluso a mi loco comportamiento.
—Quise decir lo que dije antes. Tienes que irte, Paloma. Dios sabe que no puedo alejarme de ti.
Alcanzó mi brazo. —No quieres que me vaya.
No tenía idea de cuán cierta, y cuan equivocada, ella estaba. Mis sentimientos en conflicto sobre ella enloquecían. Estaba enamorado de ella; no podía imaginar una vida sin ella; pero al mismo tiempo, quería para ella lo mejor.
Con eso en mente, el pensamiento de Paula con alguien más era insoportable.
Ninguno de los dos podía ganar, y sin embargo no podía perderla. El constante ir y venir me tenía agotado.
Empujé a Paula contra mí, y entonces besé su frente. —No importa lo duro que lo intente. Vas a odiarme cuando todo esté dicho y hecho.
Envolvió sus brazos a mí alrededor, uniendo sus dedos alrededor de la cúspide de mis hombros. —Tenemos que ser amigos. No tomaré un no por respuesta.
Me había robado mi línea de nuestra primera cita en la pizzería. Eso parecía como hace cien vidas atrás. No estaba seguro de cuando las cosas habían empezado a complicarse tanto.
—Te observo dormir un montón —dije, envolviéndola con ambos brazos—.Siempre te ves tan tranquila. No tengo ese tipo de tranquilidad. Tengo toda esta ira y rabia dentro de mí… excepto cuando te veo dormir. Quería que él pensara que algo sucedió. Ahora la escuela entera cree que estuviste con los dos en la misma noche. Lo siento.
Paula se encogió de hombros. —Si cree ese rumor, es su culpa.
—Es difícil pensar en algo más cuando nos vio en la cama juntos.
—Sabe que me estoy quedando contigo. Estaba completamente vestida, por el amor de Cristo.
Suspiré. —Probablemente estaba demasiado enojado para darse cuenta. Sé que te gusta, Paloma. Debería haberle explicado. Te debo mucho.
—No importa.
—¿No estás enojada? —pregunté, sorprendido.
—¿Es eso lo que te tiene tan molesto? ¿Pensabas que estaría enojada contigo cuando me dijeras la verdad?
—Deberías estarlo. Si me estuvieran hundiendo por la mala reputación de alguien, estaría un poco molesto.
—Tú no te preocupas por la reputación. ¿Qué pasó con el Pedro que no le importa una mierda lo que piensen los demás? —bromeó, empujándome con el codo.
—Eso era antes de que viera la mirada en tu rostro cuando escuchaste lo que todos están diciendo. No quiero que salgas herida por mi culpa.
—Tú nunca harías algo para lastimarme.
—Preferiría cortarme el brazo —suspiré.
Relajé mi mejilla contra su cabello. Siempre olía tan bien, se sentía tan bien.
Estar cerca de ella era como un sedante. Mi cuerpo entero se relajó, y de repente estaba tan cansado que no quería moverme. Nos sentamos juntos, nuestros brazos alrededor del otro, su cabeza metida en mi cuello, durante más tiempo. Nada más allá de ese momento estaba garantizado, así que me quedé allí dentro de él, con Paloma.
Cuando el sol comenzó a ponerse, escuché un leve golpe en la puerta. —¿Paula? —La voz de Rosario sonaba pequeña en el otro lado de la madera.
—Entra,Ro —dije, sabiendo que probablemente estaba preocupada sobre por qué estábamos tan tranquilos.
Rosario entró con Valentin, y sonrió al vernos enredados en los brazos del otro. —Vamos por un poco de comida. ¿Tienen ganas de hacer una carrera hasta Pei Wei?
—Ugh… ¿comida asiatica de nuevo, Ro? —pregunté.
—Sí, de verdad —dijo, pareciendo un poco más relajada—. ¿Vienen o no?
—Muero de hambre —dijo Paula.
—Por supuesto que sí, no llegaste a almorzar —dije, frunciendo el ceño. Me puse de pie, levantándola conmigo—. Vamos. Vamos a conseguirte algo de comida.
No estaba listo para dejarla ir todavía, así que mantuve mi brazo alrededor de ella durante el viaje a Pei Wei. A ella no parecía importarle, e incluso se inclinó contra mí en el auto mientras concedí compartir una comida para cuatro con ella.
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