miércoles, 14 de mayo de 2014

CAPITULO 154



Una rápida pasada a mi tarjeta de débito y las bolsas estaban en mis manos.
Salí corriendo hacia el estacionamiento, y en pocos segundos el Charger consiguió hacer volar las telarañas fuera de su tubo de escape todo el camino de regreso al
apartamento.
Tomé dos pasos a la vez y entré. Las cabezas de Rosario y Valentin eran visibles por encima del sofá. La televisión estaba encendida, pero en silencio.
Gracias a Dios. Ella todavía dormía. Las bolsas se estrellaron contra el mostrador cuando las solté y traté de no dejar que los gabinetes hicieran demasiado ruido mientras guardaba las cosas.


—Cuando Paloma se despierte, háganmelo saber, ¿si? —pedí en voz baja—. Traje espaguetis, mezcla para panqueques y fresas, y esa avena de mierda con los
paquetes de chocolates, y a ella le gusta el cereal de Fruity Pebbles, ¿verdad, Ro?—pregunté, dándome la vuelta. Paula estaba despierta, mirándome desde la silla.
Su rímel estaba corrido bajo sus ojos. Se veía tan mal como yo me sentía—. Hola,Paloma.


Me miró durante unos segundos con una mirada en blanco. Di unos pasos hacia la sala, más nervioso que la noche de mi primera pelea.


—¿Tienes hambre, Paloma? Voy a hacerte algunos panqueques. O hay uh… hay avena. Y he conseguido alguna de esa mierda espumosa rosa con la que las chicas se afeitan y un secador de pelo y… a… un momento, está aquí. —Agarré una de las bolsas y la llevé a la habitación, vaciándola sobre la cama.


Mientras buscaba esa cosa rosa que pensé que le gustaría, el equipaje de Paula, lleno, cerrado y esperando junto a la puerta, me llamó la atención. Mi estómago dio un vuelco y mi boca quedó seca otra vez. Caminé por el pasillo,tratando de mantenerme tranquilo.


—Tus cosas están empacadas.


—Lo sé —dijo.


Un dolor físico quemó a través de mi pecho. —Te vas.


Paula miró a Rosario, que se quedó mirándome como si quisiera matarme.


—¿Realmente esperabas que ella permaneciera aquí?


—Bebé —susurró Valentin.
—No me provoques, Valen. No te atrevas a defenderlo delante de mí — explotó Rosario.


Tragué saliva con fuerza. —Lo siento tanto, Paloma. Ni siquiera sé qué decir.


—Vamos, Paula —dijo Rosario. Se puso de pie y tiró de su brazo, pero Paula se quedó sentada.


Di un paso, pero Rosario me apuntó con el dedo. —¡Qué Dios me ayude, Pedro! ¡Si intentas detenerla, te empaparé en gasolina y te prenderé fuego mientras duermes!


—Rosario —rogó Valentin. Esto se iba a poner mal muy rápido en todos los sentidos.


—Estoy bien —dijo Paula, abrumada.


—¿A qué te refieres con que estás bien? —preguntó Valentin.


Paula puso los ojos en blanco e hizo un gesto hacia mí. —Pedro trajo a casa mujeres del bar anoche, ¿y qué?


Cerré los ojos, tratando de desviar el dolor. Por mucho que no quería que se fuera, nunca se me había ocurrido que a ella no le importaría una mierda.


Rosario frunció el ceño. —Uh, Pau. ¿Estás diciendo que estás bien con lo que pasó?


Paula miró alrededor de la habitación. —Pedro puede traer a casa a quien quiera. Es su apartamento.


Me tragué el nudo que se formaba en mi garganta. —¿Tú no empacaste tus cosas?


Sacudió la cabeza y miró el reloj. —No, y ahora voy a tener que deshacer todo. Todavía tengo que comer, ducharme y vestirme —dijo, entrando en el baño.


Rosario lanzó una mirada de muerte en mi dirección, pero no le hice caso y me acerqué a la puerta del baño, golpeando ligeramente. —¿Paloma?


—¿Sí? —dijo, con voz débil.


—¿Te vas a quedar? —Cerré mis ojos, esperando el castigo.


—Puedo irme si quieres, pero una apuesta es una apuesta.


Mi cabeza cayó contra la puerta. —No quiero que te vayas, pero no te culparía si lo hicieras.


—¿Estás diciendo que estoy liberada de la apuesta?


La respuesta era fácil, pero no quería hacerla quedarse si ella no quería hacerlo. Al mismo tiempo, me aterrorizaba dejarla ir. —Si digo que sí, ¿te irás?


—Bueno, sí. No vivo aquí, tonto —dijo. Una pequeña risa flotó a través de la puerta de madera. 

No podría decir si estaba enojada o sólo cansada de pasar la noche en el sillón, pero si era lo primero, no había manera de que pudiera dejarla irse. Nunca la volvería a ver.


—Entonces no, la apuesta sigue en pie.


—¿Puedo tomar una ducha, ahora? —preguntó, su voz suave y apacible.


—Sí...


Rosario entró pisando fuerte en el pasillo y se detuvo justo frente a mi cara.


—Eres un bastardo egoísta —gruñó, cerrando la puerta de Valentin detrás de ella.


Entré en el dormitorio, agarré su bata y un par de zapatillas, y luego regresé a la puerta del baño. Aparentemente se quedaría, pero besarle el trasero nunca fue una mala idea.


—¿Paloma? Traje algunas de tus cosas.


—Sólo ponlas en el lavamanos. Yo me encargo.


Abrí la puerta y puse sus cosas en la esquina del fregadero, mirando al suelo. —Estaba enojado. Te escuché escupirle todo lo que está mal conmigo a Rosario y me enfureció. Sólo quería salir, tomar unas copas y tratar de entender algunas cosas, pero antes que lo supiera, estaba borracho y esas chicas… —Hice una pausa, tratando de evitar que mi voz se rompiera—. Me desperté esta mañana y no estabas en la cama, y cuando te encontré en el sillón reclinable y vi los paquetes en el piso, me sentí enfermo.


—Simplemente podrías haberme preguntado, en lugar de gastar todo ese dinero en el supermercado para sobornarme para que me quedara.


—No me importa el dinero, Paloma. Tenía miedo que te fueras y nunca me hablaras de nuevo.


—No quise herir tus sentimientos —dijo sinceramente.


—Sé que no lo hiciste. Y sé que no importa lo que diga ahora, porque lo jodí todo… como siempre hago.


—¿Pepe?


—¿Sí?


—No conduzcas tu moto borracho, ¿está bien?


Quería decir más, disculparme de nuevo y decirle que estaba loco por ella, y estaba literalmente volviéndome loco porque no sabía cómo manejar lo que sentía, pero las palabras no salían. Mis pensamientos sólo podían enfocarse en el hecho de que después de todo lo que había pasado, y todo lo que acababa de decir, lo único que tenía para decirme era un sermón sobre conducir ebrio a casa.


—Sí, está bien —dije, cerrando la puerta.

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