miércoles, 14 de mayo de 2014

CAPITULO 155





Pretendí ver la televisión por horas mientras Paula se arreglaba en el baño y en la habitación para la fiesta de la fraternidad, y entonces decidí vestirme antes de que ella necesitara el cuarto.
Una blanca camisa bastante libre de arrugas colgaba en el armario, la agarré y tomé un par de jeans. Me sentí tonto, parado frente al espejo, luchando con el botón en la muñeca de la camisa. Finalmente, me rendí y enrollé cada manga hasta los codos. Eso era más mi estilo, de todos modos.
Caminé hacia el pasillo y me dejé caer en el sofá de nuevo, escuchando la puerta del baño cerrarse y los pies descalzos de Paula golpeando el suelo.
Mi reloj apenas se movió, y por supuesto no había nada en la televisión, excepto audaces rescates de temporales y un comercial sobre el Slap Chop. Estaba nervioso y aburrido. No era una buena combinación para mí.
Cuando mi paciencia se acabó, golpeé la puerta de la habitación.


—Adelante —dijo Paula desde el otro lado de la puerta.


Estaba de pie en medio de la habitación, un par de tacones puestos lado a lado en el suelo frente a ella. Paula siempre lucía hermosa, pero esta noche ni un solo cabello estaba fuera de lugar; se veía como si tuviera que estar en la portada de una de esas revistas de moda que ves en la caja de la tienda de comestibles.
Cada parte de ella tenía loción, era suave, perfectamente pulida. Sólo la visión de ella casi me patea el trasero.
Todo lo que pude hacer fue quedarme ahí, estupefacto, hasta que finalmente me las arreglé para formar una sola palabra.


—Vaya. —Sonrió y miró su vestido. Su dulce sonrisa me devolvió a la realidad—. Te ves increíble —dije, incapaz de quitar mis ojos de ella.


Se inclinó para ponerse un zapato y luego el otro. La tela negra y ceñida se movió ligeramente hacia arriba, exponiendo sólo un centímetro más de sus muslos.


Paula se levantó y me dedicó un gesto de aprobación. —Tú también te ves bien.


Metí las manos en los bolsillos, rehusandome a decir “Debo de estar enamorándome de ti en este preciso momento,” o alguna de las otras estúpidas cosas que bombardeaban mi mente.

Saqué mi codo, y Paula lo tomó, permitiéndome escoltarla por el pasillo hacia la sala.


—Adrian va a mearse encima cuando te vea —dijo Rosario. En general,Rosario era una buena chica, pero estaba descubriendo lo desagradable que podía ser si estaba en su lado malo. Traté de no tropezar con ella mientras caminábamos hasta el Charger de Valentin, y mantuve la boca cerrada todo el camino hacia la casa de Sig Tau.
En el momento en que Valentin abrió la puerta del auto, pudimos oír la ruidosa y desagradable música de la casa. Parejas estaban besándose y mezclándose, alumnos de primer año corrían alrededor tratando de mantener el daño del jardín al mínimo, y chicas de la fraternidad caminaban cuidadosamente tomadas de la mano, dando pequeños saltos, tratando de caminar a través del suave césped sin hundir sus tacones de aguja.
Valentin y yo abrimos el camino, con Rosario y Paula justo detrás de nosotros. Pateé un vaso de plástico rojo fuera del camino, y después sostuve la puerta abierta. Nuevamente, Paula fue totalmente ajena a mi gesto.


Una pila de vasos rojos se asentaban en el mostrador de la cocina al lado del barril. Llené dos y le llevé uno a Paula. Me incliné hacia su oído. —No tomes nada de nadie que no sea Valen o yo. No quiero que nadie le agregue algo a tu bebida.


Puso los ojos en blanco. —Nadie va a poner nada en mi bebida, Pedro.


Obviamente no conocía a mis hermanos de fraternidad. Había oído historias, de nadie en particular. Lo que era algo bueno, porque si alguna vez atrapaba a alguien tirando esa mierda, les daría una paliza sin dudarlo.


—Sólo no aceptes nada que no venga de mí, ¿de acuerdo? Ya no estás en Kansas, Paloma.


—No había escuchado eso antes —espetó, bebiéndose de golpe la mitad del vaso de cerveza antes de retirar el plástico de su cara. Podía beber, le concedía eso.


Nos paramos en el pasillo de las escaleras, tratando de pretender que todo estaba bien. Algunos de mis hermanos de fraternidad se detuvieron para charlar mientras bajaban por las escaleras, y lo mismo hicieron algunas chicas de fraternidad, pero rápidamente las rechacé, deseando que Paula lo notara. No lo hizo.


—¿Quieres bailar? —pregunté, tirando de su mano.



—No, gracias —respondió. No podía culparla, después de anoche. Tenía suerte de que todavía me hablara. Sus delgados y elegantes dedos tocaron mi hombro—. Estoy cansada, Pepe.


Puse mi mano sobre la suya, preparado para disculparme de nuevo, para decirle que me odiaba a mí mismo por lo que había hecho, pero sus ojos se alejaron de los míos hacia alguien detrás de mí.


—¡Hola,Pau! ¡Viniste!


Los pelos de mi nuca se erizaron. Adrian Hayes.


Los ojos de Paula se iluminaron, y retiró su mano de la mía en un rápido movimiento. —Sí, hemos estado aquí desde hace una hora o algo así.


—¡Te ves increíble! —gritó.


Hice una mueca, pero él estaba tan preocupado por Paula que no lo notó.


—¡Gracias! —Ella sonrió.


Se me ocurrió que yo no era el único que podía hacerla sonreír de ese modo, y de repente trabajaba para mantener mi temperamento bajo control.


Adrian asintió hacia la sala y sonrió. —¿Quieres bailar?


—No, estoy un poco cansada.


Una pequeña gota de alivio apagó mi enojo un poco. No era yo; realmente estaba muy cansada para bailar, pero el enojo no tardó mucho en volver. Estaba cansada porque estuvo despierta la mitad de la noche por los ruidos que hacía
quienquiera que yo traje a casa, y la otra mitad durmió en el sillón reclinable.
Ahora, Adrian estaba aquí, entrando a lo grande como el caballero de brillante armadura como siempre lo hacía. Rata bastarda.


Adrian me miró, imperturbable por mi expresión. —Pensé que no vendrías.


—Cambié de opinión —dije, tratando de no darle un puñetazo y borrar cuatro años de trabajo de ortodoncia.


—Ya veo —dijo Parker, mirando a Paula—. ¿Quieres ir a tomar un poco de aire fresco?


Ella asintió, y sentí como si alguien me hubiera golpeado hasta sacarme el aire. Siguió a Adrian por las escaleras. Vi como él se detuvo, tomando su mano mientras subían las escaleras hasta el segundo piso. Cuando llegaron arriba, Adrian abrió las puertas hacia el balcón.

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