sábado, 7 de junio de 2014

CAPITULO 232




Paula 


La piel de gallina cubría todo mi cuerpo. Cuatro meses antes, Pedro había tomado algo de mí que nunca le había dado a ningún otro hombre. Estuve tan empeñada en dárselo a él que no tuve tiempo para estar nerviosa. Ahora, en nuestra noche de bodas, sabiendo qué esperar y sabiendo lo mucho que me amaba, estaba más nerviosa que en nuestra primera noche. 


—Vamos a sacar esto del camino, señora Alfonso. Esta es una prenda de vestir tuya que no quiero arruinar —dijo.


Resoplé una pequeña risa, recordando mi chaqueta de color rosa abotonada y el patrón de manchas de sangre por el centro de esta. Entonces, pensé en ver a Pedro en la cafetería la primera vez.  


—Arruino un montón de suéteres —había dicho con su sonrisa matadora y hoyuelos. La misma sonrisa que quería odiar; los mismos labios que hacían su camino por mi espalda en estos momentos. 


Pedro me movió hacia adelante y me arrastró hacia la cama, mirando detrás de mí, esperando, esperanzada que subiera. 


Estaba mirándome, quitándose la camisa, pateando sus zapatos y dejando caer sus pantalones al suelo. Negó con la cabeza, volteándome sobre mi espalda y luego se colocó encima de mí.


—¿No? —pregunté. 

—Preferiría mirar a los ojos de mi esposa que ser creativo… al menos por esta noche.


Apartó un cabello suelto de mi cara y, a continuación, me besó en la nariz.


Era un poco divertido ver a Pedro tomarse su tiempo, meditando cómo y qué quería hacerme. Una vez que estuvimos desnudos e instalados debajo de las sábanas, tomó una respiración profunda.


—¿Señora Alfonso? 

Sonreí. —¿Sí? 

—Nada. Sólo quería llamarte así. 

—Bueno. Como que me gusta.


Los ojos de Pedro escanearon mi rostro. —¿Si?


—¿Es una pregunta real? Porque es un poco difícil mostrarlo más que hacer votos para estar contigo por siempre.


Pedro se detuvo, el conflicto oscureciendo su expresión. —Te vi —dijo, su voz apenas un susurro—. En el casino.


Mi memoria instantáneamente retrocedió, segura de que se había cruzado con Guillermo y posiblemente había visto a una mujer con la que me parecía. Los ojos celosos le juegan bromas a la gente. Justo cuando estaba preparada para argumentar que no había visto a mi ex, Pedro comenzó de nuevo. 

—En el suelo. Te vi, Paloma. 

Mi estómago se hundió. Me había visto llorar. ¿Cómo podría explicarle eso? 

No podía. La única manera era crear una distracción.

Empujé mi cabeza en la almohada, mirándolo directamente a los ojos. — ¿Por qué me llamas Paloma? Quiero decir, realmente. 

Mi pregunta pareció tomarlo desprevenido. Esperé, pidiendo que olvidara todo sobre el tema anterior. No quería mentirle a la cara o admitir lo que había hecho. No esta noche. Nunca.

Su decisión de permitir que cambiara el tema estaba clara en sus ojos. Sabía lo que estaba haciendo e iba a dejarme hacerlo. —¿Sabes lo que es una paloma? 

Sacudí la cabeza en un pequeño movimiento.
—Son realmente inteligentes. Son leales, y compañeros de
por vida. Esa primera vez que te vi en el Círculo, sabía lo que eras. Sabía que debajo de esa abotonada chaqueta y la sangre, no ibas a tragarte mi mierda. Ibas a hacerme ganarlo. 
Requerirías una razón para confiar en mí. Lo vi en tus ojos, y no pude quitarme ese pensamiento hasta que te vi ese día en la cafetería. A pesar de que traté de ignorarlo, lo sabía incluso entonces. Cada jodida, cada mala elección, eran migajas de pan, de esa forma encontramos el camino hacia el otro. Así llegamos a este momento.


Mi respiración flaqueó. —Estoy tan enamorada de ti. 

Su cuerpo se encontraba recostado entre mis piernas, y podía sentirlo contra mis muslos, sólo a un par de centímetros de donde quería que estuviera. 

—Eres mi esposa. —Cuando dijo las palabras, la paz llenó sus ojos. Me recordó a la noche en que ganó la apuesta sobre quedarme en su apartamento. 

—Sí. Ahora estás estancado conmigo. 

Besó mi barbilla. —Al fin. 

Se tomó su tiempo mientras se deslizaba suavemente en mi interior, cerrando los ojos por sólo un segundo antes de mirar los míos de nuevo. Se movió contra mí lentamente, rítmicamente, besándome en la boca a intervalos. Incluso aunque Pedro siempre había sido cuidadoso y gentil conmigo, las primeras veces fueron un poco incómodas. 


Debía haber sabido que era nueva en esto, incluso aunque nunca lo mencioné. Todo el campus sabía de las conquistas de Pedro, pero mis experiencias con él nunca fueron como los salvajes retozares de los que todos hablaban. Pedro siempre era suave y delicado conmigo; paciente. Esta noche no fue una excepción. Tal vez lo fue incluso más.

Una vez que me relajé, y comencé a moverme contra él, Pedro se estiró hacia abajo. Puso su mano debajo de mi rodilla y la levantó gentilmente, poniéndola en su cadera. Se deslizó en mi interior de nuevo, esta vez más profundo. 


Suspiré y alcé las caderas hacia él. Había cosas mucho peores en la vida que prometer sentir el cuerpo desnudo de Pedro Alfonso contra mí y en mi interior por el resto de mi vida. 


Mucho, mucho peores.

Me besó y me saboreó, tarareando contra mi boca. 


Moviéndose contra mí, ansiándome, tirando de mi piel mientras alzaba mi otra pierna y me empujaba las rodillas contra el pecho, así podía presionarse en mi interior más profundo. Gemí y me moví, incapaz de mantenerme callada cuando se posicionó de forma que podría entrar en mí por diferentes ángulos, moviendo sus caderas debajo de mis uñas, que excavaban en la piel de su espalda. Mis uñas se encontraban enterradas profundamente en su sudorosa piel, pero podía sentir sus músculos sobresaliendo y deslizándose debajo de ellas.  

Los muslos de Pedro se frotaban y chocaban levemente contra mi trasero. Se sostuvo a sí mismo sobre un codo, y luego se reacomodó, tirando de mis piernas con él hasta que mis tobillos descansaban en sus hombros. Me hizo el amor más duro entonces, e incluso aunque fue un poco doloroso, ese dolor disparó chispas de adrenalina por todo mi cuerpo. 


Llevando cada pizca de placer que sentía a un nuevo nivel. 

—Oh  Dios… Pedro —dije, suspirando su nombre. Necesitaba decir algo, algo que dejase salir la intensidad que se construía en mi interior. 

Mis palabras hicieron que su cuerpo tensara, y el ritmo de sus movimientos se hizo más rápido, más rígido, hasta que gotas de sudor se formaron en nuestra piel, haciendo que deslizarse contra el otro fuese más fácil.


Dejó mis piernas en la cama mientras se posicionaba directamente sobre mí de nuevo. Sacudió la cabeza. —Te sientes tan bien —gimió—. Quiero que dure toda la noche pero…


Toqué su oreja con mis labios. —Quiero que te corras —dije, terminando la simple frase con un suave y pequeño beso.


Relajé las caderas, dejando que mis rodillas se alejaran más, acercándolas a la cama. Pedro se presionó más profundo en mi interior, una y otra vez, sus movimientos aumentando mientras gemía. Agarré mi rodilla, empujándola contra mi pecho. El dolor se sentía tan bien que era adictivo, y lo sentí construirse hasta que todo mi cuerpo se tensó con cortas, pero fuertes explosiones. Gemí en voz alta, sin preocuparme si alguien podía oír.

Pedro gimió en reacción. Finalmente, sus movimientos se ralentizaron, pero eran más fuertes, hasta que al fin gritó—: ¡Oh, joder! ¡Maldita sea! ¡Agh! —gritó. Su cuerpo se sacudió y tembló mientras presionaba su frente duramente contra mi mejilla.

Ya que ambos estábamos sin aire, no hablamos. Pedro mantuvo su mejilla contra la mía, sacudiéndose una vez más antes de esconder su rostro en la almohada debajo de mi cabeza. 

Besé su cuello, saboreando la sal en su piel.

—Tenías razón —dije. Pedro se reacomodó para mirarme, curioso—. Fuiste mi último primer beso.


Sonrió, presionando sus labios contra mí duramente, y luego ocultó su rostro en mi cuello  . Respiraba pesadamente, pero aun así, se las arregló para susurrar dulcemente—: Te amo tanto, Paloma.

No hay comentarios:

Publicar un comentario