viernes, 23 de mayo de 2014

CAPITULO 182



Caminando hacia The Red con Paula en Halloween, me di cuenta de que el aire frío de finales de otoño no obstaculizaba al gran número de mujeres a utilizar una gran variedad de trajes exhibicionistas. Abracé a mi novia, agradecido de que no viniera vestida como una Barbie prostituta, o jugadora-de-fútbol-guión-travesti-puta, lo que significaba que el número de amenazas que tendría que hacer por mirar sus tetas o preocuparme porque se agachara se mantendrían al mínimo.



Valentin y yo jugábamos billar mientras las chicas miraban. Estábamos ganando otra vez, después de habernos embolsado $360 en los dos últimos juegos.
Por la esquina de mi ojo, vi a Jeronimo acercarse a Rosario y a Paula. Rieron un rato y luego Jeronimo las llevó hacia la pista de baile. La belleza de Paula destaca,incluso en medio de la piel desnuda, brillos y evidente escotes de Blanca Nieves y árbitros a su alrededor.


Antes de que terminara la canción, Rosario y Paula dejaron a Jeronimo en la pista de baile y se dirigieron hacia la barra. Me levanté sobre las puntas de mis pies para encontrar la parte superior de sus cabezas en el mar de gente.


—Te toca—dijo Valentin.


—Las chicas se han ido.


—Probablemente fueron por bebidas. Tira, mandilón.
Con vacilación, me incliné, concentrado en la bola, pero luego fallé.


—¡Pedro! ¡Era un tiro fácil! ¡Me estás matando! —Se quejó Valentin.


Todavía no podía ver a las chicas. Conocer los dos incidentes de agresión sexual el año anterior, me puso nervioso de que Paula y Rosario caminaran solas.
Drogar a chicas inocentes no era algo inaudito, incluso en nuestra pequeña ciudad universitaria.
Dejé mi palo de billar sobre la mesa y comencé a atravesar la pista de baile de madera.


La mano de Valentin cayó en mi hombro. —¿A dónde vas?


—A encontrar a las chicas. Recuerdas lo que pasó el año pasado con esa chica Heather.


—Oh. Sí.


Cuando finalmente encontré a Paula y a Rosario, vi a dos chicos comprándoles bebidas. Ambos eran chaparros, uno era más gordo que el otro, con el rostro sudoroso. Los celos deberían haber sido la última cosa que debería sentir al mirarlo, pero el hecho de que él claramente intentaba algo con mi novia hizo que esto tratara menos sobre cómo luce y más sobre mi ego; incluso aunque él no supiera que ella estaba conmigo, debería haberlo asumido simplemente al mirarla que no estaría sola. Mis celos se mezclaban con furia. Le había dicho a Paula una docena de veces que no hiciera algo tan potencialmente peligroso como aceptar una bebida de un extraño; la ira rápidamente asumió el control.


El tipo que le gritaba a Paula sobre el sonido de música se inclinó hacia ella.


—¿Quieres bailar?


Paula sacudió la cabeza. —No, gracias. Estoy aquí con mi

—Novio —dije, cortándola. Bajé mi mirada hacia los tipos. Era casi ridículo tratar de intimidar a los dos hombres que vestían togas, pero aun así solté mi expresión: Te Voy a Matar. Hice una seña con la cabeza al otro extremo de la
habitación—. Váyanse, ahora.


Los hombres se encogieron y luego miraron a Rosario y a Paula antes de retirarse detrás de la cortina de la multitud.


Valentin besó a Rosario —¡No puedo llevarte a ningún lado! —Ella rió y Paula me sonrió.


Yo estaba demasiado enojado como para devolverle la sonrisa.


—¿Qué? —preguntó, desconcertada.


—¿Por qué le permitiste comprarte una bebida?


Rosario se soltó de Valentin—No lo hicimos, Pedro. Les dije que no.


Tomé la botella de la mano de Paula—Entonces, ¿qué es esto?


—¿Es en serio? —preguntó.


—Sí, es jodidamente en serio —dije, lanzando la cerveza en la basura cerca de la barra—. Te he dicho cientos de veces... no puedes aceptarle bebidas a cualquier chico. ¿Qué pasa si puso algo en ella?


Rosario levantó su copa. —Las bebidas nunca salieron de nuestra vista,Pepe. Estás exagerando.


—No estoy hablando contigo —le dije, mirando fijamente a Paula.


Sus ojos destellaban, reflejando mi ira. —No le hables así.


—Pedro—me advirtió Valentin—, déjalo ir.


—No me gusta que dejes a otros chicos comprarte bebidas —dije.


Paula levantó una ceja. —¿Estás intentando discutir?


—¿Te molestaría caminar hasta la barra y verme compartir una copa con alguna chica?


—Está bien. No eres consciente de todas las mujeres,ahora. Lo entiendo.


Debo hacer el mismo esfuerzo.


—Sería bueno —dije, apretando mis dientes.


—Vas a tener que bajarle a tu tono de novio celoso, Paula. No hice nada malo.


—¡Camino aquí, y un tipo te está comprando una bebida!


—¡No le grites! —dijo Rosario.


Valentin puso su mano en mi hombro. —Todos hemos bebido bastante. Sólo salgamos de aquí.


La ira de Paula se volvió una mueca. —Tengo que decirle a Jeronimo que ya nos vamos —Se quejó, haciéndome a un lado para pasar a la pista de baile.


La tomé de la muñeca. —Voy contigo.


Se soltó de mi agarre. —Soy totalmente capaz de caminar unos metros por mí misma,Pedro. ¿Qué está mal contigo?


Paula salió disparada rumbo a Jeronimo, quien movía sus brazos y saltaba en medio del suelo de madera. El sudor se vertía por su frente. Al principio él sonrió, pero cuando ella gritó que se iba, rodó sus ojos.


Paula dijo mi nombre sin hacer sonido. Me estaba echando la culpa, lo que sólo me hizo molestarme aún más. Por supuesto que me molestaría si ella hiciera algo que pudiera provocar que saliera lastimada. Parecía no importarle mucho
cuando yo atacaba a Daniel Jenks, pero cuando me molestaba sobre que aceptara bebidas de extraños, tenía la audacia de enojarse.
Al igual que mi ira hervida por la rabia, un idiota en un disfraz de pirata agarró a Paula y se presionó contra ella. El lugar se puso borroso, y antes de que fuera consciente, mi puño estaba en su rostro. El pirata cayó al suelo, pero cuando Paula se fue con él, regresé a la realidad.
Con sus palmas sobre el piso de baile, se veía aturdida. Yo estaba congelado en estado de shock, mirándola, en cámara lenta, giró su mano para ver que se encontraba cubierta de brillante sangre roja que chorreaba de la nariz del pirata.


Traté de levantarla. —¡Oh, mierda! ¿Estás bien, Paloma?


Cuando Paula se puso de pie, se apartó de mí, tirando de su brazo. —¿Estás loco?


Rosario agarró la muñeca de Paula y tiró de ella a través de la multitud,sólo soltándola cuando estuvimos fuera. Tuve que caminar el doble de rápido para alcanzarlas.


En el estacionamiento, Valentin había abierto el Charger y Paula se deslizó en su asiento.


Traté de suplicarle perdón. Estaba más que furiosa. —Lo siento, Paloma, no sabía que te tenía agarrada.


—¡Tu puño estuvo a cuatro centímetros de mi cara! —dijo, agarrando la toalla manchada de aceite que Valentin le había lanzado. Limpiándose la sangre de la mano, envolviendo la tela en cada dedo, claramente asqueada.


Pestañeé. —No lo habría atacado si hubiera sabido que te tenía agarrada. Sabes eso, ¿verdad?


—Cállate,Pedro. Sólo cállate —dijo, mirando la parte trasera de la cabeza de Valentin.


—Paloma...


Valentin golpeó el volante con la palma de su mano. —¡Cállate,Pedro! ¡Dijiste que lo sientes, ahora cierra la maldita boca!


No podía decir nada. Valentin tenía razón: jodí toda la noche y repentinamente la posibilidad de que Paula me dejara era alarmante.


Cuando llegamos el apartamento, Rosario besó a su novio para despedirse.


—Nos vemos mañana, bebé.


Valentin asintió en resignación y la besó. —Te amo.


Yo sabía que se iban por mi culpa. De lo contrario, las chicas pasarían la noche en el apartamento al igual que cada fin de semana.
Paula pasó a mi lado hasta la Honda de Rosario sin decir una palabra.


Me acerqué a su lado, formando una sonrisa incómoda en un intento de calmar la situación. —Vamos. No te vayas molesta.


—Oh, no estoy molesta. Estoy furiosa.


—Necesita tiempo para calmarse, Pedro —me advirtió Rosario, abriendo la puerta.


Cuando la cerradura se abrió, entré en pánico, puse mi mano contra la puerta. —No te vayas, Paloma. Perdí el control. Lo siento.


Paula levantó la mano, mostrando los restos de sangre seca en su palma. — Llámame cuando crezcas.


Apoyé mi cadera contra la puerta. —No puedes irte.


Paula levantó una ceja y Valentin trotó alrededor del auto para llegar a nosotros. —Pedro, estás borracho. Estás a punto de cometer un grave error. Sólo déjala ir a casa, calmarse... ambos pueden hablar mañana cuando estén sobrios.


—No se puede ir —dije desesperado mirando fijamente a Paula a los ojos.


—No va a funcionar, Pedro —dijo, tirando la puerta—. ¡Muévete!


—¿A qué te refieres con que no va a funcionar? —le pregunté, agarrando su brazo. El temor de Paula diciendo las palabras, terminando ahí me hizo reaccionar sin pensar.


—Me refiero a la cara triste. No voy a creérmela —dijo, soltándose.


Me invadió un alivio de corto plazo. No iba a terminarlo. Por lo menos, no todavía.


Paula —dijo Valentin—, este es el momento del que hablaba. Tal vez deberías…


—Mantente fuera de esto, Valen—soltó Rosario, arrancando el auto.


—Lo voy a arruinar. Lo voy a arruinar bastante, Paloma, pero tienes que perdonarme.


—¡Voy a tener un moretón gigante en mi trasero mañana en la mañana!¡Golpeaste a ese tipo porque estabas molesto conmigo! ¿Qué debería decirme eso? ¡Porque las banderas rojas están elevándose en todo el lugar ahora mismo!


—Nunca he golpeado a una chica en mi vida —dije, sorprendido de que siquiera pensara que podía ponerle una mano encima, o a cualquier otra mujer de hecho.


—¡Y yo no voy a ser la primera! —dijo, tirando de la puerta—. ¡Muévete, maldita sea!


Asentí, dando un paso hacia atrás. Lo último que quería era que se fuera, pero era mejor que estuviera furiosa a que terminara mandándome a la mierda.


Rosario puso el coche en marcha, y vi a Paula a través de la ventana.


—Vas a llamarme mañana, ¿verdad? —le pregunté, tocando el parabrisas.


—Sólo vámonos, Ro —dijo, mirando hacia adelante.


Cuando ya no se veían las luces de freno, entré al apartamento.


—Pedro —advirtió Valentin—, no lo jodas, hermano. Lo digo en serio.


Asentí, caminando hacia mi cuarto derrotado. Parecía que justo cuando obtenía un puñado de cosas, mi maldito genio salía a relucir. Tenía que controlarlo,o iba a perder lo mejor que me había pasado.

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