viernes, 23 de mayo de 2014

CAPITULO 184



Medio emocionado, medio nervioso como el infierno, entré en la casa de mi padre, mis dedos entrelazados con los de Paula. Humo del cigarrillo de mi padre y mis hermanos provenía de la sala de juegos, mezclándose con el ligero olor almizclado de la alfombra que era más vieja que yo.
A pesar de que Paula estuvo molesta al principio por no tener mucho aviso antes de conocer a mi familia, parecía más a gusto de lo que yo me sentía. Traer una novia a casa no era un hábito de los hombres Alfonso, y cualquier predicción de sus reacciones no era fiable en el mejor de los casos.


Marcos salió a la vista primero. —¡Santo Cristo! ¡Es el idiota!
Cualquier esperanza de que mis hermanos pretendieran no ser otra cosa que salvajes era una pérdida de tiempo. Los amaba de todos modos, y conociendo a Paula, también lo haría.


—Oye, oye... cuida tu lenguaje frente a la señorita —dijo papá, asintiendo hacia Paula.


—Paloma, este es mi papá, Horacio Alfonso. Papá, esta es Paloma.


—¿Paloma? —preguntó Horacio, con una expresión divertida en el rostro.


Paula —dijo ella, estrechándole la mano.


Señalé a mis hermanos, cada uno asintiendo cuando decía su nombre. —Marcos, Nahuel, Manuel y Pablo.



Paula parecía un poco abrumada. No podía culparla, nunca le había hablado de mi familia, y cinco chicos serían abrumadores para cualquiera. De hecho, cinco chicos Alfonso eran francamente aterradores para la mayoría.
Al crecer, los niños del barrio aprendieron a no meterse con ninguno de nosotros, y sólo una vez alguien cometió el error de hacerlo. Éramos frágiles, pero nos uníamos como una sólida fortaleza si era necesario. Eso estaba claro, incluso
para aquellos que no pretendían intimidarnos.


—¿Paula tiene apellido? —preguntó papá.


—Chaves —dijo, asintiendo cortésmente.


—Es un placer conocerte, Paula —dijo Pablo con una sonrisa. Paula no lo habrá notado, pero la expresión de Pablo era una fachada para lo que realmente hacía: analizar cada palabra y movimiento suyo. Él siempre estaba en búsqueda de alguien que pudiera potencialmente balancear nuestro ya débil barco. Las olas no eran bienvenidas, y siempre había hecho su trabajo al calmar las potenciales
tormentas.


Papá no puede soportarlo, solía decir. Ninguno de nosotros podía discutir contra esa lógica. Cuando uno o unos cuantos de nosotros nos encontrábamos en problemas, iríamos con Pablo, y él se encargaría de ello antes que papá pudiera
averiguarlo. Años de acoger a un grupo de escandalosos, violentos chicos hizo que Pablo se convierta en un hombre mucho antes de lo que debería. Lo respetábamos por eso, incluyendo mi padre, pero años de ser nuestro protector lo
volvieron un poco arrogante a veces. Pero Paula se mantuvo sonriendo y ajena al hecho de que ahora era un blanco bajo la mirada del guardián de la familia.


—Un gran placer —dijo Marcos, sus ojos ambulantes en lugares que habrían conseguido que cualquier otro muriera.
Papá golpeó la parte trasera de su cabeza y gritó.


—¿Que dije? —dijo, frotándose la parte posterior de la cabeza.


—Siéntate, Paula. Míranos quitarle el dinero a Pepe—dijo Manuel.


Saqué una silla para Paula, y se sentó. Miré a Marcos, y respondió sólo con un guiño. Sabelotodo.


—¿Conociste a Stu Unger? —preguntó Paula, señalando una polvorienta foto.


No pude creerle a mis oídos.


Los ojos de papá se iluminaron. —¿Sabes quién es Stu Unger?


Paula asintió. —Mi papá es un fan también.


Papá se puso de pie, señalando la polvorienta foto a su lado. —Y ese de allí es Doyle Brunson.


Paula sonrió. —Mi papá lo vio jugar una vez. Es increíble.


—El abuelito de Pedro era un profesional. Nos tomamos al póquer muy en serio por aquí. —Papá sonrió.


No era sólo que Paula nunca hubiera mencionado el hecho que conocía algo sobre póquer, también era la primera vez que la había escuchado hablar de su padre.


Mientras observábamos a Marcos barajar y repartir, traté de olvidar lo que había sucedido.
Con sus largas piernas, ligeras pero perfectas y proporcionadas curvas, y grandes ojos, Paula era increíblemente hermosa, pero conocer a Stu Unger por su
nombre la había hecho tener un gran éxito con mi familia. Me acomodé un poco más arriba en mi asiento. No había forma que ninguno de mis hermanos pudiera traer a casa a alguien que superara eso.


Marcos levantó una ceja. —¿Quieres jugar, Paula?


Ella negó con la cabeza. —No creo que debería.


—¿No sabes cómo? —preguntó papá.


Me incliné para besar su frente. —Juega... yo te enseño.


—Deberías darle un beso de despedida a tu dinero en este momento, Paula —se rió Pablo.


Paula apretó los labios y metió la mano en su bolso,sacando dos billetes de cincuenta. Se los entregó a papá, esperando pacientemente que se los cambiara por fichas. Marcos sonrió, dispuesto a tomar ventaja de su confianza.


—Tengo fe en las habilidades para enseñar de Pedro —dijo Paula.


Manuel aplaudió. —¡Demonios, sí! ¡Voy a volverme rico esta noche!


—Empecemos con poco esta vez —dijo papá, lanzando una ficha de cinco dólares.


Marcos repartió, y abrió en abanico las cartas de Paula —¿Alguna vez has jugado?


—Ha pasado un tiempo —asintió.


—No se vale el Go Fish, optimista —dijo Marcos, mirando sus cartas.


—Cierra la boca, Marcos —gruñí, lanzándole una rápida mirada amenazante antes de volver a mirar las cartas de Paula—. Estás buscando cartas altas, números
consecutivos, y de la misma clase si eres muy afortunada.


Perdimos las primeras rondas, pero Paula se rehusaba a que la ayudara.
Luego de eso, empezó a recuperarse con bastante rapidez. Tres manos más tarde,había pateado todos sus traseros sin siquiera pestañear.


—¡Mierda! —Se quejó Marcos—. ¡La suerte del principiante apesta!


—Tienes a una chica que aprende rápido,Pepe —dijo papá, moviendo su boca alrededor de su cigarro.


Tomé un trago de mi cerveza, sintiéndome como el rey del mundo. —¡Me estás haciendo orgulloso, Paloma!


—Gracias.


—Aquellos que no pueden, enseñan —dijo Pablo, sonriendo.


—Muy gracioso, imbécil —murmuré.


—Consíguele una cerveza a la chica —dijo papá, una sonrisa divertida levantaba sus ya hinchadas mejillas.


Con mucho gusto fui y saqué una botella de la nevera, usé el ya roto borde de la encimera para sacar la tapa de la botella. Paula sonrió cuando puse la botella frente a ella y no dudó en tomar uno de sus tan conocidos grandes tragos.
Se limpió los labios con el dorso de la mano, y luego esperó que mi papá le diera sus fichas.


Cuatro manos más tarde, Paula había tomado lo último de su tercera cerveza y miraba a Manuel de cerca. —Está de tu parte, Manuel. ¿Vas a seguir siendo un bebé o vas a dar la cara como un hombre?


Se me estaba haciendo muy difícil mantener la excitación en otras zonas.


Mirar a Paula ganándoles a mis hermanos —y a un veterano del póquer como era mi padre— ronda tras ronda me calentaba. Nunca había visto una mujer más sexy en mi vida, y sucedía que era mi novia.


—¡Que se joda! —dijo Manuel, lanzando sus últimas fichas adentro.


—¿Qué tienes, Paloma? —le pregunté con una sonrisa. Me sentía como un niño en navidad.


—¿Manuel? —solicitó Paula, con el rostro completamente en blanco.


Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro. —¡Flush! —Sonrió, extendiendo sus cartas boca arriba sobra la mesa.


Todos miramos a Paula. Sus ojos recorrieron a los hombres a su alrededor y luego golpeó las cartas sobre la mesa. —¡Acepten su derrota y lloren, chicos! ¡Ases y ochos!


—¿Un Full House? ¿Qué demonios? —gritó Marcos.


—Lo siento. Siempre quise decir eso —dijo Paula, riendo mientras agarraba sus fichas.


Los ojos de Pablo se estrecharon. —Esto no es sólo suerte de principiante. Ella juega.


Miré a Pablo por un momento. No quitó sus ojos de Paula.


Entonces, la miré. —¿Has jugado alguna vez, Paloma?
Apretó los labios y se encogió de hombros, dejando que una dulce sonrisa apareciera en las comisuras de su boca. Mi cabeza cayó hacia atrás, y me eché a reír. Intenté decirle lo orgulloso que estaba, pero las palabras no salieron por el
temblor incontrolable que sacudía mi cuerpo. Golpeé la mesa con el puño varias veces, tratando de controlarme.


—¡Tu novia nos acaba de estafar! —dijo Manuel, señalando en mi dirección.


—¡DE NINGUNA JODIDA MANERA! —gimió Marcos, poniéndose de pie.


—Buen plan, Pedro. Traer un tiburón de cartas a la noche de póquer —dijo papá, guiñándole un ojo a Paula.


—¡No lo sabía! —dije, negando con la cabeza.


—¡Tonterías! —dijo Pablo, con los ojos todavía en mi novia.


—¡En serio! —dije.


—Odio decirlo, hermano. Pero creo que acabo de enamorarme de tu chica —dijo Nahuel.


De repente mi risa se había ido y fruncí el ceño. —Oye, ya.


—Ya está bueno. Estaba solamente dejándotela fácil, Paula, pero quiero mi dinero de vuelta, ahora —advirtió Marcos.

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