martes, 27 de mayo de 2014

CAPITULO 196



La siguiente semana pareció no tener fin. Rosario y yo decidimos que sería mejor si ella se quedaba en Morgan por un tiempo. Valentin aceptó de mala gana.Paula se perdió las tres clases de historia y encontró otro lugar además de la cafetería para comer. Traté de alcanzarla a la salida de alguna de sus clases, pero o bien ella no había asistido o se había ido antes de que terminasen. No atendería su teléfono.


Valentin me aseguró que ella estaba bien, y que nada le había pasado. Tan agonizante como era saber que estaba a dos grados de Paula, hubiera sido peor ser separado de ella por completo y no tener ni idea de si estaba viva o muerta. A pesar de que parecía que no quería tener nada que ver conmigo, no podía dejar de esperar que en algún momento, pronto, me perdonaría o que empezaría a extrañarme tanto como la extrañaba yo y aparecería en el departamento. 


Pensar en no volver a verla nunca de nuevo era demasiado doloroso, así que decidí seguir esperando.


El viernes Valentin golpeó a mi puerta.


—Pasa —dije desde la cama, mirando el techo.


—¿Sales hoy, amigo?


—No.


—Tal vez deberías llamar a Marcos. Ir a tomar un par de tragos y despejar tu mente por un rato.


—No.


Valentin suspiró. —Escucha, Rosario vendra, pero… y odio hacerte esto…pero no puedes molestarla sobre Paula. Apenas pude convencerla de venir. Ella sólo quiere quedarse en mi habitación, ¿de acuerdo?


—Sí.


—Llama a Mateo. Y necesitas comer algo y tomar una ducha. Te ves como la mierda.


Con eso,Valentin cerró la puerta. Todavía no cerraba bien desde aquella vez que la eché abajo. Cada vez que alguien la cerraba, el momento en que destruí el departamento porque Paula se había ido, venía a mi mente, y el hecho de que volvió a mí no mucho después, conduciéndonos a nuestra primera vez.


Cerré mis ojos, pero como cada una de las otras noches de la semana, no podía dormir. Cómo gente como Valentin pasaban por este tormento una y otra vez con diferentes chicas era una locura. Conocer a alguien después de Paula, incluso si esa chica de alguna forma valía algo, no podía imaginar sacar mi corazón ahí de nuevo. No para que pudiera sentirme de esta forma de nuevo. Como en una muerte lenta. Resulta que había tenido razón todo el tiempo.
Veinte minutos después pude escuchar la voz de Rosario en la sala de estar.


Los sonidos de ellos hablando en voz baja en la habitación de Valentin como si me ocultaran algo resonaron en todo el apartamento.
Incluso la voz de Rosario era demasiado para soportar. Saber que probablemente había hablado con Paula era insoportable.


Me obligué a mí mismo a levantarme y hacer mi camino hasta el baño para ocuparme de darme un baño y otras rutinas básicas de higiene que había descuidado la última semana. La voz de Rosario fue ahogada por el agua, pero al segundo que giré la palanca, podía escucharla de nuevo.
Me vestí y agarré las llaves de mi moto, preparándome para un largo viaje.


Probablemente terminaría en donde papá para contarle las noticias.


Justo cuando pasé por la puerta de la habitación de Valentin, el teléfono de Rosario sonó. Era el tono de llamada que le había asignado a Paula. Mi estómago se apretó.


—Puedo pasar a recogerte y llevarte a algún lugar a comer —dijo ella. Paula tenía hambre. Tal vez iría a la cafetería.


Corrí hasta la Harley y salí del estacionamiento, excediendo la velocidad y pasándome las luces rojas y las señales de alto de todo el camino hasta el campus.
Cuando llegué a la cafetería, Paula no estaba ahí. Esperé unos minutos, pero nunca apareció. Mis hombros se hundieron y caminé en la oscuridad a través del estacionamiento. Era una noche tranquila. Fría. Opuesta a la noche que caminé con Paula hasta Morgan después de que ganara nuestra apuesta, recordándome lo vacío que me sentía sin ella a mi lado.


Una pequeña figura a algunos metros de distancia apareció, caminando sola hacia la cafetería. Era Paula.


Su cabello estaba recogido en un moño, y cuando estuvo más cerca, noté que no llevaba nada de maquillaje. Sus brazos cruzados contra su pecho, no tenía puesto un abrigo, solamente un grueso cárdigan gris para protegerse del frío.


—¿Paloma? —dije, caminando hacia la luz de entre las sombras.


Paula se detuvo con una sacudida, y luego se relajó un poco cuando me reconoció.


—¡Jesús, Pedro! ¡Asustaste el infierno fuera de mí!


—Si contestaras tu teléfono cuando llamo no tendría que andar a escondidas en la oscuridad.


—Te ves como el infierno —dijo.


—He estado atravesándolo una o dos veces esta semana.


Apretó sus brazos alrededor suyo y tuve que detenerme para no abrazarla y mantenerla caliente.


Paula suspiró. —En realidad estoy de camino para conseguir algo para comer. Te llamaré más tarde, ¿de acuerdo?


—No. Tenemos que hablar.


—Pepe…


—Rechacé a Benny. Lo llamé el miércoles y le dije que no.
Estaba esperando que sonriera, o al menos que me mostrara alguna señal de que lo aprobaba.


Su rostro permaneció en blanco. —No sé qué quieres que te diga, Pedro.


—Di que me perdonas. Di que regresarás conmigo.


—No puedo.


Mi rostro se desplomó.


Paula intentó pasarme. Instintivamente, me paré frente a ella. Si se alejaba esta vez, la perdería. —No he dormido, o comido… no me puedo concentrar. Sé que me amas. Todo será como solía ser si simplemente vuelves conmigo.


Cerró sus ojos. —Somos disfuncionales, Pedro. Creo que simplemente estás obsesionado con la idea de tenerme más que cualquier otra cosa.


—Eso no es cierto. Te amo más que a mi vida, Paloma.


—Eso es exactamente lo que quiero decir. Esto es una conversación loca.


—No es una locura. Es la verdad.


—De acuerdo… ¿Así que cual, exactamente, es el orden para ti? ¿Es el dinero, yo, tu vida… o hay algo que vaya antes del dinero?


—Me doy cuenta de lo que he hecho, ¿de acuerdo? Veo que podrías pensar eso, pero si hubiera sabido que ibas a dejarme, nunca habría… Simplemente quería cuidar de ti.


—Ya has dicho eso.


—Por favor, no hagas esto. No puedo soportar sentirme así… esta… esta matándome —dije al borde del pánico. La pared que Paula mantenía a su alrededor cuando sólo éramos amigos estaba de vuelta, más fuerte que antes. No
estaba escuchándome. No podía llegar a ella.


—Terminé con esto, Pedro.


Hice una mueca. —No digas eso.


—Ha terminado. Vuelve a tu hogar.


Mis cejas se juntaron. —Tú eres mi hogar.


Paula hizo una pausa, y por un momento sentí que realmente había llegado a ella, pero sus ojos perdieron el enfoque, y la pared estaba levantada de nuevo. —Hiciste una elección, Pepe. Yo hice la mía.


—Me voy a quedar fuera del infierno de Las Vegas, y alejado de Benny…voy a terminar la universidad. Pero te necesito. Te necesito. Eres mi mejor amiga.


Por primera vez desde que era un niño, lágrimas calientes quemaban mis ojos y cayeron por una de mis mejillas. Incapaz de contenerme a mí mismo, alcancé Paula, envolví su pequeño cuerpo con mis brazos, y planté mis labios sobre los suyos. Su boca estaba fría y rígida, así que acuné su rostro entre mis manos, besándola más duro, desesperado por obtener una reacción.


—Bésame —le rogué.


Paula mantuvo su boca apretada, pero su cuerpo estaba sin vida. Si la dejaba ir, ella caería. —¡Bésame! —supliqué—. ¡Por favor, Paloma! ¡Le dije que no!


Paula se alejó. —¡Déjame tranquila, Pedro!


Su hombro chocó conmigo cuando me pasó, pero tomé su muñeca. Mantuvo su brazo recto, extendido detrás de ella, pero no se giró.


—Te estoy rogando. —Caí sobre mis rodillas, su mano aún en la mía. Mi respiración se evaporó mientras hablaba, recordándome el frío—. Te estoy rogando, Paula. No hagas esto.


Paula me miró otra vez, y luego sus ojos recorrieron desde su brazo hacia el mío, viendo el tatuaje en mi muñeca. El tatuaje que enseñaba su nombre.


Miró lejos, hacia la cafetería. —Déjame ir, Pedro.


El aire salió de mí, y con toda la esperanza enterrada, mis manos cayeron en la acera. Ella no iba a volver. Ya no me quería más, y no había nada que pudiera hacer o decir para cambiar eso.

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