Las fáciles conversaciones que solíamos tener se perdieron en mí.
Nada de lo que venía a mi mente parecía apropiado, y estaba preocupado de molestarla antes de llegar a lo de mi padre.
El plan era que interpretara su parte, empezara a echarme de menos, y entonces tal vez tendría otra oportunidad para suplicar que regresara. Era una apuesta arriesgada, pero lo único que tenía a mi favor.
Entré en el húmedo camino de grava y subí nuestros equipajes hasta el porche frontal.
Papá abrió la puerta con una sonrisa.
—Es bueno verte, hijo. —Sonrió ampliamente cuando miró a la empapada pero hermosa chica junto a mí—Paula Chaves. Estamos deseando la cena de mañana. Ha pasado mucho tiempo desde que… Bueno. Ha pasado mucho tiempo.
En casa, papá descansó la mano sobre su protuberante estómago y sonrió.
—Los puse en la habitación de invitados,Pepe. No me imaginé que quisieran pelearse con la cama simple de tu habitación.
Paula me miró. —Paula uh… va a uh… tomar la habitación de invitados. Yo dormiré en la mía.
Marcos se acercó, su rostro crispado en disgusto. —¿Por qué? Ha estado quedándose en tu apartamento, ¿no?
—Últimamente no —dije, intentando no arremeter en su contra. Sabía exactamente por qué.
Papá y Marcos intercambiaron miradas.
—La habitación de Pablo ha servido de almacenamiento durante años, así que iba a dejarle que tomara tu habitación. Supongo que puede dormir en el sofá —dijo papá, mirando sus andrajosos, descoloridos cojines.
—No te preocupes por eso, Horacio. Sólo intentábamos ser respetuosos —dijo Paula, tocando mi brazo.
La risa de papá rugió por toda la casa, y le acarició la mano.
—Ya has conocido a mis hijos,Paula. Deberías saber que es casi malditamente imposible ofenderme.
—Ya has conocido a mis hijos,Paula. Deberías saber que es casi malditamente imposible ofenderme.
Señalé hacia las escaleras, y Paula me siguió. Empujé gentilmente la puerta con mi pie y deposité nuestras maletas en el suelo, mirando la cama y luego a Paula. Sus ojos grises se agrandaron mientras escaneaba la habitación,
deteniéndose en una foto de mis padres que colgaba en la pared.
—Lo siento, Paloma. Dormiré en el suelo.
—Malditamente seguro que lo harás —dijo, recogiéndose el pelo en una coleta—. No puedo creer que te dejara meterme en esto.
Me senté en la cama, dándome cuenta de lo infeliz que la hacía la situación.
Supongo que parte de mí esperaba que estuviera tan aliviada como yo de estar juntos. —Esto va a ser un jodido desastre. No sé en qué pensaba.
—Sé exactamente en lo que pensabas. No soy estúpida, Pedro.
Alcé la vista y la ofrecí una cansada sonrisa. —Pero aun así viniste.
—Tengo que prepararlo todo para mañana —dijo, abriendo la puerta.
Me levanté. —Te ayudaré.
Mientras Paula preparaba las patatas, los pasteles, y el pavo, estuve ocupado llevando y entregándole las cosas, y completando las pequeñas tareas de cocina que me asignaba. La primera hora fue incómoda, pero cuando los gemelos llegaron, todo el mundo pareció congregarse en la cocina, ayudando a Paula a relajarse. Papá le contó a Paula historias sobre sus chicos, y todos nos reímos de las historietas sobre las anteriores y desastrosas cenas de Acción de Gracias, cuando habíamos intentado hacer algo más que pedir una pizza.
—Ana era un infierno de cocinera —reflexionó papá—Pepe no lo recuerda, pero no tenía sentido intentarlo después de su muerte.
—Sin presiones, Paula —dijo Marcos. Se rio entre dientes, y luego agarró una cerveza de la nevera—. Juguemos a las cartas. Quiero intentar recuperar parte de mi dinero que Paula tomó.
Papá agitó el dedo. —Sin póker este fin de semana, Marcos. He traído el dominó; ve a prepararlo. Sin apuestas, maldita sea. Lo digo en serio.
Marcos negó con la cabeza. —Está bien, viejo, está bien. —
Mis hermanos salieron serpenteando de la cocina, y Marcos los siguió, deteniéndose para mirar hacia atrás—. Vamos, Pepe.
Mis hermanos salieron serpenteando de la cocina, y Marcos los siguió, deteniéndose para mirar hacia atrás—. Vamos, Pepe.
—Voy a ayudar a Paloma.
—No hay mucho más que hacer, bebé —dijo Paula—. Adelante.
Sabía que lo había dicho para el show, pero no cambió la forma en la que me hizo sentir. Alcancé su cadera. —¿Estás segura?
Asintió y me incliné para besarla en la mejilla, apretando su cadera con mis dedos antes de seguir a Marcos a la sala de juegos.
Nos sentamos en la habitación de las cartas, preparándonos para una partida amistosa de dominó.
Marcos reventó la caja, maldiciendo al cartón por cortarle debajo de su uña antes de negociar las normas.
Manuel soltó un bufido. —Eres un puto bebé, Marcos, sólo acéptalo.
—No puedes contar de todos modos, imbécil. ¿De qué estás tan ansioso?
Me reí por la contestación de Marcos, atrayendo su atención hacia mí.
—Tú y Paula se llevan bien —dijo—. ¿Cómo funciona todo esto?
Sabía a qué se refería, y le disparé una mirada por abordar el tema en frente de los gemelos. —Con mucha persuasión.
Papá llegó y se sentó. —Es una buena chica, Pedro. Me alegro por ti, hijo.
—Lo es —dije, intentando no dejar que la tristeza se mostrara en mi cara.
Paula estaba ocupada limpiando en la cocina, y parecía como si pasase cada segundo luchando contra la urgencia de unirme a ella. Podrían ser unas vacaciones familiares, pero quería pasar cada momento libre con ella tanto como pudiera.
Media hora después, ruidos de roce me alertaron sobre el hecho de que el lavavajillas se había iniciado. Paula se acercó a despedirse antes de hacer su camino hacia las escaleras. Me levanté de un salto y tomé su mano.
—Es pronto, Paloma. No te estás yendo a la cama, ¿lo estás?
—Ha sido un día largo. Estoy cansada.
—Estábamos a punto de ver una película. ¿Por qué no vienes aquí abajo y pasas el rato?
Miró hacia las escaleras y luego a mí. —Está bien.
La llevé de la mano hacia el sofá, y nos sentamos juntos mientras los créditos iniciales aparecían.
—Apaga esa luz, Manuel—ordenó papá.
Llegué por detrás de Paula, apoyando el brazo sobre el respaldo del sofá.Luché contra la urgencia de envolver mis brazos alrededor de ella. Tenía dudas sobre su reacción, y no quería aprovecharme de la situación cuando estaba
haciéndome un favor.
A mitad de la película, la puerta frontal se abrió de golpe, y Pablo dio vuelta a la esquina, maletas en mano.
—¡Feliz Acción de Gracias! —dijo, dejando su equipaje en el suelo.
Papá se levantó y le abrazó, y todo el mundo hizo lo mismo excepto yo.
—¿No vas a saludar a Pablo? —murmuró Paula.
Observé a mi padre y hermanos abrazarle y reírse. —Tengo una sola noche contigo. No voy desperdiciar ni un segundo de ella.
—Hola, Paula. Es bueno verte de nuevo. —Pablo sonrió.
Toqué la rodilla de Paula. Bajó la vista, y luego me miró. Notando su expresión, aparté la mano de su pierna y entrelacé los dedos en mi regazo.
—Uh-oh. ¿Problemas en el paraíso? —preguntó Pablo.
—Cállate, Pablito—me quejé.
El ambiente en la sala cambió, y todos los ojos se posaron en Paula, esperando una explicación. Sonrío nerviosamente, y luego tomó mi mano entre las suyas.
—Simplemente estamos cansados —dijo, sonriendo—. Hemos trabajado toda la tarde en la comida. —Su mejilla se presionó contra mi hombro.
Miré nuestras manos y luego las apreté, deseando que hubiera alguna manera de poder decir entonces cuánto apreciaba lo que había hecho.
—Hablando de cansancio, estoy agotada —suspiró Paula—. Me voy de cabeza a la cama, bebé. —Miró a los demás—. Buenas noches, chicos.
—Buenas noches, hermanita —dijo papá.
Todos mis hermanos dieron las buenas noches, y observaron a Paula hacer su camino por las escaleras.
—Me voy, también —dije.
—Apuesto a que lo haces —bromeó Marcos.
—Bastardo afortunado —murmuró Nahuel.
—Oye. No hablaremos de tu hermana de esa forma —advirtió papá.
Ignorando a mis hermanos corrí por las escaleras, agarrando la puerta de la habitación justo antes de que se cerrara. Dándome cuenta de que podría querer desvestirse, y de que ya no estaría cómoda haciéndolo delante de mí, me congelé.
—¿Quieres que espere en la sala mientras te pones el pijama?
—Voy a meterme en la ducha. Me vestiré en el baño.
Me froté la nuca. —Está bien. Me haré una cama, entonces.
Sus grandes ojos eran de acero sólido mientras asentía, su pared obviamente impenetrable. Tomó algunas cosas de su bolsa antes de dirigirse al baño.
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