miércoles, 28 de mayo de 2014

CAPITULO 200




Excavando en el armario por sábanas y una manta, extendí las fundas en el suelo junto a la cama, agradecido de que al menos tuviéramos un tiempo a solas para hablar.Paula salió del baño, dejé caer una almohada en el suelo sobre la cabecera de las mantas, y luego tomé mi turno para la ducha.


No perdí el tiempo, rápidamente frotando el jabón por todo mi cuerpo, dejando que el agua enjuagara la espuma tan pronto como se formaba. En menos de diez minutos, estaba seco y vestido, caminando hacia la habitación.


Paula estaba tumbada en la cama cuando regresé, las sábanas tan arriba de su pecho como podían. La cama improvisada no era ni de cerca tan atractiva como una con Paula acurrucada en su interior. Me di cuenta de que mi última noche a su lado la pasaría despierto, escuchando su respiración a escasos centímetros de distancia, sin poder tocarla.


Apagué la luz, y me situé en el suelo. —Esta es nuestra última noche juntos, ¿verdad?


—No quiero pelear, Pepe. Sólo duérmete.


Me di la vuelta para mirarla, apoyando la cabeza sobre mi mano. Paula se giró, también, y nuestros ojos se encontraron.


—Te amo.


Me observó por un momento. —Lo prometiste.


—Prometí que esto no era un truco para volver a estar juntos. No lo fue. — Estiré una mano para tocar la suya—. Pero si hubiera significado estar contigo de nuevo, no puedo decir que no lo habría considerado.


—Me preocupo por ti. No quiero hacerte daño, pero debería haber seguido mi instinto en primer lugar. Nunca hubiera funcionado.


—Pero me amaste, sin embargo, ¿cierto?


Apretó los labios. —Aún lo hago.


Cada emoción se apoderó de mí en oleadas, tan fuertemente que no pude distinguir una de otra. —¿Puedo pedirte un favor?


—Estoy en parte en el medio de la última cosa que me pediste que hiciera — dijo con una sonrisa.


—Si realmente esto es todo… si de verdad has acabado conmigo… ¿me dejarías sostenerte esta noche?


—No creo que sea una buena idea, Pepe.


Mi mano apretó más la suya. —¿Por favor? No puedo dormir sabiendo que estás a centímetros de distancia, y que nunca tendré la oportunidad de nuevo.


Paula me miró durante unos segundos, y luego frunció el ceño. —No voy a acostarme contigo.


—Eso no es lo que estoy pidiendo.


Los ojos de Paula recorrieron el suelo por un rato mientras contemplaba su respuesta. Finalmente cerrando los ojos con fuerza, se deslizó del borde de la cama, y apartó las sábanas.


Me metí en la cama a su lado, estrechándola entre mis brazos apresuradamente. Se sentía tan increíblemente bien el acoplamiento con toda la tensión en la habitación, que me esforcé por no derrumbarme.


—Voy a echar de menos esto —dije.


Besé su pelo y la acerqué más, enterrando mi cara en su cuello. Descansó su mano en mi espalda, y tomé otra bocanada, intentando respirarla, para que este momento en el tiempo se grabara en mi cerebro.


—No… no creo que pueda hacer esto, Pedro—dijo tratando de liberarse.


No quería restringirla, pero si resistirme significaba evitar el dolor ardiente que había sentido por días, tenía sentido aferrarse.


—No puedo hacer esto —volvió a decir.


Sabía lo que quería decir. Estar juntos así era desgarrador, pero no quería que terminara.


—Entonces no lo hagas —dije contra su piel—, dame otra oportunidad.


Luego de un último intento de liberarse, Paula cubrió su cara con ambas manos y lloró en mis brazos. La miré, con lágrimas quemándome los ojos.


Tiré gentilmente de una de sus manos y besé su palma. Paula respiró escalonadamente mientras miraba sus labios, y de vuelta a sus ojos. —Nunca amaré a nadie de la forma que te amo, Paloma.


Resopló y tocó mi rostro, ofreciéndome un gesto de disculpa. —No puedo.


—Lo sé —dije, mi voz quebrándose—. Nunca me convencí de que yo fuera lo suficientemente bueno para ti.


La cara de Paula se arrugó y sacudió la cabeza. —No eres sólo tú, Pepe. No somos buenos el uno para el otro.


Sacudí la cabeza, queriendo estar en desacuerdo, pero tenía en parte razón.


Merecía algo mejor, lo que ella siempre había querido. 


¿Quién mierda era yo para arrebatarle eso?


Con ese reconocimiento, respiré profundo, y descansé la cabeza en su pecho.


Me desperté, escuchando conmoción en el piso de abajo.


—¡Ay! —gritó Paula de la cocina.


Bajé las escaleras corriendo, poniéndome una remera por la cabeza.


—¿Estás bien Paloma? —El suelo frío envió ondas expansivas por mi cuerpo, empezando en los pies—. ¡Mierda! ¡El suelo está jodidamente congelado! —Salté
de un pie al otro, haciendo que Paula sofocara una risa.


Todavía era temprano, quizás cinco o seis, y todos estaban dormidos. Paula se inclinó para empujar el pavo en el horno, y mi erección mañanera tuvo incluso una razón más para sobresalir a través de mis pantaloncillos cortos


—Puedes volver a la cama. Sólo tengo que poner el pavo dentro —dijo.


—¿Vienes?


—Sí.


—Muéstrame el camino —dije, barriendo mi mano hacia las escaleras.


Me arranqué la camisa mientras metíamos nuestras piernas bajo las sabanas, tirando de la manta hacia el cuello. Apreté mis brazos a su alrededor mientras temblábamos,esperando a que nuestro calor corporal calentara el espacio entre nuestra piel y las mantas.


Miré por la ventana, viendo los copos de nieve caer del cielo gris. Besé el pelo de Paula, y pareció derretirse contra mí. En ese abrazo, se sentía como si nada hubiera cambiado.


—Mira, Paloma. Está nevando.



Giró para enfrentar la ventana. —Se siente como navidad —dijo, presionando ligeramente su mejilla contra mi piel. Un suspiro desde mi garganta hizo que me mirara.


—¿Qué?


—No estarás aquí para navidad.


—Estoy aquí, ahora.


Tiré mi boca en una media sonrisa, y me incliné para besar sus labios. Paula se echó hacia atrás y sacudió la cabeza.


—Pepe…


La sostuve fuerte y bajé el mentón. —Me quedan menos de veinticuatro horas contigo, Paloma. Te voy a besar. Te voy a besar un montón hoy. Todo el día.Cada vez que pueda. Si quieres que pare, sólo di la palabra, pero hasta entonces, voy a hacer que cada segundo de mi último día contigo cuente.


—Pedro… —empezó Paula, pero después de unos segundos de pensarlo, su línea de visión bajó de mis ojos a mis labios.

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