miércoles, 16 de abril de 2014

CAPITULO 61




La charla profunda y exaltada de la familia de Pedro se fue desvaneciendo
conforme cruzamos la puerta y llegamos a su moto. Me recogí el pelo en un moño
y me subí la cremallera de la chaqueta, esperando a que él hablara. Se subió a la
moto sin decir una palabra y me senté a horcajadas en el asiento tras él.
Estaba segura de que pensaba que no había sido honesta con él, y
probablemente le avergonzaba haberse enterado de una parte tan importante de
mi vida al mismo tiempo que su familia. Creía que me esperaba una pelea enorme
cuando volviéramos a su apartamento, así que preparé una docena de disculpas
distintas mentalmente antes de llegar a la puerta principal. Me llevó de la mano
por el pasillo y después me ayudó a quitarme la chaqueta.
Tiré del moño que llevaba en lo alto de la cabeza, y el pelo me cayó en
gruesas ondas sobre los hombros.
—Sé que estás enfadado —dije, incapaz de mirarlo a los ojos—. Siento no
habértelo dicho, pero es algo de lo que no me gusta hablar.
—¿Enfadado contigo? —dijo él—. Estoy tan excitado que no puedo pensar
con claridad. Acabas de robar a los gilipollas de mis hermanos su dinero sin
pestañear, has alcanzado la categoría de leyenda con mi padre y sé a ciencia cierta
que perdiste a propósito la apuesta que hicimos antes de mi pelea.
—Yo no diría eso…
Levantó el mentón.
—¿Creías que ganarías?
—Bueno…, no, la verdad es que no —dije, mientras me quitaba los tacones.
Pedro sonrió.
—Así que querías estar aquí conmigo. Creo que acabo de enamorarme de ti
otra vez.
—¿Cómo es posible que no estés enfadado? —le pregunté, mientras
guardaba los zapatos en el armario.
Suspiró y asintió.
—Es un asunto bastante importante, Paloma. Deberías habérmelo contado.
Pero comprendo por qué no lo hiciste. Viniste aquí escapando de todo eso. Pero
ahora es como si el cielo se hubiera despejado…, todo cobra sentido.
—Es un alivio.
—El Trece de la Suerte —dijo él, sacudiendo la cabeza y quitándome la
camiseta por la cabeza.
—No me llames así, Pedro. No es algo positivo.
—¡Joder! ¡Eres famosa, Paloma! —dijo él, sorprendido por mis palabras.
Me desabrochó los pantalones y me los bajó hasta los tobillos, ayudándome
a salir de ellos.
—Mi padre me odió después de eso. Todavía me culpa de sus problemas.
Pedro se libró de su camiseta y me abrazó contra él.
—Todavía no me creo que la hija de Ruben Chaves esté de pie delante de
mí. Llevo contigo todo este tiempo y no tenía ni idea.
Me aparté de él.
—¡No soy la hija de Ruben Chaves, Pedro! Eso es lo que dejé atrás. Soy
Pau. ¡Solo Pau! —dije, caminando hacia el armario.
Saqué una camiseta de una percha y me la puse.
Él suspiró.
—Lo siento. Soy un poco mitómano.
—¡Sigo siendo solo yo! —Me llevé la palma de la mano al pecho,
desesperada por que me comprendiera.
—Sí, pero…
—Pero nada. La forma en la que me miras ahora es precisamente el motivo
por el que no te había contado nada. —Cerré los ojos—. No quiero vivir así nunca
más, Pepe. Ni siquiera contigo.
—¡Eh! Cálmate, Paloma. No saquemos las cosas de quicio. —Su mirada se
centró y se acercó a abrazarme—. No me importa qué eres o qué no eres. Te quiero
sin más.
—Entonces tenemos eso en común.
Me llevó hasta la cama sonriéndome.
—Somos tú y yo contra el mundo, Paloma.
Me acurruqué a su lado. Nunca había planeado que alguien aparte de mí y
de Rosario se enterara de lo de Ruben, y nunca había esperado que mi novio
perteneciera a una familia de chiflados por el póquer. Solté un profundo suspiro y
apreté la mejilla contra su pecho.
—¿Qué ocurre? —me preguntó.
—No quiero que nadie más lo sepa, Pepe. Ni siquiera quería que tú lo
supieras.
—Te quiero,Pau. No volveré a mencionarlo, ¿vale? Tu secreto está a salvo
conmigo —dijo, antes de darme un beso en la frente.

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