miércoles, 9 de abril de 2014

CAPITULO 39



Jeronimo sacudió la cabeza.
—Vale, entonces, ¿estás con Adrian o con Pedro? Estoy confuso.
—Adrian no me habla, así que eso está bastante en el aire ahora mismo
—dije, balanceándome para reajustarme la mochila.
Soltó una bocanada de humo, y después se quitó un poco de tabaco de la
lengua.
—Entonces, ¿estás con Pedro?
—Somos amigos, Jeronimo.
—Te das cuenta de que todo el mundo piensa que tenéis uno de esos pactos
de amigos con derecho a roce y que os negáis a admitirlo, ¿verdad?
—Me da igual. Que la gente piense lo que quiera.
—¿Y eso desde cuándo es así? ¿Qué pasó con la nerviosa, misteriosa y
reservada Pau que conozco y quiero?
—Murió por el estrés de tantos rumores y suposiciones.
—Qué mal. Voy a echar de menos señalarla y reírme de ella.
Le pegué un manotazo a Jeronimo en el brazo, y se rio.
—Bueno, ya va siendo hora de que dejes de fingir —dijo él.
—¿A qué te refieres?
—Cariño, estás hablando con alguien que se ha pasado la mayor parte de su
vida fingiendo. Se te ve venir a la legua.
—¿Qué intentas decir? ¿Que soy lesbiana y me niego a salir del armario?
—No, que ocultas algo. La chica recatada y sofisticada, con chaquetas de
punto y que va a restaurantes elegantes con Adrian Hayes…, esa no eres tú. O bien
eras una estríper de pueblo o bien has estado en rehabilitación. Apuesto por la
segunda opción.
Solté una gran carcajada.
—¡Eres un adivino terrible!
—Entonces, ¿qué secreto guardas?
—Si te lo dijera, ya no sería un secreto, ¿no?
El gesto de su rostro se afiló con una sonrisa maliciosa.
—Tú sabes el mío, ahora me toca a mí saber el tuyo.
—Siento traer malas noticias, pero tu orientación sexual no es exactamente
un secreto, Jeronimo.
—¡Joder! Y yo que pensaba que tenía un rollo ambiguo —dijo, dando otra
calada al cigarrillo.
Antes de hablar, me encogí de la vergüenza.
—¿Tuviste una buena vida familiar en casa, Jeronimo?
—Mi madre es genial…, mi padre y yo tuvimos que solucionar un montón
de asuntos, pero ahora estamos bien.
—Pues yo tuve a Ruben Chaves de padre.
—¿Quién es ese?
Me reí.
—¿Ves? No tiene importancia si no sabes quién es.
—Bueno, ¿y quién es?
—Un desastre. El juego, la bebida, el mal carácter…, todo eso es hereditario
en mi familia. Rosario y yo vinimos aquí para que yo pudiera empezar de cero,
sin el estigma de ser la hija de una vieja gloria famosa por sus borracheras.
—¿Una vieja gloria del juego de Wichita?
—Nací en Nevada. En aquella época, Ruben convertía en oro todo lo que
tocaba. Cuando cumplí trece años, su suerte cambió.
—Y te echó la culpa a ti.
—Rosario renunció a mucho para venir aquí conmigo y que así yo pudiera
escapar; pero llego aquí y me doy de bruces con Pedro.
—Y cuando miras a Pedro…
—Todo me resulta demasiado familiar.
Jeronimo asintió mientras tiraba el cigarrillo al suelo.
—Joder, Pau, qué mierda.
Fruncí el ceño.
—Si le dices a alguien lo que acabo de contarte, llamaré a la mafia. Tengo
algunos contactos, ¿sabes?
—Gilipolleces.
Me encogí de hombros.
—Puedes creer lo que quieras.
Jeronimo me miró con recelo y sonrió.
—Eres oficialmente la persona más guay que conozco.
—Eso es triste, Jeronimo. Deberías salir más —dije, deteniéndome en la entrada
de la cafetería.
Él me levantó la barbilla.
—Todo saldrá bien. Creo firmemente en ese rollo de que todo pasa por una
razón. Viniste aquí, Rosario  conoció a Valentin, descubristeis el Círculo y algo que
tienes puso el mundo de Pedro Alfonso patas arriba. Piénsalo —dijo, antes de
plantarme un fugaz beso en los labios.
—¡Eh! —dijo Pedro. Me cogió por la cintura, me levantó del suelo y volvió a
dejarme en el suelo detrás de él—. ¡Pensaba que contigo no tendría que
preocuparme de esa mierda, Jeronimo! ¡Échame una mano! —dijo bromeando.
Jeronimo se apoyó en Pedro y me guiñó un ojo.
—Hasta luego, Cookie.
Cuando Pedro se volvió a mirarme, su sonrisa se desvaneció.
—¿A qué viene ese ceño fruncido?
Sacudí la cabeza e intenté dejar que la adrenalina siguiera su curso.
—Es que no me gusta ese mote. Me trae muy malos recuerdos.
—¿Algún apodo cariñoso del joven ministro?
—No —gruñí.
Pedro se dio un puñetazo en la palma de la mano.
—¿Quieres que vaya a patearle el culo a Jeronimo? ¿Que le dé una lección?
Puedo dejarlo hecho trizas.
No pude evitar sonreír.
—Si quisiera hacer trizas a Jeronimo, simplemente le diría que Prada se ha
declarado en quiebra, y él mismo acabaría el trabajito por mí.
Pedro se rio y señaló la puerta.
—¡Vamos! Aquí me estoy consumiendo.

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