lunes, 2 de junio de 2014

CAPITULO 214




Mi boca se ensanchó en una sonrisa ridícula. Ella estaba llena de mierda,pero si eso era lo que la ayudaba a olvidarse de lo que acabábamos de pasar, yo estaba feliz de hacerlo.


—¿Cuándo?


Se encogió de hombros. —Podemos fijar un vuelo para mañana. Son las vacaciones de primavera. No tengo nada para mañana. ¿Y tú?


—Yo me encargaré de todo —le dije, tratando de alcanzar mi teléfono. Paula levantó la barbilla, haciendo gala de su lado terco—. Américan Airlines—dije,observando su reacción de cerca. Ni se inmutó.


—Américan Airlines ¿En que puedo ayudarle?


—Necesito dos boletos para Las Vegas, por favor. Mañana.


La mujer buscó el tiempo de vuelo y luego preguntó cuanto tiempo íbamos a quedarnos.


—Mmmmm… —Esperé a que Paula cediera, pero no lo hizo—. Dos días.Ida y vuelta. Lo que tenga.


Apoyó su barbilla en mi pecho con una gran sonrisa, esperando a que yo terminara la llamada


La mujer preguntó por mi información de pago. Así que le pedí a Paula mi billetera.


Ese fue el momento en que pensé que se reiría y me diría que cuelgue el teléfono, pero felizmente sacó la tarjeta de mi billetera y me la entregó.Le di los números de mi tarjeta de crédito al agente, mirando a Paula después de cada serie.


Ella se limitó a escuchar, divertida. Dije la fecha de vencimiento y se me pasó por la mente que estaba a punto de pagar por dos billetes de avión que probablemente no usaría.Paula tenía una maldita cara de póker, después de todo.


—Er, sí señora. Los recogeremos en el mostrador. Gracias.


Le pasé el teléfono a Paula y lo colocó en la mesita de noche.


—Me acabas de pedir que me case contigo —le dije, todavía esperando que admitiera que no iba enserio.


—Lo sé.


—Ese es un asunto real, sabes. Sólo pedí dos boletos para mañana temprano. Entonces eso significa que nos casaremos mañana en la noche.

—Gracias.


Mis ojos se estrecharon. —Vas a ser la señora Alfonso cuando empieces las clases el lunes.


—Oh —dijo, mirando a su alrededor.


Levanté una ceja. —¿Tienes dudas?


—Tendré que cambiar serios papeles la próxima semana.


Asentí lentamente, con cautela esperanzado. —¿Te vas a casar conmigo mañana?


Sonrió. —Ajá.


—¿Hablas en serio?


—Sip.


—¡Te amo, maldita sea! —Agarre cada lado de su cara, golpeando mis labios contra los de ella—. Te amo demasiado, Paloma —le dije, besándola una y otra vez.


Sus labios tenían problemas para seguirme.


—Sólo recuerda, que dentro de cincuenta años, todavía estaré pateando tu trasero en el póker. —Soltó una risita.


—Si significan sesenta o setenta años contigo, nena… tienes todo mi permiso para hacer lo que quieras.


Levantó una ceja. —Tú no quisiste decir eso.


—¿Quieres apostar?


Su dulce sonrisa se convirtió en la expresión de la confiada Paula Chaves que vi presionar como una profesional en la mesa de póker en las vegas. —¿Estás lo suficientemente confiado como para apostar la brillante moto que está afuera?


—Pondría todo lo que tengo en tus manos. No me arrepiento de ningún segundo contigo, Paloma y nunca lo haré.


Tendió una mano y la tomé sin titubear, agitándola una vez y luego llevándomela a la boca, presionando mis labios tiernamente contra sus nudillos.


—Paula Alfonso… —dije, incapaz de dejar de sonreír.


Me abrazó, tensando sus hombros mientras los apretaba. —Pedro y Paula Alfonso. Tendrá un bonito anillo para ella.


—¿Anillo? —le dije, frunciendo el ceño.


—Nos preocuparemos de los anillos después, bebé. En cierto modo te arrojé esto encima.


—Uh… —interrumpí, recordando la caja en el cajón. Me pregunté si dársela era una buena idea. Hace unas semanas, tal vez incluso algunos días atrás, Paula podría haberse asustado, pero ya hemos pasado por eso. 


Esperaba.


—¿Qué?


—No te enojes —le dije—. Yo… como que ya me hice cargo de esa parte.


—¿Qué parte?


Me quedé mirando el techo y suspiré, dándome cuenta de mi error demasiado tarde. —Vas a enloquecer.


—Pedro…


Busqué en el cajón de la mesita de noche y tanteé alrededor por un momento.


Paula frunció el ceño y luego sopló el pelo húmedo de sus ojos. —¿Qué? ¿Compraste más condones?


Me reí una vez. —No, Paloma —le dije, llegando más lejos en el cajón. Mi mano finalmente tocó los rincones familiares, y vi la expresión de Paula mientras sacaba la cajita de su escondite.


Paula bajó la mirada mientras colocaba el cuadrado de terciopelo en mi pecho, llegando detrás para descansar mi cabeza en mi brazo.


—¿Qué es eso?


—¿Qué es lo que parece?


—Está bien, déjame reformular la pregunta: ¿Cuándo conseguiste esto? Inhalé. —Hace un tiempo.


—Pepe…


—Sólo lo vi un día… y supe que sólo había un lugar al que podía pertenecer… en tu perfecto dedo meñique.


—¿Un día, cuándo?


—¿Importa?


—¿Puedo verlo? —Sonrió, sus iris grises brillando.


Su inesperada reacción provocó otra ancha sonrisa a través de mi cara. —Ábrelo.


Paula tocó ligeramente la caja con un dedo y luego agarró el sello de oro con las dos manos, tirando lentamente para abrir la tapa. Sus ojos se ensancharon y luego cerró la tapa.


—¡Pedro! —se lamentó.


—Sabía que ibas a enloquecer —le dije, sentándome y ahuecando mis manos sobre las suyas.


—¿Es que estás loco?


—Lo sé, sé lo que estás pensando, pero tenía que hacerlo. 
Era único. ¡Y tenía razón! No he visto uno así que sea tan perfecto como este. —Me encogí por dentro,esperando que se recuperara del hecho de que yo había admitido la frecuencia con la que veía los anillos.


Sus ojos se abrieron de golpe y luego despacio deslizó sus manos por la caja.


Intentando otra vez, abrió la tapa y luego sacó el anillo de la abertura que lo mantenía en su lugar.


—Es… Dios mío, es increíble —susurró mientras yo tomaba su mano izquierda en la mía.


—¿Puedo ponerlo en tu dedo? —le pregunté, mirándola. 

Cuando asintió,apreté mis labios y luego deslicé la banda de plata sobre su nudillo, manteniéndola en su lugar por un segundo o dos antes de soltarla.


—Ahora es increíble.


Los dos nos quedamos mirando su mano por un momento. Se encontraba finalmente donde pertenecía.


—Pudiste haber pagado la cuota inicial de un auto con esto —dijo en voz baja, como si tuviera que susurrar en presencia del anillo.


Toqué su dedo anular con mis labios, besando su piel justo por delante de su nudillo. —Me había imaginado cómo se vería en tu mano un millón de veces.
Ahora que esta ahí…


—¿Qué? —Sonrió, esperando a que yo terminara.


—Pensé que iba a tener que sudar cinco años antes de sentirme de esta manera.


—Lo quería tanto como tú. He tenido un infierno con la cara de póker. —dijo presionando sus labios contra los míos.


Por mucho que quería desnudarla hasta que lo único que tuviera fuera mi anillo. Me ubiqué en la almohada y dejé descansar su cuerpo contra el mío. Si había una manera de centrarse en algo más que en el horror de esa noche, lo habíamos conseguido.

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