sábado, 31 de mayo de 2014

CAPITULO 210




El Honda era lento al empezar, pero llegamos hacia Keaton en tiempo suficiente. Llamé a Marcos en el camino, pidiendo a Dios que pudiera venir por mí como lo había prometido.


Paula estuvo a mi lado, esperando por Marcos junto a la pared alta, y reparada de Keaton. Las paredes este y oeste estaban protegidas con andamios de acero. La universidad estaba preparándose para darle un refrescamiento a su edificio más antiguo.


Encendí un cigarrillo y le di una calada, soplando el humo por mi nariz.


Paula apretó mi mano. —Él va a estar aquí.


La gente ya se filtraba desde todas las direcciones, parqueando a cuadras de distancia en diferentes lotes. 


Cuanto más cerca era la hora de la pelea, una gran cantidad de gente podía ser vista escalando la escalera sur de incendios.


Fruncí el ceño. La elección del edificio no había sido pensada. La última pelea del año siempre traía los apostadores más serios, y siempre llegaban temprano para que pudieran hacer sus apuestas y asegurar una buena vista. El tamaño del bote también traía a los espectadores con menos experiencia, quienes se presentaban tarde y terminaban aplastados contra las paredes. Ese año era excepcionalmente grande. Keaton estaba en las afueras del campus, el cual era preferido, pero su sótano era uno de los más pequeños.


—Esta es una de las peores ideas que Agustin ha tenido hasta ahora—me quejé.


—Es muy tarde para cambiarlo —dijo Paula, sus ojos viajando por los bloques de hormigón.


Abrí mi celular, disparé un sexto mensaje de texto a Marcos, y luego cerré el teléfono.


—Pareces nervioso esta noche —susurró Paula.


—Me sentiré mejor cuando Marcos traiga su trasero punk aquí.


—Estoy aquí, niña quejumbrosa —dijo Marcos en voz baja.
Suspiré con alivio.


—¿Cómo has estado, hermana? —preguntó Marcos a Paula, abrazándola con un brazo, y luego juguetonamente empujándome con el otro.


—Estoy bien, Marcos—dijo, divertida.


Dirigí a Paula de la mano a la parte posterior del edificio, mirando hacia atrás a Marcos mientras caminábamos. —Si los policías aparecen y nos separamos,veámonos en la residencia Morgan ¿de acuerdo?


Marcos asintió justo cuando me detuve junto a la ventana abierta cerca del suelo.


—¿Estás jugando conmigo? —dijo Marcos, mirando abajo hacia la ventana—.Paula apenas va a pasar por allí.


—Vas a pasar —le aseguré, arrastrándome hacia la oscuridad interior.


Ahora, acostumbrada al allanamiento de morada, Paula no dudó en arrastrarse en el suelo helado, moviéndose con lentitud hacia atrás a través de la ventana, cayendo en mis brazos.


Esperamos por unos momentos, luego Marcos gruñó mientras se empujaba fuera de la cornisa y aterrizaba en el suelo, a punto de perder el equilibrio cuando sus pies tocaron el hormigón.


—Tienes suerte de que te ame, Paula. Yo no haría esta mierda por nadie más —gruñó, sacudiéndose la camisa.


Salté, cerrando la ventana con tirón rápido. —Por aquí —dije, dirigiendo a Paula y a mi hermano a través de la oscuridad.


Zigzagueamos más lejos dentro del edificio hasta que se pudo ver una pequeña llama de luz. Un murmullo de voces venía desde el mismo punto, mientras nuestros tres pares de pies rayaban contra el concreto suelto del suelo.


Marcos suspiró luego del tercer giro. —Nunca encontraremos una forma de salir de aquí.


—Sólo sígueme al salir. Estarás bien —dije.


Era fácil de discernir cuán cerca estábamos por el creciente volumen de la multitud esperando en el salón principal. La voz de Agustin venía sobre el megáfono, gritando nombres y números.


Me detuve en la habitación del lado, mirando alrededor a las mesas y sillas cubiertas con sábanas blancas. Una sensación de malestar vino a mí. El lugar era un error. Casi tan grande como traer a Paula a un lugar tan peligroso. Si se desataba una pelea, Paula estaría protegida por Marcos, pero el refugio habitual estaría lejos de la multitud, y estaba lleno de muebles y equipos.


—Entonces, ¿cómo vas a jugar esto? —preguntó Marcos.


—Divide y vencerás.


—¿Divide qué?


—Su cabeza del resto de su cuerpo.


Marcos asintió rápidamente. —Buen plan.


—Paloma, quiero que te pares en esta puerta, ¿de acuerdo? 


Paula miró hacia la sala principal, sus ojos se abrieron mientras tomaba el caos—. Paloma, ¿me escuchaste? —pregunté, tocándole su brazo.


—¿Qué? —preguntó, parpadeando.


—Quiero que te pares cerca de esta puerta, ¿de acuerdo? Mantente agarrada del brazo de Marcos todo el tiempo.


—No me moveré —dijo—. Lo prometo.


Le sonreí a su dulce y abrumada expresión. —Ahora tú pareces nerviosa.


Miró hacia la puerta, y luego a mí. —No tengo un buen presentimiento sobre esto, Pepe. No acerca de la pelea, pero… algo. Este lugar me asusta.


No podía disentir. —No estaremos mucho tiempo.


La voz de Agustin vino sobre la bocina, empezando su anuncio de apertura.


Toqué cada lado del rostro de Paula, y la miré a los ojos. —Te amo. —El fantasma de una sonrisa tocó sus labios, y la atraje hacia mí, sosteniéndola con fuerza contra mi pecho.


—… ¡Así que no usen sus putas para estafar el sistema, muchachos! —dijo la voz de Agustin, amplificado por el megáfono.


Enganché el brazo de Paula alrededor del de Marcos—No quites tus ojos de ella. Ni siquiera por un segundo. Este lugar se volverá loco una vez que la pelea comience.


—… así que démosle la bienvenida al contrincante de hoy, ¡JOHN SAVAGE!


—La protegeré con mi vida, hermanito —dijo Marcos, tirando ligeramente del brazo de Paula para darle énfasis—. Ahora patéale el trasero a este tipo, y vámonos de aquí.


—¡Sacúdanse en sus botas, muchachos, y tiren sus bragas, señoras! Les doy a: ¡PEDRO “PERRO LOCO” ALFONSO!


En la introducción de Agustin, entré a la habitación principal. Brazos se agitaban, y las voces de muchos se disparaban al unísono. El mar de gente se abrió ante mí, y poco a poco hice mi camino hacia el Círculo.


La habitación estaba iluminada sólo con faroles colgando del cuello. Aún tratando de mantener un bajo perfil debido a casi ser arrestados antes, Agustin no quería que las luces brillantes se descubrieran por alguien afuera.


Incluso en la penumbra, podía ver la expresión de severidad de John Savage. Se alzaba sobre mí, sus ojos salvajes e impacientes. Rebotó de un pie al otro un par de veces, y luego se detuvo, frunciendo el ceño hacia mí con el asesinato en su mente.


Savage no era un aficionado, pero sólo había tres maneras de ganar: knock- out, sumisión y decisión. La razón de la ventaja que siempre había tenido a mi favor era porque yo tenía cuatro hermanos, quienes peleaban de diferentes
maneras.


Si John Savage peleaba como Marcos, se basaría en la ofensiva, velocidad y ataques sorpresa, los cuales había entrenado durante toda mi vida.


Si él peleaba como los gemelos, con combinaciones de puños y patadas, o cambiando sus tácticas a golpes de tierra, había entrenado para eso toda mi vida.


Pablo era el más letal. Si Savage luchaba inteligentemente, y él probablemente lo hacía, juzgando por la manera en que me evaluaba, lucharía con el perfecto balance de fuerza, velocidad y estrategia. Yo sólo había intercambiado golpes con mi hermano mayor un puñado de veces en mi vida, pero para el momento en que yo tenía dieciséis años, no podía derrotarme sin la ayuda de mis otros hermanos.


No importaba lo mucho que John Savage había entrenado, o qué ventaja pensó que tenía, había peleado con él antes. 


Había luchado con todo el mundo que podía valer una maldita pelea antes… y yo había ganado.


Agustin hizo sonar el megáfono, y Savage tomó un corto paso hacia atrás antes de energizar un golpe en mi dirección.


Lo esquivé. Sin duda pelearía como Pablo.


Savage se acercó demasiado, así que jalé mi bota y lo lancé de nuevo a la multitud. Lo empujaron de nuevo hacia el círculo, y se acercó con un renovado propósito.


Tiró dos golpes consecutivos, y luego lo agarré, empujando su cara hacia mi rodilla. John se tambaleó hacia atrás, puso su cordura sobre él, y luego volvió a la carga.


Me giré y perdí, y luego trató de envolver sus brazos alrededor de mi cintura. Ya sudado, era fácil deslizarse de sus manos. Cuando me di la vuelta, su codo se reunió con mi mandíbula, y el mundo se detuvo por menos de un segundo antes que me lo quitara de encima y le respondiera con un gancho de izquierda y derecha, aterrizando uno detrás del otro.


El labio inferior de Savage se dividió y salpicó. Dibujando la primera sangre, aumentaba el volumen de la sala a un decibel ensordecedor.


Mi codo se echó hacia atrás, y mi puño lo siguió hacia el final, haciendo una parada corta en la nariz de Savage. No lo sostuve, contundentemente a propósito, así tendría tiempo para mirar hacia atrás y chequear a Paula. Se había quedado donde yo le había pedido, su brazo seguía enganchado alrededor del de Marcos.


Satisfecho de que estaba bien, me concentré en la pelea de nuevo, esquivando rápidamente cuando Savage lanzó un puñetazo tambaleante, y luego tiró sus brazos alrededor de mí, arrojándonos al suelo.


John aterrizó debajo de mí, y sin siquiera intentarlo, mi codo se estrelló contra su cara. Puso mi cuerpo en una tenaza con sus piernas, encerrándolas juntas en los tobillos.


—Voy a acabar contigo, ¡maldito idiota! —gruñó John.


Sonreí, y luego lo empujé fuera del suelo, levantándonos a ambos. Savage luchó para sacarme de balance, pero era hora de llevar a Paula casa.


La voz de Marcos estalló sobre el resto de la multitud. —¡Golpea su trasero, Pedro!


Caí hacia adelante y hacia un lado ligeramente, golpeando la espalda de John y su cabeza contra el concreto, en un golpe devastador. Con mi oponente ahora aturdido, eché hacia atrás mi codo y empujé mis puños en su rostro y a los lados de su cabeza, una y otra vez, hasta que un par de brazos se engancharon bajo los míos y me apartaron.


Agustin lanzó un cuadrado rojo en el pecho de Savage, y la sala explotó mientras Agustin agarraba mi muñeca y levantaba mi mano en el aíre.


Miré hacia Paula, quien estaba subiendo y bajando cabezas por encima del resto de la multitud, sostenida por mi hermano.


Marcos estaba gritando algo, una enorme sonrisa en su rostro.


Justo cuando la multitud comenzó a dispersarse, vi una mirada de horror en el rostro de Paula, y segundos después, un llanto colectivo de la multitud provocó
pánico. Una linterna colgante en la esquina de la sala principal se había caído,envolviendo una sábana blanca en fuego. El incendio se extendió rápidamente a la sábana del lado, comenzando una reacción en cadena.

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