TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
sábado, 31 de mayo de 2014
CAPITULO 209
La vida había vuelto a la normalidad, tal vez más para Paula que para mí. A simple vista estábamos felices, pero podía sentir una muralla de precaución construyéndose a mí alrededor. Ni un segundo con Paula era dado por sentado.
Si la miraba y quería tocarla, lo hacía. Si ella no estaba en el departamento y la extrañaba, iba a Morgan. Si estábamos en el apartamento,estaba en mis brazos.
Regresar a la escuela como una pareja por primera vez desde el otoño, tuvo el efecto esperado. Cuando caminábamos juntos, tomados de la mano, riendo y
ocasionalmente besándonos —de acuerdo, más que ocasionalmente— los chismes se dispararon a una altura histórica. Como siempre en la escuela, los susurros y las
historias dignas del tabloide continuaban hasta que otro escándalo sacudía al campus.
En la cima de la inquietud que ya sentía por mi relación con Paula, Valentin estaba cada vez más irritado por la última pelea del año. Yo no estaba muy lejos.
Ambos dependíamos de las ganancias de esa pelea para financiar nuestros gastos para el verano, sin mencionar parte del otoño. Desde que había decidido que la última pelea del año era también mi última pelea para bien, la necesitaríamos.
Las vacaciones de primavera se acercaban, pero todavía no había oído palabra de Agustin. Valentin había finalmente escuchado a través de múltiples líneas de comunicación que Agustin estaba manteniendo un perfil bajo, después de los arrestos a raíz de la pelea más reciente.
El viernes antes de las vacaciones, el ambiente del campus se sentía más ligero, incluso con el fresco montón de nieve que había sido arrojada en el estado durante la noche. En nuestro camino hacia la cafetería para el almuerzo, Paula y yo apenas habíamos escapado de una pelea pública de bolas de nieve; Rosario, no tanto.
Todos charlábamos y reíamos, esperando en la línea por bandejas de Dios- sabe-qué, y luego nos sentamos en nuestros asientos regulares. Valentin consoló a Rosario mientras yo divertía a Benjamin con la historia de cómo Paula aguijoneó a mis hermanos en la noche de póker. Mi teléfono vibró, pero no lo registré hasta que Paula lo señaló.
—¿Pepe? —dijo.
Me volví, descartando todo en el momento en que dijo mi nombre.
—Tal vez quieras contestar eso.
Miré el celular y suspiré. —O no. —Parte de mí necesitaba esa última pelea, pero parte de mí sabía que sería tiempo lejos de Paula. Después de que fuera atacaba en la última, no había forma que pudiera concentrarme si ella venía a esta sin protección, y no podía concentrarme por completo si no estaba ahí, tampoco.
La última pelea del año siempre era la más grande y no podía permitirme el lujo de tener mi cabeza en cualquier otra parte.
—Podría ser importante —dijo Paula.
Sostuve el teléfono en mi oreja. —¿Qué pasa, Agustin?
—¡Perro Loco! Te va a encantar esto. Está hecho. ¡Tengo a John jodido Savage!
¡Está planeando entrar a los profesionales el próximo año! ¡La oportunidad de una maldita vida! Cinco figuras. Serás fijado por un tiempo.
—Esta es mi última pelea, Agustin.
El otro extremo de la línea se quedó en silencio. Podía imaginar su mandíbula trabajando bajo su piel. Más de una vez, había acusado a Paula de amenazar su movimiento de fondos, y estaba seguro que la culparía de mi decisión.
—¿La vas a traer?
—No estoy seguro todavía.
—Probablemente deberías dejarla en casa, Pedro. Si esta es realmente tu última pelea, te necesito completo.
—No iré sin ella, y Valen se va de la ciudad.
—No lo jodas esta vez. Lo digo en serio.
—Lo sé. Te escuché.
Agustin suspiró. —Si realmente no considerarás dejarla en casa, tal vez podrías llamar a Marcos. Eso probablemente dejaría tu mente en paz, y entonces podrías concentrarte.
—Hmmm… en realidad esa no es una mala idea —dije.
—Piensa en ello. Déjame saber —dijo Agustin, colgando el teléfono.
Paula me miraba expectante.
—Es suficiente para pagar la renta por los próximos seis meses. Agustin consiguió a John Savage, él trata de llegar a las profesionales.
—Yo no lo he visto luchar, ¿tú lo has hecho? —preguntó Valentin, inclinándose hacia adelante.
—Sólo una vez en Springfield. Él es bueno.
—No lo suficiente —dijo Paula. Me incliné y besé su frente—. Puedo quedarme en casa,Pepe.
—No —dije, negando con la cabeza.
—No quiero que te golpeen como la última vez porque estás preocupado de mí.
—No, Paloma.
—Esperaré por ti. —Sonrió, pero era obviamente forzada, haciéndome incluso más determinado.
—Le pediré a Marcos que venga. Él es el único en el que confió para poder concentrarme en la pelea.
—Muchas gracias, idiota —se quejó Valentin.
—Oye, tuviste tu oportunidad —dije, sólo medio bromeando.
La boca de Valentin tiró de un lado. Podía hacer pucheros todo el día, pero había cometido un error en Hellerton, dejando que Paula se alejara de él así. Si hubiera estado prestando atención, eso nunca habría pasado, y todos lo sabíamos.
Rosario y Paula juraban que fue un accidente fortuito, pero no dudaba decirle lo contrario. Se encontraba mirando la pelea en vez de a Paula, y si Eduardo hubiera terminado lo que comenzó, yo estaría en la cárcel por asesinato. Valentin le pidió a Paula disculpas por semanas, pero luego lo llevé aparte y le dije que acabara. A ninguno de nosotros le gustaba revivirlo cada vez que su culpa sacaba lo mejor de él
—Valentin, no fue tu culpa. Tú lo alejaste de mí, ¿recuerdas? —dijo Paula,estirándose alrededor de Rosario para palmear su brazo. Ella se giró hacia mí—¿Cuándo es la pelea?
—En algún momento la próxima semana. Te quiero ahí. Te necesito ahí. —Si hubiera sido menos que un idiota, habría insistido que se quedara en casa, pero ya había establecido en numerosas ocasiones que no lo era. Mi necesidad de estar alrededor de Paula Chaves anulaba cualquier pensamiento racional. Siempre ha sido de esa forma, e imaginaba que siempre lo sería.
Paula sonrió, apoyando su barbilla en mi hombro.
—Entonces, estaré ahí.
Dejé a Paula en su última clase, besándola para despedirme antes de encontrarme con Valentin y Rosario en Morgan. El campus estaba vaciándose rápidamente, y finalmente recurrí a fumar mis cigarrillos cerca de la esquina, así no tendría que esquivar a alguna alumna acarreando su equipaje o la lavandería cada tres minutos.
Saqué el celular de mi bolsillo y marqué el número de Marcos, escuchando cada tono con creciente impaciencia. Al final, su correo de voz saltó. —Marcos, soy yo. Necesito un gran favor. Es con límite de tiempo, así que llámame de vuelta tan pronto como sea posible. Nos vemos.
Colgué, viendo a Valentin y Rosario saliendo por las puertas de vidrio de los dormitorios, cada uno sosteniendo dos de sus bolsos.
—Parece que ya tienes todo listo.
Valentin sonrió; Rosario no.
—Realmente no son tan malos —dije, dándole un codazo. Su ceño fruncido no desapareció.
—Se sentirá mejor una vez que estemos allí —dijo Valentin, más que nada para alentar a su novia que para convencerme a mí.
Los ayudé a poner los bolsos en el baúl del Charger, luego esperamos a que Paula terminara su medio periodo, y nos encontrara en el estacionamiento.
Ceñí mi gorra a mi orejas y encendí un cigarrillo, esperando. Marcos todavía no me había regresado la llamada, y estaba poniéndome nervioso acerca de que no sería capaz de venir.
Los gemelos estaban a mitad de camino a Colorado con algunos de sus compañeros Sig Tau, y no confiaba en nadie más para mantener a Paula a salvo.
Tomé varias caladas, pensando en diferentes escenarios en mi cabeza si Marcos no me devolvía la llamada, y cuan jodidamente egoísta estaba siendo,requiriendo su presencia en un lugar donde sabía que ella estaría en peligro. La completa concentración era necesaria para ganar esta pelea, y eso dependía de dos cosas: la presencia de Paula, y su seguridad. Si Marcos tenía que trabajar o no me
llamaba de regreso, tendría que cancelar la pelea. Era la única opción.
Tomé una última calada del último cigarrillo en el paquete. Había estado tan absorto en mis preocupaciones que no me había dado cuenta de lo mucho que había estado fumando.
Miré mi reloj. Paula ya debería haber salido de clases.
En ese momento, dijo mi nombre.
—Hola, Paloma.
—¿Todo está bien?
—Lo está ahora —dije, tirándola a mis brazos.
—De acuerdo, ¿qué está pasando?
—Sólo tengo bastante en mi mente. —Suspiré. Cuando hizo saber que mi respuesta no fue suficiente buena, continué—: Esta semana, la pelea, tú estando ahí…
—Te dije que me quedaría en casa.
—Te necesito ahí, Paloma —dije, tirando mi cigarrillo al suelo. Lo miré desaparecer en una profunda huella en la nieve, y entonces tomé la mano de Paula.
—¿Has hablado con Marcos? —preguntó.
—Estoy esperando que él me llame de vuelta.
Rosario bajó la ventanilla y asomó la cabeza del Charger de Valentin — ¡Dense prisa! ¡Está haciendo demasiado frío!
Sonreí y abrí la puerta para Paula. Mientras miraba por la ventaba, Valentin y Rosario repetían la misma conversación que habían tenido desde que se enteró que se reuniría con sus padres. Justo cuando nos detuvimos en el estacionamiento del apartamento, mi teléfono sonó.
—¿Qué diablos, Marcos? —pregunté, viendo su nombre en la pantalla—. Te llamé hace horas. No es como si fueras productivo en el trabajo o algo así.
—No han sido horas, y lo siento. He estado donde Cami.
—Como sea. Escucha, necesito un favor. Tengo una pelea la próxima semana. Necesito que vayas. No sé cuándo es, pero cuando te llame, necesito que estés allí en una hora. ¿Puedes hacer eso por mí?
—No lo sé. ¿Qué hay para mí? —bromeó.
—¿Puedes hacerlo o no, idiota? Porque necesito que mantengas un ojo en Paloma. Un idiota puso sus manos en ella la última vez y…
—¿Qué mierda, Chuck? ¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Quién lo hizo? —preguntó Marcos, su tono inmediatamente grave.
—Me encargué de eso. Entonces, ¿si llamo…?
—Sí. Quiero decir, por supuesto hermanito, estaré ahí.
—Gracias, Marquitos —Apagué mi teléfono e incliné mi cabeza contra el respaldo del asiento.
—¿Aliviado? —preguntó Valentin, mirando mi ansiedad desaparecer a través del espejo retrovisor.
—Sí. No estaba seguro de qué haría sin él allí.
—Te dije… —comenzó Paula, pero la detuve.
—Paloma, ¿cuántas veces tengo que decirlo?
Negó con la cabeza ante mi tono impaciente. —No lo entiendo. No me necesitabas antes.
Me giré en su dirección, mis dedos tocando su mejilla.
Claramente no tenía idea de los profundos sentimientos que me recorrían. —No te conocía antes.Cuando no estás allí, no puedo concentrarme. Me pregunto dónde estás, qué estás haciendo… si estas ahí y puedo verte, puedo concentrarme. Sé que suena loco, pero así es como es.
—Y loco es exactamente como me gusta —dijo,inclinándose para besar mis labios.
—Obviamente —murmuró Rosario bajo su aliento.
Antes de que llegara el ocaso, Rosario y Valentin condujeron el Charger hacia el sur.
Paula sacudió las llaves del Honda y sonrió. —Al menos no tenemos que congelarnos en la Harley.
Sonreí.
Paula se encogió de hombros. —Tal vez deberíamos, no sé, ¿considerar conseguir nuestro propio auto?
—Después de la pelea, iremos a comprar uno. ¿Qué te parece?
Saltó, envolviendo sus brazos y piernas alrededor mío, y cubrió mis mejillas, mi boca y mi cuello con besos.
Subí las escaleras hasta el departamento, haciendo una línea recta hacia el dormitorio.
Paula y yo pasamos los siguientes cuatro días acurrucados ya sea en la cama, o en el sofá con Moro, mirando viejas películas. Hizo la espera de la llamada de Agustin tolerable.
Finalmente, la noche del martes, entre las repeticiones de Boy Meets World, el número de Agustin encendió la pantalla de mi celular. Mis ojos encontraron los de Paula.
—¿Sí?
—Perro Loco. Tienes una hora. Residencia Keaton. Trae tu cara de juego,cariño, él es Hulk Hogan con esteroides.
—Te veo entonces. —Me puse de pie, trayendo a Paula conmigo—.Cámbiate a algo cálido, bebé. Keaton es un edificio viejo, y probablemente han apagado los calefactores por las vacaciones.
Paula hizo un pequeño baile feliz antes de correr por el pasillo hasta el dormitorio. Las esquinas de mi boca se elevaron. ¿Qué otra mujer estaría tan emocionada por ver a su novio negociar golpes? No me extrañaba que estuviera enamorado de ella.
Me puse una sudadera con capucha y mis botas, y esperé a Paula en la puerta principal.
—¡Ya voy! —gritó, pavoneándose alrededor de la esquina.
Se agarró a cada lado del marco de la puerta y movió su cadera hacia el lado.
—¿Qué te parece? —preguntó, haciendo un mohín con sus labios, tratando de imitar a una modelo… o un pato. No estaba seguro de cual.
Mis ojos viajaron desde su largo cárdigan gris jaspeado, camiseta blanca y vaqueros ajustados de color azul metidos dentro de altas botas negras. Lo dijo como una broma, pensando que lucía desaliñada, pero mi respiración se atascó al mirarla.
Su cuerpo se relajó, y dejo que sus manos cayeran a sus muslos. —¿Eso está mal?
—No —dije, tratando de encontrar las palabras—. No está mal en absoluto.
Con una mano abrí la puerta, y le tendí la otra.
Brincando, Paula cruzó la sala y entrelazó sus de dedos con los míos.
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