viernes, 30 de mayo de 2014

CAPITULO 207





Salté de la silla, dirigiéndome hacia el sótano, pero Valentin puso su puño en el lado derecho de mi pecho, inclinándose hacia mí. —Necesitas detenerte —dijo en voz baja—. Esto sólo va a terminar mal.


—Si termina, ¿qué importa? —Empujé a Valentin, pasándolo y bajé las escaleras hasta donde Paula bailaba con Omar. La bola de nieve era demasiado grande para detenerla, por lo tanto decidí sólo rodar con ella. Allí no había vergüenza en lanzar balones fuera. No podríamos volver a ser amigos, así que odiarnos el uno al otro parecía una buena idea.


Me abrí paso entre las parejas en la pista de baile, deteniéndome junto a Paula y Omar—Los interrumpo


—No, no lo harás. ¡Jesús! —dijo Paula, agachando la cabeza con vergüenza.


Mis ojos se dirigieron hacia los de Omar —Si no te alejas de mi chica, te cortaré la garganta. Aquí mismo, en la pista de baile.


Omar parecía en conflicto, con los ojos nerviosamente saltando de mí a su pareja de baile. —Lo siento, Paula —dijo, lentamente apartando los brazos de ella.


Se retiró hacia las escaleras.


—Cómo me siento hacia ti esta noche, Pedro… esta muy cerca del odio.


—Baila conmigo —le supliqué, balanceándome para mantener el equilibrio.


La canción terminó y Paula suspiró. —Ve a beber otra botella de whisky, Pepe —Se volvió a bailar con el único hombre solo en la pista de baile.


El ritmo era más rápido, y con cada nota que sonaba, Paula se acercaba más y más a su nueva pareja de baile. David, mi hermano Sig Tau menos favorito,bailaba detrás de ella, agarrando sus caderas. Sonrieron, mientras un par de manos la tomaron, poniendo sus manos por todo su cuerpo. David agarró sus caderas y clavó la pelvis en su trasero. Todo el mundo miraba. En lugar de sentirme celoso,
la culpa se apoderó de mí. Esto es a lo que la había reducido.


En dos pasos, me agaché y envolví mis brazos alrededor de las piernas de Paula, tirándola sobre mi hombro, empujando a David contra el suelo por ser tan oportunista.


—¡Bájame! —dijo Paula, golpeándome con sus puños en la espalda.


—No voy a dejar que te avergüences por mí —gruñí, bajando las escaleras de dos en dos.


Cada par de ojos que pasamos miró a Paula patearme y gritarme mientras la llevaba a través de la habitación. —¿Tú no crees —dijo, mientras luchaba—, que esto es vergonzoso? ¡Pedro!


—¡Valentin! ¿Está Donnie fuera? —grité, esquivando sus piernas agitándose.


—Uh… ¿sí? —dijo.


—¡Bájala! —dijo Rosario, acercándose a nosotros.


—Rosario —dijo Paula, retorciéndose—, ¡no te quedes ahí! ¡Ayúdame!


La boca de Rosario se alzó y se echó a reír de una vez. —Ustedes dos se ven ridículos.


—¡Muchas gracias, amiga! —dijo ella, incrédula. Una vez que estuvimos fuera, Paula sólo protestaba más—. ¡Bájame, maldición!


Me acerqué al coche donde esperaba Donnie, abrí la puerta de atrás, y arrojé a Paula en el interior. —Donnie, ¿tú eres el conductor designado esta noche?


Donnie se dio la vuelta, mirando nerviosamente nuestra lucha desde el asiento del conductor. —Sí.


—Necesito que nos lleves a mi apartamento —le dije cuando me senté junto Paula.


—Pedro… No creo…


—Hazlo, Donnie, o te juro que golpearé la parte de atrás de tu cabeza con mi puño, lo juro por el amor de Dios.


Donnie inmediatamente puso el coche en marcha y se alejó de la acera.


Paula se abalanzó sobre la manija de la puerta. —¡No voy a ir a tu apartamento!


Cogí una de sus muñecas, y luego la otra. Se inclinó hacia abajo, hundiendo sus dientes en mi antebrazo. Dolió como el infierno, pero sólo cerré los ojos.


Cuando estaba seguro de que había roto mi piel y se sentía como fuego siendo disparado en mi brazo, gruñí para contrarrestar el dolor.


—Haz lo mejor que puedas, Paloma. Estoy cansado de tu mierda.


Me soltó y luego se retorció, tratando de golpearme, más por ser insultada que para tratar de escapar. —¿Mi mierda? ¡Déjame salir de este maldito auto!


Tiré de sus muñecas cerca de mi rostro. —¡Te amo, maldición! ¡No irás a ningún sitio hasta que estés sobria y arreglemos esto!


—¡Tú eres el único que no ha arreglado esto, Pedro!


Solté sus muñecas, y se cruzó de brazos, poniendo mala cara el resto del camino hasta el apartamento.


Cuando el auto desaceleró para detenerse, Paula se inclinó hacia delante. —¿Puedes llevarme a casa, Donnie?


Abrí la puerta, y luego saqué a Paula por el brazo, levantándola sobre mi hombro de nuevo. —Buenas noches, Donnie —le dije, llevándola por las escaleras.


—¡Llamaré a tu padre! —gritó Paula.


No podía dejar de reír. —¡Y él probablemente me golpeará en el hombro y me dirá que ya era hora!


El cuerpo de Paula se retorcía mientras sacaba las llaves del bolsillo. —Detente, Paloma, ¡o caeremos por las escaleras! —Finalmente la puerta se abrió y entré directamente a la habitación de Valentin.


—¡BÁJAME! —gritó Paula.


—Está bien —le dije, dejándola caer sobre la cama de Valentin—. Duerme.


Hablaremos por la mañana.


Me imaginé lo enojada que ella debía de estar, pero a pesar de que tenía la espalda palpitante de ser embestida por los puños de Paula durante los últimos veinte minutos, fue un alivio tenerla en el apartamento nuevo.


—¡No puedes decirme qué hacer, Pedro! ¡No te pertenezco!


Sus palabras encendieron una profunda ira dentro de mí. 

Me acerqué a la cama, planté mis manos en el colchón a cada lado de sus piernas, y me incliné sobre su rostro.


—¡BUENO, YO TE PERTENEZCO! —grité. Puse tanta fuerza detrás de mis palabras que podía sentir toda la sangre en mi rostro. Paula se encontró con mi mirada, negándose igualmente a retroceder. Miré sus labios, jadeante—. Te pertenezco —le susurré, mi ira iba desapareciendo así como el deseo iba creciendo.


Paula se acercó, pero en vez de golpearme el rostro, tomó cada una de mis mejillas y estrelló su boca contra la mía. Sin dudarlo, la levanté en mis brazos y la llevé a mi dormitorio, dejándonos caer a ambos en el colchón.


Paula agarró mi ropa, desesperada por quitármela. Le desabroché el vestido con un movimiento suave, y luego observé mientras lo tiraba rápidamente por encima de su cabeza, arrojándolo al suelo. Nuestros ojos se encontraron, y luego la besé, gimiendo en su boca cuando me besó también.


Antes de que incluso tuviera la oportunidad de pensar, ambos estábamos desnudos. Paula agarró mi trasero, ansiosa por tenerme dentro de ella, pero me resistí, la adrenalina quemándome a través del whisky y la cerveza. 



Mis sentidos regresaron, y los pensamientos de consecuencias permanentes comenzaron a parpadear en mi mente. Había sido un imbécil, la había cabreado, pero no quería que Paula se preguntara si había tomado ventaja de este momento.


—Los dos estamos borrachos —le dije, respirando con dificultad.


—Por favor. —Sus piernas se apretaron en mis caderas, y podía sentir los músculos bajo su piel suave temblar en anticipación.


—Esto no está bien. —Luché contra la neblina de alcohol que me decía que las próximas horas con ella valían la pena todo lo que pasara después de este momento.


Apoyé mi frente contra la suya. Por mucho que la quisiera, el pensamiento doloroso de hacer que Paula se avergonzara en la mañana fue más fuerte que lo que mis hormonas me decían que hiciera. Si realmente quería seguir adelante con
esto, necesitaba una prueba contundente.


—Te quiero —susurró contra mi boca.


—Necesito que lo digas.


—Diré lo que quieras que diga.


—Entonces di que me perteneces. Di que me tomas de vuelta. No haré esto a menos que estemos juntos.


—Nunca hemos estado separados, ¿cierto?


Sacudí mi cabeza, deslizando mis labios sobre los suyos. No era suficiente.


—Necesito escuchar que lo digas. Necesito saber que eres mía.


—He sido tuya desde el momento en que nos conocimos —dijo, suplicando.


La miré a los ojos durante unos segundos, y luego sentí en mi boca formarse una media sonrisa, esperando que sus palabras fueran ciertas y no sólo hablara en el momento. Me incliné y la besé con ternura, y luego poco a poco me hundí en ella. Todo mi cuerpo se sentía como si se derritiera en su interior.


—Dilo de nuevo. —Una parte de mí no podía creer que esto estuviera sucediendo realmente.


—Soy tuya —respiró—. No quiero estar separada de ti nunca más.


—Prométemelo —le dije, gimiendo con otro empuje.


—Te amo. Te amaré por siempre. —Me miró directamente a los ojos cuando habló, y esto finalmente me hizo entender que sus palabras no eran sólo una promesa vacía.


Cerré mi boca sobre la de ella, el ritmo de nuestros movimientos mejorando el momento. No había nada más que decir, y por primera vez en meses, mi mundo no estaba al revés. Paula arqueó la espalda y sus piernas envolvieron mi cintura, enganchada en los tobillos. Saboreé todas las partes de su piel a las que pude llegar como si hubiera estado muriendo de hambre por ella. La otra parte de mí estaba aquí. Pasó una hora, y luego otra. Incluso cuando estaba agotado, seguí adelante, temeroso de que si nos deteníamos, me iba a despertar, y todo esto sería sólo un sueño.

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