viernes, 30 de mayo de 2014

CAPITULO 206



Ella va a estar allí.


Aparecer sería un error.


Sería difícil.


Ella va a estar allí.


¿Qué pasa si alguien le pide bailar?


¿Y si conoce a su futuro esposo y estoy ahí para presenciarlo?


No quiere verme.


Podría emborracharme y hacerla enfadar.


Podría emborracharse y hacerme enfadar.


No debería ir.


Tenía que ir. Ella estaría allí.


Hice una lista mental de los pros y los contras de ir a la fiesta de San Valentín, pero siempre regresaba a la misma conclusión: tenía que ver a Paula, y ahí era donde ella iba a estar.


Valentin se preparaba en su cuarto, apenas me hablaba desde que él y Rosario habían regresado nuevamente. En parte debido a que permanecieron encerrados en su habitación para recuperar el tiempo perdido, y todavía me
culpaba por las cinco semanas que habían pasado separados.


Rosario no perdió ningún momento para hacerme saber que me odiaba hasta las entrañas, sobre todo después de que la última vez le había roto el corazón Paula. Había hablado con Paula cuando había abandonado su cita con Adrian
para venir conmigo a la pelea. Por supuesto que la quería allí, pero cometí el error de admitir que era también principalmente porque quería demostrar que aún era
mía. Quería saber que Adrian no tenía control sobre ella. Paula sentía que había tomado ventajas de sus sentimientos hacia mí, y tenía razón.


Todas esas cosas fueron suficientes como para hacerme sentir culpable, pero el hecho de que Paula hubiera sido atacada en el lugar donde la había llevado hacía que se me hiciera casi imposible mirarla a los ojos. Nuestro cercano encuentro con la ley, sumado a todo esto, me hacía sentir como un gran pedazo de mierda.


A pesar de mis constantes disculpas, Rosario pasó sus días en el apartamento disparando sucias miradas en mi dirección, haciendo injustificados comentarios de mierda. Incluso después de todo eso, me alegré de que Valentin y
Rosario se hubieran reconciliado. Si ella nunca hubiera regresado con él, Valentin nunca me lo hubiera perdonado.


—Me voy —dijo Valentin. Entró en mi habitación, donde estaba sentado en bóxer, aún en conflicto sobre qué hacer—. Recogeré a Ro en su dormitorio.


Asentí una vez. —¿Paula todavía irá?


—Sí. Con Jeronimo.


Logré una media sonrisa. —¿Eso debería hacer que me sienta mejor?


Valentin se encogió de hombros. —Lo haría. —Miró alrededor, a mis paredes y asintió—. Pusiste las fotos de nuevo.


Miré a mí alrededor, asintiendo otra vez. —No lo sé. No se sentía bien tenerlas sólo encerradas en un cajón.


—Supongo que te veré más tarde.


—Oye, ¿Valen?


—¿Sí? —dijo, sin voltearse.


—Realmente lo siento, primo.


Valentin suspiró. —Lo sé.


En el segundo que se fue, entré en la cocina para servirme un último trago de whisky. El líquido ambarino permaneció en el vaso, esperando a ofrecer consuelo.


Lo lancé en mi garganta y cerré los ojos, pensando en hacer un viaje a la tienda de licores. Pero no había suficiente whisky en el universo para ayudarme a tomar una decisión.


—A la mierda —dije, cogiendo las llaves de la moto.


Después de una parada en Ugly Liquor Fixer, llevé mi Harley por encima el bordillo y aparqué en el patio delantero de la casa de la fraternidad, abriendo la botella de un cuarto de litro que acababa de comprar.


Encontrando valor en la botella, entré en Sig Tau. Toda la casa estaba cubierta de rosa y rojo, adornos baratos colgando del techo, el brillo cubriendo el suelo. El bajo de los altavoces en la planta baja zumbaba por toda la casa,
amortiguando el constante sonido de risas y conversaciones.


De pie solo en la habitación, tuve que girar y maniobrar a través de la multitud de parejas, buscando a Valentin, Rosario, Jeronimo o Paula. Especialmente a Paula. Ella no estaba en la cocina, o en cualquiera de las otras habitaciones.


Tampoco estaba en el balcón, así que bajé. Mi respiración se cortó cuando la vi.


El ritmo de la música era más lento, y la angelical sonrisa era perceptible incluso en el oscuro sótano. Sus brazos estaban alrededor del cuello de Jeronimo, mientras él se movía torpemente con ella en la música.


Mis pies me impulsaron hacia delante, y antes de que supiera lo que estaba haciendo, o deteniéndome a pensar en las consecuencias, me encontraba a centímetros de ellos.


—¿Te importa si interrumpo, Jeronimo?


Paula se quedó inmóvil, sus ojos brillando con reconocimiento.


Los ojos de Jeronimo rebotaron en mí y en ella. —Por supuesto.


—Jeronimo —susurró ella mientras se retiraba.


La apreté contra mí y di un paso.


Paula siguió bailando, pero mantuvo el mayor espacio posible entre nosotros. —Pensé que no vendrías.


—No iba a venir, pero sabía que estabas aquí. Tuve que venir.


Con cada minuto que pasaba, esperaba que se alejase, y con cada minuto que permaneció en mis brazos, se sintió como un milagro. —Estás hermosa, Paloma.


—No.


—¿No qué? ¿Qué no te diga que eres hermosa?


—Sólo… no.


—No quise decir eso.


—Gracias —espetó.


—No… tú luces hermosa, eso es verdad. Estaba hablando de lo que dije en mi habitación. No voy a mentir. Disfruté alejandote de tu cita con Adrian…


—No era una cita, Pedro. Solo estábamos comiendo. Él ahora no me habla,gracias a ti.


—Lo escuché. Lo siento.


—No, no lo haces.


—T-Tienes razón —dije, tartamudeando cuando me di cuenta de que se estaba enfadando—. Pero yo… Esa no era la única razón por la que te llevé a la pelea. Te quería allí conmigo, Paloma. Eres mi amuleto de la suerte.


—No soy tu nada.


Mis cejas se alzaron y me detuve en medio. —Tú eres mi todo.


Los labios de Paula formaron una fina línea, pero sus ojos se suavizaron.


—Realmente no me odias… ¿verdad?


Paula se dio la vuelta, poniendo más distancia entre nosotros. —A veces desearía hacerlo, haría todo este infierno más sencillo.


Una pequeña sonrisa cautelosa tiró de mis labios. —Entonces, ¿qué te molesta más? ¿Lo que hice para que quisieras odiarme? ¿O saber que no puedes?


En un instante, la ira de Paula regresó. Se apartó de mí, corriendo por las escaleras hasta la cocina. Me quedé solo en medio de la pista, un tanto estupefacto e indignado de que de alguna manera había logrado reavivar su odio hacía mí de nuevo. Tratar de hablar con ella parecía inútil ahora. 

Toda interacción sólo se añadía a la creciente bola de confusión que era nuestra relación.


Subí las escaleras y caminé directamente hacia el barril de cerveza,maldiciendo mi codicia, la vacía botella de whisky yaciendo en algún sitio en el patio delantero de Sig Tau.


Después de una hora de cervezas, conversaciones aburridas y borrachas con mis hermanos de fraternidad y sus citas, le eché una ojeada a Paula, intentando atrapar su mirada. Estaba mirándome, pero desvió la mirada.Rosario parecía estar en medio de un intento de animarla, y luego Jeronimo tocó su brazo. Era evidente que estaba listo para irse.


Se bebió el resto de su cerveza en un rápido trago, y luego tomó la mano de Jeronimo. Caminó dos pasos, y luego se congeló cuando la misma canción que habíamos bailado en su fiesta de cumpleaños flotó por las escaleras. Ella extendió la mano y agarró la botella de Jeronimo, tomando otro trago.

No estaba seguro de si era el whisky hablando, pero algo en la expresión de sus ojos me dijo que los recuerdos de la canción desencadenados eran tan dolorosos para ella como lo eran para mí.


Todavía se preocupaba por mí. Tenía que hacerlo.


Uno de mis hermanos de fraternidad se apoyó en el mostrador junto a Paula y sonrió. —¿Quieres bailar?


Era Omar, y aunque sabía que él probablemente sólo notó la mirada triste en su rostro y trataba de alegrarla, los pelos en mi nuca se erizaron. Mientras que negaba con la cabeza para decir que no, estaba a su lado, y mi jodidamente
estúpida boca se movió antes de que mi cerebro pudiera decirle que parara.


—Baila conmigo.


Rosario, Valentin, y Jeronimo miraban a Paula, esperando su respuesta tan ansiosamente como yo.


—Déjame en paz, Pedro —dijo, cruzando los brazos.


—Esta es nuestra canción, Paloma.


—No tenemos una canción.


—Paloma…


—No.


Ella miró a Omar y forzó una sonrisa. —Me encantaría bailar, Omar.


Las pecas de Omar se extendieron por sus mejillas cuando sonrió, haciendo un gesto con su mano para guiar a Paula hacia las escaleras.


Me tambaleé hacia atrás, sintiendo como si acabara de recibir un puñetazo en el estómago. Una combinación de ira, celos y tristeza hirvió en mi sangre.


—¡Un brindis! —grité, subiendo a una silla. En mi camino a la cima le robé la cerveza a alguien y la puse delante de mí—. ¡Por los idiotas! —dije, señalando a Omar—. Y por las chicas que rompen tú corazón. —Hice una reverencia a Paula.


Tenía la garganta apretada—. Y por el absoluto y horrible horror de perder a tú mejor amiga porque fuiste lo suficientemente estúpido como para enamorarte de
ella.


Incliné hacia atrás la cerveza, terminando lo que quedaba, y luego la tiré al suelo. La habitación estaba en silencio excepto por la música que se reproducía en el sótano, y todo el mundo me miró con masiva confusión.


Un rápido movimiento de Paula llamó mi atención cuando agarró la mano de Omar, llevándolo abajo, hacia la pista de baile.

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