jueves, 29 de mayo de 2014

CAPITULO 204



El primer día del semestre de primavera por fin llegó, no había dormido en toda la noche, dando vueltas en la cama temiendo y esperando con impaciencia ver a Paula de nuevo. Independientemente de mi noche sin dormir, estaba decidido a ser todo sonrisas, sin dejar ver cuánto había sufrido, ni a Paula ni a nadie más.


En el almuerzo, mi corazón casi estalló en mi pecho cuando la vi. Parecía diferente, pero era la misma, la diferencia es que lucía como una extraña. No podía acercarme a ella para besarla y tocarla como antes. Los grandes ojos de Paula parpadearon una vez cuando me vio, le sonreí y le guiñé un ojo, sentándome al final de nuestra mesa habitual. Los jugadores de fútbol estaban ocupados discutiendo acerca de la pérdida de su condición, así que traté de aliviar su angustia contándoles algunas de mis experiencias más interesantes sobre estas vacaciones, como ver a Marcos babear por Cami y cuando su Intrepid se descompuso y casi terminamos arrestados por intoxicación pública mientras
caminábamos a casa.


Por la esquina de mi ojo, vi a Jeronimo abrazar a Paula a su lado, y por un momento me pregunté si quería que me fuera, o si ella podría estar molesta.


De cualquier manera, odiaba no saberlo.



Metiendo el último mordisco de algo frito y empanizado y que sabía desagradable dentro de mi boca, recogí mi bandeja y caminé detrás de Paulaapoyando mis manos sobre sus hombros.


—¿Qué tal las clases, Valen? —le pregunté, esperando que mi voz sonará casual.


El rostro de Valen se apretó. —El primer día apesta, horas de planes de estudio y clases de normas. No sé ni siquiera por qué vengo la primera semana, ¿y tú?


—Eh… todo es parte del juego, ¿Qué hay de ti, Paloma? —Traté de que la tensión de sus hombros no afectara a mis manos.


—Lo mismo. —Su voz era pequeña y distante.


—¿Tuviste unas buenas vacaciones? —le pregunté juguetonamente, balanceándome de lado a lado.


—Muy bien.


Sí, esto era extraño como la mierda.


—Genial. Tengo otra clase. Nos vemos después. —Salí rápidamente de la cafetería, alcanzando la cajetilla de Marlboro que tenía en el bolsillo antes de que atravesará la puerta de metal.


Las siguientes dos clases fueron una tortura, el único lugar que se sentía como un refugio seguro era mi habitación, lejos de la escuela, lejos de todo lo que me recordaba que estaba solo, y lejos del resto del mundo que seguía adelante, que no se daba cuenta de que sentía tanto dolor que era palpable. Valentin me decía que no sería tan malo después de un tiempo, pero no parecía disminuir.


Me encontré a mi primo en el estacionamiento enfrente del Morgan Hall, tratando de no mirar la entrada. Valentin parecía al borde y no habló mucho en el
camino al departamento.


Cuando se estacionó en su lugar en el estacionamiento, suspiró. Me debatí si preguntarle o no, si él y Rosario tenían problemas pero no creía que pudiera manejar su mierda y la mía.


Agarré mi mochila del asiento trasero y abrí la puerta, deteniéndome solo lo suficiente para quitar el seguro.


—Oye —dijo Valentin, cerrando la puerta detrás de mí—. ¿Estás bien?


—Sí —le dije desde el pasillo sin darme vuelta.


—Fue un poco raro lo de la cafetería.


—Supongo —dije dando un paso más.


—Entonces, eh… debería probablemente decirte algo que oí, quiero decir…demonios Pepe, no sé si debo decirte o no, no sé si esto te hará sentir mejor o peor.


Me di la vuelta. —¿De quién lo escuchaste?


—Ro y Paula estaban hablando, acerca… mencionaron que Paula había estado triste en las vacaciones.


Me quedé en silencio tratando de mantener mi respiración.


—¿Escuchaste lo que dije? —me interrogó Valentin juntando sus cejas.


—¿Qué significa eso? —pregunté, levantando mis manos—. ¿Ella ha sido desdichada sin mí? ¿Por qué ya no somos amigos? ¿Qué?


Valentin asintió. —Definitivamente fue una mala idea.


—Dime —grité sintiéndome derrotado—. No puedo… ¡no puedo seguir sintiéndome de esta manera! —Lancé las llaves al pasillo, escuchando un fuerte crujido cuando hicieron contacto contra la pared—. Ella apenas me reconoció hoy y, ¿me estás diciendo que me quiere de vuelta? ¿Cómo amigo? ¿De la forma que estábamos antes de Las Vegas? ¿O simplemente es miserable en general?


—No lo sé.


Dejé caer mi mochila en el piso y la pateé hacia donde estaba Valentin¿Po… por qué me estas haciendo esto, hombre? Crees que no estoy sufriendo bastante, porque te lo prometo, es demasiado.


—Lo siento, Pepe. Sólo pensé que sería algo que yo quisiera saber... si estuviera en tu lugar.


—¡Tú no eres yo! Sólo, joder… Sólo déjalo, Valen. Deja esa mierda. —Cerré mi puerta y me senté en la cama, con la cabeza apoyada en mis manos.



Valentin abrió la puerta. —No estoy tratando de hacerlo más difícil por si es lo que piensas. Pero sé que si lo supieras después, me patearías el trasero por no decírtelo. Eso es todo lo que estoy diciendo.


Asentí una vez. —Está bien.


—Piensas… ¿piensas que si tal vez te centraras en toda la mierda que tenías que aguantar con ella lo haría más fácil?


Suspiré. —Lo he intentado, insistiendo en el mismo pensamiento.


—¿Qué es?


—Ahora que ha terminado, me gustaría poder quitar todas las cosas malas… sólo para tener las buenas.


Los ojos de Valentin recorrieron mi cuarto, tratando de pensar en algo reconfortante que decirme, pero él estaba claramente fuera de su elemento. Su celular sonó.


—Es Marcos —dijo leyendo la pantalla. Sus ojos se iluminaron—. ¿Quieres tomar algunos tragos en el Red? Se desocupa a las cinco hoy. Su coche se descompuso y quiere que lo lleves a ver a Cami. Deberías ir, hombre. Toma mi carro.


—Está bien, hazle saber que estoy yendo. —Me limpié la nariz antes de levantarme.


En algún momento entre mi salida del departamento y al llegar al estacionamiento de grava de la tienda de tatuajes en la que trabaja Marcos,Valentin debió alertar a Marcos de mi día de mierda. Marcos insistió en ir directamente a Red Door tan pronto como se sentó en el asiento del copiloto del Charger, en lugar de ir a casa primero para que se cambiara.


Cuando llegamos, nos quedamos solos con excepción de Cami, el dueño y algún tipo del bar, pero era mitad de semana—la hora preferida por los universitarios y noche de cerveza barata. No pasó mucho tiempo para que el lugar
se llenara de gente.


Estaba iluminado por el tiempo con Lore y algunos de sus amigos que habían hecho el viaje, pero no fue hasta que Aldana se detuvo que me moleste en mirar hacia arriba.


—Luces bastante descuidado, Alfonso.


—No —dije tratando de que mis labios entumecidos formaran la palabra.


—Vamos a bailar —se quejó tirándome del brazo.


—No creo que pueda —le dije balanceándome.


—Creo que no deberías —dijo divertido Marcos.


Aldana me compró una cerveza y se sentó en el taburete al lado del mío. A los diez minutos ya estaba manoseando mi camisa, y no sutilmente, tocando mis brazos y luego mis manos. Antes del cierre había abandonado su taburete y se paró al lado mío—o mejor dicho sobre mi muslo.


—Así que no vi la moto afuera. ¿Te trajo Marcos?


—No, traje el carro de Valentin.


—Amo ese carro —susurró—. Debes dejar que te lleve a casa.


—¿Quieres conducir el Charger? —le pregunté.


Miré por encima a Marcos, que sofocaba una risa. —Probablemente no sea una mala idea, hermanito. Se cuidadoso… en todos los sentidos.


Aldana me levantó del taburete y me llevó al estacionamiento. Ella llevaba un ajustado top de lentejuelas con una falda de mezclilla y botas, pero parecía no importarle el frío —si es que lo había. No podría decirte.


Se rio cuando puse un brazo alrededor de sus hombros para ayudarme a no perder equilibrio mientras caminaba. Cuando llegamos al lado del copiloto del auto de Valentin, dejó de reír.


—Algunas cosas nunca cambian, ¿eh, Pedro?


—Supongo que no —le dije mirando fijamente sus labios.


Aldana envolvió sus brazos alrededor de mi cuello y tiró de mí hacia ellos, ni siquiera dudó en meter su lengua en mi boca. Estaba húmeda, suave y vagamente familiar.
Después de unos minutos de apretar su trasero, subió sus piernas a mi cintura y la sostuve agarrando sus muslos, apreté mi pelvis contra la suya. Su trasero chocó contra el carro y gimió en mi boca.


A Aldana siempre le gustaba lo rudo.


Su lengua hizo un camino por mi cuello y fue cuando me di cuenta del frío, sintiendo el calor que iba dejando con su boca.


La mano de Aldana se puso entre nosotros y agarró mi polla, sonrió porque me encontraba justo dónde ella quería que estuviera. —Mmmmmmm, Pedro —murmuró mordiendo mi labio.


—Paloma—La palabra se escapó de mi boca mientras estrellaba mis labios contra los de ella. En ese momento de la noche, era bastante fácil fingir.


Aldana se rio. —¿Qué? —Al estilo Aldana, no exigió una explicación cuando no respondí—. Vamos a tu departamento —dijo agarrando las llaves de mi mano—. Mi compañera está enferma.


—¿En serio? —pregunté abriendo la puerta—. ¿De verdad quieres manejar el Charger?


—Mejor yo que tú —me contestó, besándome por última vez antes de dejarme del lado del copiloto.


Mientras Aldana conducía, se rio y me contó acerca de sus vacaciones a la vez que abría mis jeans y buscaba en su interior. Era una buena cosa que estuviera borracho porque no me había puesto así desde el día de Acción de Gracias. De lo contrario en el momento que llegáramos al departamento, Aldana habría tenido que agarrar un taxi y terminaría así la noche.


A mitad de camino la pecera vacía brilló en mi mente. —Espera un segundo.Espera un segundo —dije señalando la calle—. Para en el Swift Mart, tenemos que recoger algo…


Aldana  buscó en su bolsa y sacó una pequeña caja de condones. —Lo tengo cubierto.


Me recosté y sonreí, ella realmente era mi tipo de chica.


Aldana se detuvo en el lugar de estacionamiento de Valentin, había estado en el departamento suficientes veces para reconocerlo. Corrió con pequeños pasos,tratando de llegar rápido con esos tacones de aguja.


Me apoyé en ella para subir las escaleras y se rio contra mi boca cuando finalmente me di cuenta de que la puerta no estaba cerrada y la empujamos para pasar a través de ella.


A mitad del beso me quedé congelado, Paula estaba de pie en la sala sosteniendo a Moro.


—Paloma —dije aturdido.

—¡Lo encontré! —dijo Rosario saliendo corriendo de la habitación de Valentin.


—¿Qué estás haciendo aquí?

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