El cajón de la mesita de noche crujió cuando lo abrí. Mis dedos tocaron el fondo y se detuvieron en las esquinas de una caja pequeña. Con cuidado, la saqué,sosteniéndola en mis manos contra mi pecho. Mi pecho subía y bajaba con un suspiro, y luego abrí la caja, haciendo una mueca al ver el anillo de diamantes brillante en el interior. Sólo había un dedo que pertenecía dentro de ese círculo de oro blanco, y con cada día que pasaba, ese sueño parecía cada vez menos posible.
Sabía, cuando compré el anillo, que pasarían años antes de que se lo diera a Paula, pero tenía sentido mantenerlo por si acaso surgía el momento perfecto.
Saber que estaba allí me daba algo por lo que esperar, incluso ahora. Dentro de esa caja estaba la poca esperanza que me quedaba.
Después de guardar el diamante, y darme una larga charla mental, caminé por fin por el pasillo hasta el baño, intencionalmente manteniendo los ojos en mi reflejo del espejo. La ducha y el afeitado no mejoraron mi estado de ánimo, y tampoco (más tarde me gustaría señalarle eso a Valentin) el cepillarme los dientes.
Me puse una camisa negra abotonada y pantalones de mezclilla, y luego me puse mis botas negras.
Valentin llamó a mi puerta y entró, vestido y listo para irse también.
—¿Tu vienes? —le pregunté, poniéndome mi cinturón. No estoy seguro de por qué me sorprendió. Sin Rosario aquí, no tendría planes con nadie más que con nosotros.
—¿Está bien?
—Sí. Sí, yo sólo... Supongo que tú y Marcos trabajaron en esto antes.
—Bueno, sí —dijo, escéptico y tal vez un poco divertido porque acababa de descubrirlo.
El bocinazo del Intrepid sonó afuera y Valentin señaló el pasillo con el pulgar. —Vamos andando.
Asentí una vez y lo seguí. El coche de Marcos olía a colonia y a cigarrillos.
Puse un Marlboro en mi boca y alcé mi culo para poder coger un encendedor de mi bolsillo.
—Por lo tanto, el Red está lleno, pero Cami habló con el tipo de la puerta para que nos dejara entrar. Tienen una banda en vivo, supongo, y casi todo el mundo está en casa. Parece ser una buena idea.
—Salir con nuestros compañeros borrachos y perdedores de la secundaria en una ciudad universitaria muerta. Genial —me quejé.
Marcos sonrió. —Viene un amigo mío. Ya verás.
Mis cejas se alzaron. —Dime que no lo hiciste.
Unas pocas personas se apiñaban en la puerta, la gente estaba esperando a que los dejaran entrar. Nos deslizamos por delante de ellos, ignorando sus quejas,mientras que pagamos y entramos directamente.
Había una mesa junto a la entrada, llena de sombreros de fiesta de Año Nuevo, gafas, palos luminosos y kazoos. Los regalos habían sido en su mayoría escogidos, pero no pude evitar que Marcos encontrara un par de gafas ridículas que estaban formadas por los números del nuevo año. El suelo estaba lleno de brillantina, y la banda estaba tocando "Hungry Like the Wolf".
Fulminé a Marcos, quien fingió no darse cuenta. Valentin y yo seguimos a mi hermano mayor hasta la barra, donde Cami abría las botellas y repartía las bebidas a toda velocidad, deteniéndose sólo un momento para escribir números en el registro o escribir una adición a la pestaña de alguien. Sus botes de propina se desbordaban, y ella tuvo que empujar hacia abajo los billetes verdes en el vaso cada vez que alguien agregaba una propina.
Cuando vio a Marcos, sus ojos se iluminaron. —¡Lo hiciste! —Cami cogió tres botellas de cerveza, hizo estallar la parte superior, y las puso en la barra delante de él.
—Dije que lo haría —sonrió él, inclinándose sobre el mostrador para besar sus labios.
Ese fue el final de la conversación, ya que rápidamente volvió a deslizar otra botella de cerveza por el bar y se esforzó por escuchar otra orden.
—Ella está bien —dijo Valentin, observándola.
Marcos sonrió. —Absolutamente lo está.
—¿Tú estas…? —Comencé.
—No —dijo Marcos, sacudiendo la cabeza—. Todavía no. Estoy trabajando en ello. Ella tiene un chico universitario imbécil en Cali. Sólo tiene que enojarla por última vez y va a averiguar lo imbécil que es.
—Buena suerte con eso —dijo Valentin, tomando un trago de su cerveza.
Marcos y yo intimidamos a un grupo lo suficientemente pequeño para que dejaran su mesa, así que tranquilamente empezó nuestra noche de beber y observar a la gente.
Cami se encargó de Marcos desde lejos, ella envío a más de una camarera regularmente con vasitos llenos de tequila y botellas de cerveza. Me alegré de que fuera mi cuarto trago de Cuervo cuando comenzó la segunda balada de la década de 1980 de la noche.
—Esta banda es una mierda, Marcos —le grité por encima del ruido.
—¡Tú no aprecias el legado de las bandas de pelo largo! —gritó de nuevo—. Oye. Mira allí —dijo, señalando a la pista de baile.
Una pelirroja se paseó por el espacio lleno de gente, una sonrisa brillante iluminando su rostro pálido.
Marcos se levantó para abrazarla, y su sonrisa se hizo más amplia. —¡Hola, Marquitos! ¿Cómo has estado?
—¡Bien! ¡Genial! Trabajando. ¿Y tú?
—¡Genial! Estoy viviendo en Dallas ahora. Trabajo en una empresa de relaciones públicas. —Sus ojos recorrieron la mesa, a Valentin y luego a mí—. ¡Oh, Dios mío! ¿Este es tu hermanito? ¡Yo solía cuidar de él!
Mis cejas se juntaron. Tenía grandes tetas y curvas como una modelo de 1940. Estaba seguro de que si había pasado algún tiempo con ella en mis años de formación, lo recordaría.
Marcos sonrió. —Pedro, te acuerdas de Carissa, ¿verdad? Se graduó con Manuel y Nahuel.
Carissa tendió la mano y la estreché una vez. Puse el extremo del filtro de un cigarrillo entre mis dientes delanteros, y encendí el encendedor. —Creo que no lo hago —le dije, sacando el paquete casi vacío de mi bolsillo delantero.
—Tú no eras tan viejo —sonrió ella.
Marcos señaló hacia Carissa. —Ella acaba de pasar por un mal divorcio con Javier Jacobs. ¿Te acuerdas de Javier?
Negué con la cabeza, ya cansado del juego al que Marcos jugaba.
Carissa tomó el vaso lleno que estaba delante de mí y lo bebió entero, y luego se hizo a un lado hasta que estuvo a mi lado. —He oído que has pasado por un momento difícil últimamente, también. ¿Tal vez podríamos hacernos compañía esta noche?
Por la expresión de sus ojos, pude ver que estaba ebria... y solitaria. —No necesito una niñera —le dije, dando una calada.
—Bueno, ¿tal vez sólo una amiga? Ha sido una larga noche. Vine aquí sola porque todas mis amigas están casadas ahora, ¿sabes? —Ella se rio nerviosamente.
—En realidad no.
Carissa bajó la mirada, y sentí un poco de culpa. Yo estaba siendo un idiota, y ella no había hecho nada para merecer eso de mí.
—Oye, lo siento —le dije—. Realmente no quiero estar aquí.
Carissa se encogió de hombros. —Yo tampoco. Pero no quería estar sola.
La banda dejó de tocar, y el cantante comenzó la cuenta regresiva desde diez. Carissa miró a su alrededor, y luego de nuevo a mí, sus ojos pasando por alto.
Su línea de visión se redujo a mis labios, y luego al unísono la multitud gritó—:¡FELIZ AÑO NUEVO!
La banda tocó una versión aproximada de "Auld Lang Syne", y luego los labios de Carissa se estrellaron contra los míos. Mi boca se movió contra la de ella por un momento, pero sus labios eran tan extraños, tan diferentes a lo que estaba acostumbrado, sólo hizo el recuerdo de Paula más vivo, y la constatación de que ella se había ido más dolorosa.
Me aparté y me limpié la boca con la manga.
—Lo siento mucho —dijo Carissa, viendo que me iba de la mesa.
Me abrí paso entre la multitud hacia el baño de hombres y me encerré en el único puesto. Saqué mi teléfono y lo sostuve en mis manos, mi visión borrosa y el sabor podrido de tequila en mi lengua.
Paula probablemente está borracha, también, pensé. A ella no le importará si la llamo. Es la víspera de Año Nuevo. Incluso podría estar esperando mi llamada.
Busqué entre los nombres en mi libreta de direcciones, deteniéndome en Paloma. Giré mi muñeca, viendo la misma tinta en mi piel. Si Paula hubiese querido hablar conmigo, me hubiese llamado. Mi oportunidad llegó y se fue, y le dije a papá que la iba a dejar seguir adelante. Borracho o no, llamarla era egoísta.
Alguien llamó a la puerta del puesto. —¿Pedro? —preguntó Valentin—.¿Estás bien?
Abrí la puerta y salí, mi teléfono todavía en la mano.
—¿La has llamado?
Negué con la cabeza y luego miré la pared de azulejos de la habitación. Me eche hacia atrás, y luego lancé mi teléfono, viendo cómo se rompía en mil pedazos y se dispersaban en el suelo. Un pobre desgraciado de pie en el urinario saltó, sus hombros volaron hasta sus orejas.
—No —dije—. Y no voy a hacerlo.
Valentin me siguió hasta la mesa sin decir palabra. Carissa había desaparecido, y tres nuevos tragos estaban esperándonos.
—Pensé que podría conseguir despejar tu mente, Pepe, lo siento. Siempre me hace sentir mejor estar con una chica muy caliente cuando he estado en donde tú estás ahora —dijo Marcos.
—Entonces no has estado donde estoy yo —le dije, tomándome el tequila de un trago. Me levanté rápidamente, agarrando el borde de la mesa para estabilizarme—. Es hora de que me vaya a casa y me desmaye, chicos.
—¿Estás seguro? —preguntó Marcos, viéndose un poco decepcionado.
Después de que Marcos llamara la atención de Cami el tiempo suficiente para despedirse, nos dirigimos a la Intrepid. Antes de arrancar el vehículo, él me miró.
—¿Crees que alguna vez ella regrese?
—No.
—Entonces tal vez es hora de aceptar eso. A menos que no la quieras en tu vida para nada.
—Lo estoy intentando.
—Me refiero a cuando las clases comiencen. Compórtate como hacías antes de verla desnuda.
—Cállate, Marcos.
Marcos arrancó el motor y dio marcha atrás con el coche. —Estaba pensando —dijo, girando la rueda, y luego empujó la palanca de cambios—, que ustedes eran felices cuando eran amigos, también. Tal vez podrías volver a eso. Quizás piensas que no puedes y por eso estás tan miserable.
—Tal vez —le dije, mirando por la ventana.
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