Paula apenas habló mientras empacábamos, aún menos en el camino hacia el aeropuerto. Ella miró al vacío la mayor parte del tiempo a menos que uno de nosotros le hiciera una pregunta. No estaba seguro de si se estaba ahogando en la desesperación, o simplemente se concentraba en el desafío que se avecinaba.
Registrándonos en el hotel,Rosario hizo toda los tramites, mostrando su identificación falsa, como si lo hubiera hecho mil veces antes.
Se me ocurrió, entonces, que probablemente lo había hecho antes. Las Vegas era donde habían adquirido dichas identificaciones impecables, y el por qué Rosario nunca parecía preocuparse por lo que podría manejar Paula.
Habían visto todo antes, en las entrañas de la ciudad del pecado.
Valentin era un turista inconfundible, con la cabeza hacia atrás, sorprendido frente al techo ostentoso. Sacamos nuestro equipaje en el ascensor, y puse a Paula a mi lado.
—¿Estás bien? —pregunté, poniendo mis labios en su sien.
—No quiero estar aquí —se ahogó.
Las puertas se abrieron, revelando el intrincado dibujo de la alfombra que alineaba el pasillo. Rosario y Valentin fueron por un lado, Paula y yo por el otro.
Nuestra habitación estaba al final del pasillo.
Paula metió la llave electrónica en la ranura, y luego abrió la puerta. La habitación era enorme, empequeñeciendo la cama extra-grande en el centro de la habitación.
Dejé la maleta contra la pared, presionando todos los interruptores hasta que la cortina gruesa se separó para revelar el tránsito, luces intermitentes y el tráfico de La Franja de las Vegas. Otro botón apartó un segundo conjunto de cortinas transparentes.
Paula no prestó atención a la ventana. Ni siquiera se molestó en levantar la mirada. El brillo y el oro habían perdido su lustre por sus años anteriores.
Puse nuestro equipaje en el suelo y miré alrededor de la habitación. —Esto es lindo, ¿verdad?
Paula me miró. —¿Qué? —Abrió su maleta en un solo movimiento, y sacudió la cabeza—. Esto no son vacaciones, Pedro. No deberías estar aquí.
En dos pasos, estuve detrás de ella, envolviendo mis brazos alrededor de su cintura. Ella era diferente aquí, pero yo no lo era. Todavía podía ser alguien con quién podía contar, alguien que pudiera protegerla de los fantasmas de su pasado.
—Voy donde tu vayas —le dije al oído.
Apoyó la cabeza en mi pecho y suspiró. —Tengo que llegar al primer piso.
Puedes quedarte aquí o echar un vistazo a La Franja. Te veré más tarde, ¿de acuerdo?
—Voy contigo.
Se volvió hacia mí. —No te quiero allí, Pepe.
No esperaba eso de ella, sobre todo, no el tono frío de su voz.
Paula tocó mi brazo. —Si voy a ganar catorce mil dólares en un fin de semana, tengo que concentrarme. No me gusta quién voy a ser mientras estoy en esas mesas, y no quiero que lo veas, ¿de acuerdo?
Le aparté el pelo de sus ojos, y luego besé su mejilla. —Está bien, Paloma— No podía fingir que entendía lo que quería decir, pero la respetaría.
Rosario llamó a la puerta y luego pasó usando el mismo modelo descubierto que lució en la fiesta de citas. Sus tacones eran desorbitados, y se había puesto dos capas extra de maquillaje. Parecía diez años mayor.
Saludé a Rosario, y luego agarré la llave electrónica adicional de la mesa.
Rosario ya estaba concentrando a Paula para su noche, me recordaba a un entrenador que ofrece una charla motivadora a su boxeador antes de una gran pelea de boxeo.
Valentin estaba de pie en el pasillo, mirando a tres bandejas de comida a medio-comer en el suelo dejado allí por los huéspedes en el pasillo.
—¿Qué es lo que quieres hacer primero? —pregunté.
—Definitivamente no me estoy casando contigo.
—Estás jodidamente hilarante. Vamos abajo.
La puerta del ascensor se abrió, y el hotel cobró vida. Era como si los pasillos fueran las venas, y la gente fuera su sangre. Grupos de mujeres vestidas como estrellas porno, familias, extranjeros, las ocasionales despedidas de solteros,y los empleados del hotel se sucedían en el caos organizado.
Tomó un tiempo conseguir ir más allá de las tiendas que se alineaban en las salidas y llegar a la avenida, pero salimos a la calle y caminamos hasta que vimos,una multitud reunida frente a uno de los casinos. Las fuentes estaban encendidas, la interpretación de alguna canción patriótica.
Valentin estaba hipnotizado, al parecer incapaz de moverse mientras observaba la danza del agua y rocío.
Debimos haber alcanzado los últimos dos minutos, porque las luces se apagaron pronto, el agua se apagó, y la multitud se dispersó inmediatamente.
—¿Qué fue eso? —pregunté.
Valentin seguía mirando a la fuente ya calmada. —No lo sé, pero fue genial.
Las calles estaban llenas de Elvis, Michael Jackson, bailarinas y personajes de dibujos animados, todos fácilmente disponibles para tomar una foto por un precio. En un momento dado, no dejaba de oír un ruido de aleteo, y luego identifiqué de dónde venía. Los hombres estaban de pie en la acera, cortando una pila de cartas en sus manos. Le entregaron una a Valentin. Era una foto de una mujer con unos pechos ridículamente grandes en una pose seductora. Ofrecían prostitutas y clubes de striptease.
Valentin tiró la tarjeta al suelo. La acera estaba cubierta de ellas.
Una chica pasó por delante, mirándome con una sonrisa ebria. Llevaba sus tacones en sus manos. Mientras deambulaba por ahí, me di cuenta de sus pies ennegrecidos. El suelo estaba sucio, los cimientos para la ostentación y la sofisticación arriba.
—Estamos salvados —dijo Valentin, acercándose a un vendedor ambulante vendiendo Red Bull y cualquier licor que puedas imaginar. Valentin ordenó dos con vodka, y sonrió cuando tomó su primer trago—. Puede que nunca me quiera ir.
Miré la hora en mi teléfono celular. —Ha pasado una hora. Regresemos.
—¿Te acuerdas de dónde vinimos? Porque yo no.
—Sí. Por este camino.
Volvimos sobre nuestros pasos. Me alegré cuando finalmente terminamos en nuestro hotel, porque en verdad no estaba muy seguro de cómo volver,tampoco. La Franja no era difícil de navegar, pero había un montón de
distracciones en el camino, y definitivamente Valentin estaba en el modo de vacaciones.
Busqué en las mesas de póker a Paula, sabiendo que es donde ella estaría.
Alcancé a ver su pelo caramelo, se sentó bien erguida y con confianza en una mesa llena de viejos y Rosario, las chicas eran un gran contraste del resto de los acampados en la zona de póker.
Valentin me hizo señas a una mesa de blackjack, y jugamos un rato para pasar el tiempo.
Media hora más tarde, Valentin empujó mi brazo. Paula estaba de pie, hablando con un hombre con la piel de oliva y el pelo oscuro, con un traje y corbata. La tenía por el brazo, e inmediatamente me levanté.
Valentin agarró mi camisa. —Espera, Pedro. Él trabaja aquí. Sólo dale un minuto. Puedes hacer que nos echen si no mantienes tu cabeza.
Los miré. Estaba sonriendo, pero Paula era todo negocio. Él luego reconoció a Rosario.
—Lo conocen —dije, tratando de leer sus labios para entender la conversación distante. Lo único que pude entender fue algo de sal a cenar conmigo del tipo en el traje, y Paula diciendo estoy aquí con alguien.
Valentin no me podía contener en este tiempo, pero se detuvo a unos metros de distancia cuando vi al del traje besar la mejilla de Paula.
—Fue bueno verte de nuevo. Nos vemos mañana... a las cinco ¿de acuerdo?Estaré en el piso ocho —dijo.
Mi estómago se hundió, y mi cara se sentía como si estuviera en llamas.
Rosario tiró del brazo de Paula, notando mi presencia.
—¿Quién era ese? —pregunté.
Paula asintió hacia el tipo del traje. —Ese es Guillermo Viveros. Lo conozco desde hace mucho tiempo.
—¿Desde hace cuánto?
Miró a la silla vacía en la mesa de póker. —Pedro, no tengo tiempo para esto.
—Supongo que él tiró la idea del ministro joven —dijo Rosario, enviando una sonrisa coqueta en la dirección de Guillermo.
—¿Ese es tu ex-novio? —pregunté, al instante enojado—. ¿Pensé que dijiste que era de Kansas?
Paula dio una mirada impaciente a Rosario, y a continuación tomó mi barbilla en su mano. —Sabe que no soy lo suficientemente mayor como para estar aquí,Pepe. Me dio hasta la medianoche. Te explicaré todo más tarde, pero por ahora tengo que volver al juego, ¿de acuerdo?
buenísimo,seguí subiendo!!!
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