jueves, 22 de mayo de 2014

CAPITULO 179



Nuestros estados de ánimo eran ligeros cuando volvimos de la pista de go-kart. Rosario seguía riendo acerca de haberle dado una paliza a Valentin cuatro veces en una vuelta, y Valentin fingía estar de mal humor.
Valentin tanteó con la llave en la oscuridad.
Sostuve mi teléfono celular en mis manos, luchando contra el impulso de llamar a Paula por decimotercera vez.


—¿Por qué simplemente no la llamas ya? —preguntó Rosario.


—Todavía estara en la cita, probablemente. Yo mejor no… interrumpo —dije, tratando de empujar el pensamiento de lo que podría estar sucediendo de mi mente.


—¿No deberías? —preguntó Rosario, genuinamente sorprendida—. ¿No dijiste que querías preguntarle si quería ir a jugar a los bolos mañana? Es grosero no preguntarle a una chica en una cita el día después de, ya sabes.


Valentin finalmente encontró el ojo de la cerradura y abrió la puerta,dejándonos entrar.
Me senté en el sofá, mirando el nombre de Paula en mi lista de llamadas.


—A la mierda —dije, tocando su nombre.


El teléfono sonó una vez, y luego otra vez. Mi corazón latía con fuerza contra mis costillas, más de lo que nunca lo hizo antes de una pelea.


Paula respondió.


—¿Cómo va la cita, Paloma?



—¿Qué es lo que necesitas,Pedro? —susurró. Al menos no respiraba con dificultad.


—Quiero ir mañana a los bolos. Necesito a mi pareja.


—¿Bolos? ¿No podrías haberme llamado más tarde? —Quería que sus palabras sonaran fuerte, pero el tono de su voz era todo lo contrario. Podría decir que estaba contenta de que la hubiera llamado.


Mi confianza se elevó a un nuevo nivel. Ella no quería estar allí con Adrian.


—¿Cómo se supone que voy a saber cuándo ustedes van a terminar? Oh.Eso no salió bien… —bromeé.


—Te llamaré mañana y podremos hablar de ello entonces, ¿está bien?


—No, no está bien. Dijiste que querías que seamos amigos, ¿pero no podemos pasar el rato? —Hizo una pausa, y me la imaginaba rodando esos preciosos ojos grises. Estaba celoso de que Adrian podía verlos de primera mano—No me ruedes los ojos. ¿Vienes o no?


—¿Cómo sabías que rodé mis ojos? ¿Me estás acechando?


—Siempre ruedas tus ojos. ¿Sí? ¿No? Estás perdiendo tiempo precioso de la cita.


—¡Sí! —dijo en un fuerte susurro, con una sonrisa en su voz—. Iré.


—Te recogeré a las siete.


El teléfono hizo un ruido sordo cuando lo arrojé al extremo del sofá, y entonces mis ojos viajaron hacia Rosario.


—¿Tienes una cita?


—La tengo —dije, inclinándome hacia atrás contra el cojín.
Rosario retiró sus piernas fuera de Valentin, burlándose de él sobre su última carrera mientras navegaba por los canales. No le tomó mucho tiempo para aburrirse. —Voy a volver a la residencia.


Valentin frunció el ceño, nunca contento con su partida. —Mándame mensajes.


—Lo haré —dijo Rosario, sonriendo—. Nos vemos, Pepe.


Tuve envidia de que ella se iba, que tenía algo que hacer. Yo ya había terminado días antes las dos únicas cosas que tenía que hacer.
El reloj encima de la televisión capturó mi atención. Los minutos rodaban lentamente, y cuanto más me decía que dejara de prestar atención, más mis ojos se dirigían a los números digitales de la caja. Después de una eternidad, sólo media hora había pasado. Mis manos se removieron. Me sentía más aburrido e inquieto incluso los segundos eran una tortura. Empujar los pensamientos de Paula y Adrian de mi cabeza se convirtió en una lucha constante. Finalmente, me levanté.


—¿Te vas? —preguntó Valentin con un rastro de sonrisa.


—No puedo quedarme sentado aquí. Ya sabes cómo Adrian ha estado echando espuma por la boca por ella. Me está volviendo loco.


—¿Piensas que ellos…? Nah. Pau no lo haría. Rosario dijo que era… no importa. Mi boca va a meterme en problemas.


—¿Virgen?


—¿Lo sabes?


Me encogí de hombros. —Paula me dijo. ¿Crees que porque nosotros… que ella…?


—No.


Me froté la parte posterior de mi cuello. —Tienes razón. Creo que tienes razón. Quiero decir, espero. Es capaz de hacer cualquier mierda loca para alejarme.


—¿Lo haría? ¿Alejarte, quiero decir?


Miré a los ojos de Valentin—La amo, Valen. Sin embargo, sé lo que le haría a Adrian si se aprovecha de ella.


Valentin negó con la cabeza. —Es su elección,Pepe. Si eso es lo que decidió,vas a tener que dejarlo ir.


Tomé las llaves de mi moto y apreté los dedos a su alrededor, sintiendo los bordes de metal afilados mientras se clavaban en mi palma.


Antes de subirme a la Harley, llamé a Paula.


—¿Estás en casa, ya?


—Sí, me dejó hace aproximadamente cinco minutos.


—Estaré allí en cinco más.


Colgué antes de que pudiera protestar. El aire gélido que se precipitaba contra mi rostro mientras conducía contribuyó a adormecer la ira que provocaron los pensamientos de Adrian, pero una sensación de malestar descendió sobre mi
estómago mientras más cerca me encontraba del campus.
El motor de la moto parecía más fuerte mientras rebotaba en la pared de ladrillo de Morgan Hall. En comparación con las ventanas oscuras y el estacionamiento abandonado, mi Harley y yo hicimos que la noche pareciera anormalmente tranquila, y la espera excepcionalmente larga. Finalmente, Pau apareció en el umbral. Cada músculo de mi cuerpo se tensó mientras esperaba que sonriera o enloqueciera.


No hizo ninguno. —¿No tienes frío? —preguntó, tirando de su chaqueta apretada.


—Te ves bien —dije, notando que no estaba en un vestido. Era evidente que no trataba de parecer toda sexy para él, y eso era un alivio—. ¿Tuviste un buen rato?


—Uh… sí, gracias. ¿Qué estas haciendo aquí?


Encendí el motor. —Iba a dar un paseo para despejar mi cabeza. Quiero que vengas conmigo.


—Hace frío, Pepe.


—¿Quieres que vaya a buscar el coche de Valen?


—Iremos a los bolos mañana. ¿No puedes esperar hasta entonces?


—Pasé de estar contigo cada segundo del día a verte durante diez minutos, si tengo suerte.


Sonrió y negó con la cabeza. —Sólo han pasado dos días, Pepe.


—Te echo de menos. Mueve tu trasero al asiento y vámonos.


Contempló mi oferta, y luego subió la cremallera de su chaqueta y se subió en el asiento detrás de mí.
Tiré de sus brazos alrededor de mí sin pedir disculpas, lo suficientemente apretado que era difícil ampliar mi pecho como para inhalar por completo, pero por primera vez en toda la noche, me sentí como si pudiera respirar.

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