La Harley nos llevó a ningún lugar en particular. El tráfico y la esporádica patrulla de policía que se cruzó en nuestro camino fueron suficiente para mantener mis pensamientos ocupados en un principio, pero después de un rato éramos los únicos en la carretera. Sabiendo que la noche finalmente terminaría, decidí que en el momento que la deje en Morgan
sería cuando ponga mi último esfuerzo. Independientemente de nuestras citas de bolos platónicas, si continuaba viendo a Adrian, con el tiempo también se detendrían. Todo se detendría.
Presionar a Paula nunca era una buena idea, pero a menos que ponga todas mis cartas sobre la mesa, había una gran probabilidad de perder a la única paloma que había conocido. Lo qué quiero decir y cómo lo diría se reproduce una y otra vez en mi mente. Tendría que ser directo, algo que Paula no podría ignorar o fingir que no escuchó ni entendió.
La aguja había estado amenazando con llegar al final del medidor de gas por varios kilómetros, así que me detuve en la primera gasolinera abierta con que nos topamos.
—¿Quieres algo? —pregunté
Paula sacudió la cabeza, bajándose de la moto. Pasó los dedos por el enredo de su largo, brillante cabello, y sonrió tímidamente.
—Déjalo. Estás jodidamente hermosa.
—Sólo si me pones en un vídeo de principio de los ochenta.
Me reí, y luego bostecé, colocando la boquilla en la abertura del tanque de gas de la Harley.
Paula sacó su celular para ver la hora. —Oh, Dios mío, Pepe. Son las tres de la mañana.
—¿Quieres que volvamos? —pregunté, mi estómago hundiéndose.
—Será lo mejor.
—¿Todavía iremos esta noche a los bolos?
—Te dije que lo haría.
—Y todavía irás a la Sig Tau conmigo en un par de semanas, ¿verdad?
—¿Estás insinuando que no mantengo mi palabra? Me parece un poco insultante.
Tiré de la boquilla del tanque de gas y la conecté en su base. —Simplemente ya no sé lo que vas a hacer.
Me senté en la moto y luego ayudé a Paula a subir detrás de mí. Envolvió sus brazos mí alrededor, esta vez por su cuenta, y suspiré, perdido en mis pensamientos antes de arrancar el motor. Agarré las manillas, tomé aire, y justo
cuando tenía las pelotas para decírselo, decidí que una estación de servicio no era el fondo apropiado para desnudar mi alma.
—Eres importante para mí, ya sabes —dijo Paula, apretándome con sus brazos.
—No te entiendo, Paloma. Pensé que conocía a las mujeres, pero eres tan jodidamente confusa que ya no sé a qué te refieres.
—No te entiendo, tampoco. Se supone que debes ser el hombre mujeriego del Eastern. No estoy recibiendo la experiencia completa de primer año que prometieron en el folleto.
No pude evitar sentirme ofendido. Incluso si fuera cierto. —Bueno, eso es lo primero. Nunca había tenido que dormir con una chica para que ella quisiera que la dejara en paz.
—Eso no es lo que fue, Pedro.
Arranqué el motor y lo saqué a la calle sin decir una palabra más. Conducir hacia Morgan era insoportable. En mi cabeza, me hablé dentro y fuera sobre cómo enfrentarme a Paula tantas veces. A pesar de que tenía los dedos entumecidos por el frío, conduje lentamente, temiendo el momento en que Paula se enterara de todo,y luego me rechazara por última vez.
Cuando nos detuvimos frente a la entrada de Morgan Hall, mis nervios se sentían como si hubieran sido cortados, prendidos en fuego y dejados en un lío, destrozado.Paula bajó de la moto, y su expresión triste creó un tenue resplandor de pánico dentro de mí. Podría decirme que me vaya al infierno antes de que tuviera la oportunidad de decir nada.
Caminé con Paula a la puerta, y sacó sus llaves, manteniendo la cabeza baja.
Incapaz de esperar un segundo más, tomé su barbilla suavemente en mi mano, y la levanté, esperando pacientemente a que sus ojos se alzaran para encontrarse con los míos.
—¿Te besó? —le pregunté, tocando con mi pulgar sus labios suaves.
Se alejó. —Tú sí que sabes cómo arruinar una noche perfecta, ¿no?
—Pensaste que fue perfecta, ¿eh? ¿Significa eso que la pasaste bien?
—Siempre lo hago cuando estoy contigo.
Mis ojos se detuvieron, y sentí mi rostro comprimirse en un ceño. —¿Te besó?
—Sí —suspiró, irritada.
Cerré mis ojos con fuerza, sabiendo que mi próxima pregunta podría resultar un desastre. —¿Eso es todo?
—¡Eso no es asunto tuyo! —dijo, tirando de la puerta.
La empujé cerrándola y me puse en su camino. —Necesito saber.
—¡No, no lo necesitas! ¡Muévete,Pedro! —Clavó el codo en mi costado, tratando de obtener algo.
—Paloma...
—¿Crees que porque ya no soy virgen voy a lanzarme a cualquier otro? ¡Gracias! —dijo, empujando mi hombro.
—No he dicho eso, ¡maldita sea! ¿Es mucho pedir por un poco de paz mental?
—¿Por qué te daría tranquilidad saber si estoy durmiendo con Adrian?
—¿Cómo no lo sabes? ¡Es obvio para todos los demás, menos para ti!
—Supongo que soy una idiota, entonces. Estás brillante esta noche, Pepe —dijo, alcanzando la manija de la puerta.
Agarré sus hombros. Ella lo estaba haciendo de nuevo, la rutina inconsciente que se había vuelto costumbre. El momento de mostrar mis cartas era ahora. —La forma en que me siento por ti... es una locura.
—Acertaste en la parte de la locura —espetó, tirando de mí.
—Practiqué en mi cabeza todo el tiempo que estuvimos en la moto, así que escúchame.
—Pedro…
—Sé que estamos jodidos, ¿de acuerdo? Soy impulsivo y tengo mal genio, y te metiste bajo mi piel como nadie más. Actúas como si me odiaras un minuto, y luego como si me necesitaras al siguiente. Nunca acierto en nada, y no te merezco...
pero estoy malditamente enamorado de ti,Paula. Te amo más de lo que he querido a nadie ni nada, nunca. Cuando estás cerca, no necesito alcohol, ni dinero, ni lucha, o algo de una sola noche... todo lo que necesito es a ti. Eres en todo lo que pienso.
Eres todo lo que soñé. Eres todo lo que quiero.
No dijo nada durante varios segundos. Sus cejas levantadas, y sus ojos se veían aturdidos mientras procesaba todo lo que yo había dicho. Parpadeó un par de veces.
Tomé cada lado de su cara y la miré a los ojos. —¿Te has acostado con él?
Los ojos de Paula brillaron, y luego negó con la cabeza. Sin pensarlo, mis labios se estrellaron contra los de ella, y deslicé mi lengua dentro de su boca. No me rechazó, en cambio su lengua desafió a la mía, y agarró mi camiseta en sus puños, tirándome cerca. Un gemido involuntario emanó de mi garganta, y envolví mis brazos a su alrededor.
Cuando supe que tenía mi respuesta, me aparté, sin aliento.
—Llama a Adrian. Dile que no quieres verlo nunca más. Dile que estás conmigo.
—Llama a Adrian. Dile que no quieres verlo nunca más. Dile que estás conmigo.
Cerró sus ojos. —No puedo estar contigo, Pedro.
—¿Por qué diablos no? —pregunté, dejándola ir.
Paula negó con la cabeza. Había demostrado ser impredecible un millón de veces antes, pero la forma en la que me había besado significaba algo más que amistad, y era demasiado tarde para que sea sólo simpatía. Eso me dejó con una sola conclusión.
—Increíble. La única chica que quiero, y ella no me quiere.
Vaciló antes de hablar. —Cuando Rosario y yo nos mudamos aquí, fue sabiendo que mi vida daría un giro en una forma determinada. O más bien, que no resultaría de cierta manera. Las peleas, el juego, la bebida... es lo que dejé atrás.
Cuando estoy cerca de ti... todo está allí para mí en un irresistible y tatuado paquete. No me mudé cientos de kilómetros para vivir todo de nuevo.
—Sé que mereces más que yo. ¿Crees que no lo sé? Pero si hay alguna mujer que se hizo para mí... eres tú. Haré todo lo que tenga que hacer, Paloma. ¿Me oyes? Haré cualquier cosa.
Se apartó de mí, pero no me rendiría. Ella estaba finalmente hablando, y si se alejaba esta vez, no podríamos tener otra oportunidad.
Sostuve la puerta con la mano. —Dejaré de pelear al segundo que me gradúe. No voy a beber una sola gota de nuevo. Te haré feliz siempre, Paloma. Si sólo creyeras en mí, puedo hacerlo.
—No quiero que cambies.
—Entonces dime qué hacer. Dime y lo haré —declaré.
—¿Me prestas tu teléfono? —preguntó.
Fruncí el ceño, sin saber lo que iba a hacer. —Por supuesto. —Saqué el teléfono de mi bolsillo, y se lo entregué.
Tocó los botones por un momento, y luego marcó, cerrando los ojos mientras esperaba.
—Lo siento por llamar tan temprano —tartamudeó—, pero esto no podía esperar. Yo... no puedo ir a cenar contigo el miércoles.
Había llamado Adrian. Mis manos temblaban de miedo, preguntándome si ella le pediría que la recogiera, para salvarla, o algo más.
Y continuó—: No puedo verte de nuevo, de hecho. Estoy… bastante segura de que estoy enamorada de Pedro.
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