Tenía su cabello mojado por el accidente de afuera, pero tomé una de esas cosas de elástico redondas y recogí su largo cabello en una coleta. Los cabellos máscortos se salieron de la coleta y se pegaron a su rostro, así que tuve que sostenerloscon mi mano de todos modos, y después le puse una cosita negra.
Había visto a muchas chicas de mi clase torcer y tirar de su cabello hacia atrás, no me tomó mucho tiempo averiguar por qué lo hacían.
El cuerpo de Paula se volvió a sacudir. Tomé un trapo del armario de la entrada y lo mojé, después me senté junto a ella poniéndoselo en la frente. Se apoyó en la bañera y gimió.
Gentilmente, limpié su cara con el trapo húmedo, y traté de quedarme quieto cuando apoyó su cabeza en mi hombro.
—¿Vas a volver a hacerlo? —le pregunté.
Me frunció el ceño, tratando de apretar sus labios hasta llegar de nuevo al inodoro. Volvió a vomitar sacando más líquido.
Paula era tan pequeña, y la cantidad que llevaba expulsada no parecía ser normal. La preocupación se deslizó en mi mente.
Me paré y regresé con dos toallas, mantas y almohadas en mis brazos. Paula gimió en la taza, su cuerpo temblaba. Hice una cama improvisada en la bañera y esperé, sabiendo que lo más probable era que iba a pasar la noche en este rincón del baño.
Valentin se asomó en la puerta.
—¿Debería… llamar a alguien?
—Todavía no. Voy a cuidarla.
—Estoy bien —dijo Paula—. No tengo una intoxicación de alcohol.
Valentin frunció el ceño.
—No, esta estupidez es precisamente eso.
—Oye, tienes el uh… su uh…
—¿Regalo? —dijo con una ceja levantada.
—Sí.
—Lo tengo —dijo infeliz.
—Gracias, hombre.
Paula se apoyó en la bañera una vez más, y volví a limpiar su cara. Valentin humedeció un nuevo trapo y me lo tiró.
—Gracias.
—Grita si me necesitas —dijo Valentin—, voy estar en mi cama despierto tratando de pensar en algo que haga que Ro me perdone.
Me relajé en la bañera lo mejor que pude, y tiré a Paula en mi regazo.
Suspiró y dejó que su cuerpo se relajara contra el mío. Aunque estuviera cubierta de vómito, cerca de ella era el único lugar en el que quería estar. Sus palabras en la
fiesta se reproducían en mi mente.
En otra vida, podría amarte.
Paula yacía débil y enferma en mis brazos, dependiendo de mí para cuidarla. En ese momento reconocí que mis sentimientos por ella eran más fuertes de lo que pensaba. En algún momento desde que nos conocimos y hoy
sosteniéndola en el piso del baño, me había enamorado de ella.
Paula suspiró y apoyó su cabeza en mi regazo. Me aseguré de que estaba cubierta con las mantas antes de dormirme.
—¿Pepe? —susurró
—¿Sí?
No respondió. Su respiración se fue nivelando y su cabeza se dejó caer pesadamente en mis piernas. La porcelana fría en mi espalda y el duro azulejo en mi culo era brutal, pero no me atrevía a moverme. Ella estaba cómoda, y quería
que se quedara así. Veinte minutos después de observarla respirar, las partes que estaban incómodas se empezaron a adormecer y cerré mis ojos.
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