lunes, 19 de mayo de 2014

CAPITULO 169



El día no comenzó bien. Paula estaba en alguna parte con Rosario,tratando de disuadirla de no dejar a Valentin, y Valentin estaba comiéndose sus uñas en la sala, esperando a que Paula hiciera un milagro.

Había llevado al cachorro afuera una sola vez, paranoico de que Rosario llegara en cualquier momento y arruinara la sorpresa. A pesar de que lo había alimentado y le había dado una toalla para que se acurrucara, se quejaba.
La simpatía no es mi punto fuerte, pero nadie podía culparlo. Sentarse en una pequeña caja no era la mejor idea. Afortunadamente, segundos antes de que ellas regresaran, el pequeño se había calmado y dormido.


—¡Están de regreso! —dijo Valentin, saltando fuera del sofá.


—Bien —dije, cerrando la puerta detrás de mí silenciosamente—Comportat…


Antes de que mi oración estuviese completa, Valentin había abierto la puerta y bajado las escaleras. La entrada era un buen lugar para mirar a Paula sonreír a la ansiosa reconciliación de Valentin y Rosario. Paula metió las manos en los bolsillos de atrás y se dirigió al apartamento.
Las nubes de otoño proyectaban una sombra gris sobre todas las cosas, pero la sonrisa de Paula era como el verano. Cada paso que daba que la acercaba a donde yo estaba, mi corazón latía con más fuerza contra mi pecho.



—Y ellos vivieron felices para siempre —dije, cerrando la puerta tras ella.


Nos sentamos juntos en el sofá, y empujé sus piernas en mi regazo.


—¿Qué quieres hacer hoy, Paloma?


—Dormir. O descansar… o dormir.


—¿Puedo darte tu regalo primero?


Empujó mi hombro. —Cállate. ¿Me has traído un regalo?


—No es un brazalete de diamante, pero pensé que te gustaría.


—Me encanta y aún no lo he visto.


Levanté sus piernas fuera de mi regazo y fui a recoger su regalo. Traté de no mover la caja, esperando que el cachorro no despertara e hiciera algún ruido para alertarla. —Ssshhhh, pequeño. Sin llorar, ¿Está bien? Sé un buen chico.


Puse la caja a sus pies, agachándome detrás de ella. —Apresúrate, quiero verte sorprendida.


—¿Qué me apresure? —preguntó, levantando la tapa. Su boca se abrió—. ¿Un perrito? —gritó, metiendo la mano en la caja. Levantó el cachorro a su cara, tratando de mantenerlo en sus manos, ya que se movía y estiraba su cuello,desesperado por cubrir su boca con besos.


—¿Te gusta él?


—¿Él? ¡Lo amo! ¡Me compraste un perrito!


—Es un Bulldog Frances. Tuve que manejar tres horas para traerlo después de clases el jueves.


—Entonces, cuando dijiste que fuiste con Valentin en su auto para comprar…


—Fuimos a conseguir tu regalo —asentí.


—¡Es muy inquieto!


—¡Se ve como Moro! Así es como voy a llamarlo —dijo, arrugando su nariz en él.


Ella era feliz, y eso me hacía feliz.


—Puedes tenerlo aquí. Me encargaré de él cuando vuelvas a Morgan, y eso me asegurara de que vengas a visitarlo varias veces al mes.


—Hubiera regresado, de todas maneras, Pepe.


—Haría cualquier cosa por esa sonrisa que está en tu rostro ahora mismo.


Mis palabras la hicieron pausarse, pero rápidamente volvió su atención al perro.


—Creo que necesito una siesta, Moro. Sí, tú también la necesitas.


Asentí, empujándola a mi regazo y llevándola conmigo mientras me levantaba.


—Vamos, entonces.


La llevé hasta la habitación, quitando las sábanas y luego bajándola al colchón, la acción por si sola me habría excitado, pero estaba muy cansado. Pasé por encima de ella para cerrar las cortinas, y luego caí en mi almohada.


—Gracias por quedarte conmigo anoche —dijo, su voz un poco ronca y somnolienta—. No tenías por qué dormir en el suelo del baño.


—Anoche fue una de las mejores noches de mi vida.


Se volvió hacia mí con una mirada dudosa. —¿Dormir entre un retrete y la bañera y en el frío y duro piso con una idiota vomitando fue una de tus mejores noches? Eso es triste, Pepe.


—No, sentado contigo cuando estabas enferma, y tú durmiendo en mi regazo fue una de mis mejores noches. No fue cómodo, no dormí casi nada, pero estuve en tu decimonoveno cumpleaños contigo, y realmente eres dulce cuando estás borracha.


—Estoy segura que entre eructando y vomitando fui muy encantadora.


La atraje hacia mí, acariciando a Moro, quien estaba acurrucado en su cuello.


—Eres la única mujer que conozco que aun se ve increíble con la cabeza dentro del inodoro. Eso es mucho decir.


—Gracias, Pepe. No haré que seas mi niñera otra vez.


Me apoyé en mi almohada. —Como sea. Nadie puede sostener tu cabello hacia atrás como yo.


Río y cerró sus ojos. Tan cansado como estaba, era difícil dejar de mirarla.
Su rostro estaba libre de maquillaje excepto por la delgada piel debajo de sus pestañas inferiores que todavía estaba un poco manchada con rímel. Se removió un poco antes de que sus hombros se relajaran.
Parpadeé un par de veces, mis ojos poniéndose más pesados cada vez que se cerraban. Parecía que apenas me había quedado dormido cuando escuché el timbre en la puerta.


Paula ni siquiera se movió.

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