sábado, 17 de mayo de 2014

CAPITULO 164



Fui tras ella, pero me caí en el camino. Mi codo chocó contra la esquina de la escalera de hormigón, pero el dolor nunca llegó. Rodé sobre mi espalda, riendo histéricamente.


—¿Qué estás haciendo? ¡Levántate! —dijo, tirando de mí hasta ponerme de pie.


Mi visión se volvió borrosa, y entonces estábamos en clase de Chaney. Paula estaba sentada en su escritorio con algo que parecía un vestido de graduación, y yo estaba en bóxer. La habitación estaba vacía, y era o bien atardecer o amanecer.
—¿Vas a alguna parte? —pregunté, ¿no le preocupa que yo no estuviera vestido?
Paula sonrió, extendiendo la mano para tocar mi cara. —Nop. No voy a ninguna parte. Estoy aquí para quedarme.
—¿Lo prometes? —le pregunté, tocando sus rodillas. Abrió sus piernas lo suficiente como para que yo pudiera encajar cómodamente entre sus muslos.
—Al final de todo, soy tuya.
No estaba muy seguro de lo que quería decir, pero estaba encima de mí. Sus labios viajaron por mi cuello, y cerré los ojos en un estado de completa y total euforia. Todo por lo que había trabajado estaba sucediendo. Sus dedos viajaron por mi torso, y aspiré un poco justo cuando se deslizó entre mi bóxer y se instaló en mi miembro.
Cualquiera que hubiera sido el miedo que sentí antes, acababa de ser superado. Giré mis dedos en su pelo, y apreté los labios contra los suyos, sin perder tiempo para acariciar el interior de su boca con mi lengua.
Uno de sus tacones se cayó al suelo, y bajé la mirada.
—Me tengo que ir —dijo, triste.
—¿Qué? Pensé que habías dicho que no te ibas a ninguna parte.
Sonrió. —Esfuérzate más.
—¿Qué?
—Esfuérzate más —repitió, tocándome la cara.
—Espera —dije, no queriendo terminar—. Te amo, Paloma.


Mis ojos parpadearon lentamente. Cuando se centraron, reconocí el ventilador de techo. Mi cuerpo dolía por todas partes, y la cabeza me palpitaba con cada latido de mi corazón.
Desde algún lugar de la sala, la chillona voz de Rosario llenó mis oídos. Por el contrario, la voz baja de Valentin fue sofocada con las voces de Valentin y Paula.
Cerré los ojos, cayendo en una profunda depresión. Sólo fue un sueño. Nada de eso fue real. Me froté la cara, tratando de producir suficiente motivación para sacar mi culo de la cama.
Lo que sea que hice ayer en la noche, esperaba que fuera digno del sentimiento de carne pulverizada en el fondo de un bote de basura.
Mis pies se sentían pesados mientras los arrastraba por el suelo para recoger un par de jeans arrugados en el rincón. Me los puse, y me tropecé a la cocina, retrocediendo ante el sonido de sus voces.


—Ustedes son jodidamente ruidosos —dije, abotonando mis jeans.


—Lo siento —dijo Paula, apenas mirándome. No hay duda que probablemente hice algo estúpido para avergonzarla anoche.


—¿Quién diablos me dejó beber tanto anoche?


La cara de Rosario se retorció con disgusto. —Tú lo hiciste. Te fuiste a comprar alcohol después de que Paula se fuese con Adrian, y arruinaste todo el asunto cuando regresó.


Fragmentos de recuerdos volvieron en pequeñas piezas. Paula se fue con Adrian. Yo estaba deprimido. Fui a la tienda de licor con Rosario.


—Maldita sea —dije, sacudiendo la cabeza—. ¿Te divertiste? —le pregunté a Paula.


Sus mejillas se pusieron rojas.


Oh, mierda. Debió haber sido peor de lo que pensaba.


—¿Hablas en serio? —preguntó.


—¿Qué? —pregunté, pero cuando la palabra salió, me arrepentí.


Rosario se rió, claramente sorprendida por mi pérdida de memoria. —La sacaste del coche de Adrian, viendo todo rojo cuando los sorprendiste acaramelados como estudiantes de secundaria. ¡Empañaron las ventanas y todo! Intenté recordar. Esa escena no me suena, pero los celos sí.


Paula parecía a punto de estallar, y retrocedí ante su mirada.


—¿Qué tan cabreada estás? —le pregunté, esperando que una explosión de gritos se infiltrase en mi ya palpitante cabeza.


Paula pisoteó fuerte hacia el dormitorio, y la seguí, cerrando suavemente la puerta detrás de nosotros.


Se volvió. Su expresión era diferente de lo que había visto antes. No estaba seguro de cómo leerlo. —¿No recuerdas nada de lo que me dijiste anoche? — preguntó.


—No. ¿Por qué? ¿Fui grosero contigo?


—¡No, no fuiste grosero conmigo! Tú… nosotros… —Se cubrió los ojos con las manos.


Cuando levantó su mano, una nueva y brillante pieza de joyería se deslizó de su muñeca a su antebrazo. —¿De dónde salió esto? —pregunté, envolviendo mis dedos alrededor de su muñeca.


—Es mía —dijo, alejándose.


—Nunca la había visto antes. Parece nueva.


—Lo es.


—¿De dónde la has sacado?


—Adrian me la dio hace unos quince minutos —dijo.


Rabia creció en mi interior. Necesitaba golpear algo para sentirme mejor. — ¿Qué diablos hacía ese imbécil aquí? ¿Pasó la noche aquí?


Se cruzó de brazos, imperturbable. —Fue de compras en busca de mi regalo de cumpleaños esta mañana y lo trajo.


—No es tu cumpleaños, todavía. —Mi ira se desbordó, pero el hecho que no estuviera intimidada en absoluto, me ayudó a mantenerla bajo control.


—No podía esperar —dijo, levantando la barbilla.


—No es de extrañar que tuviese que arrastrar tu trasero de su coche, parece que tú… —Me detuve, presionando mis labios para evitar que el resto salga. No era un buen momento para decir palabras que no pudiera retroceder.


—¿Qué? Parece como si yo, ¿qué?


Apreté los dientes. —Nada. Estoy cabreado e iba a decir algo que no quería decir.


—Nunca te has detenido antes.


—Lo sé. Estoy trabajando en ello —dije, caminando hacia la puerta—. Dejaré que te vistas.


Cuando llegué a la perilla, un dolor se disparó de mi codo hasta mi brazo.
Lo toqué, y era tierno. Al levantarlo, reveló lo que había sospechado: un moretón fresco. Mi mente corrió a averiguar lo que podría haberlo causado, y recordé que Paula me dijo que era virgen, me caí riendo, y entonces me ayudó a desvestirme… y entonces… Oh, Dios.


—Me caí en las escaleras anoche. Y tú me ayudaste a llegar a la cama… Nosotros —dije, dando un paso hacia ella. El recuerdo de mí estrellándome contra ella mientras estaba de pie semi desnuda frente al armario, pasó por mi mente.
Casi la había follado, tomando su virginidad cuando estaba borracho. La idea de lo que podría haber sucedido me hizo sentir avergonzado por primera vez desde… nunca.


—No, no lo hicimos. No pasó nada —dijo, negando con la cabeza.


Me encogí. —Empañaron las ventanas de Adrian, te saqué del coche y después traté de… —Traté de recordar. Era repugnante. Afortunadamente, incluso en mi borrachera, me detuve, pero ¿qué si no lo hubiera hecho? Paula no merecía que su primera vez fuera así con nadie y yo menos que todos. Guau. Por un momento, realmente creí que había cambiado. Sólo tomó una botella de whisky y la mención de la palabra virgen para hace revivir mi polla.


Me volví hacia la puerta y agarré el pomo. —Estas volviéndome un jodido psicópata, Paloma —gruñí por encima de mi hombro—. No puedo pensar bien cuando estoy cerca de ti.


—¿Así que es mi culpa?


Me volví. Mis ojos se posaron en la delantera de su bata, luego en sus piernas, sus pies y luego volviendo a sus ojos. 


—No sé. Mi memoria es un poco confusa… pero no recuerdo que dijeras que no.


Dio un paso hacia adelante. Al principio parecía a punto de saltar, pero su rostro se suavizó, sus hombros cayeron. —¿Qué quieres que diga, Pedro?


Le eché un vistazo a la pulsera, y luego a ella. —¿Esperabas que no lo recordara?


—¡No! ¡Estaba furiosa porque se te olvidó!


No. Ella no lo hizo. Mierda. —¿Por qué?


—Porque si yo… si nosotros… ¡No sé por qué! ¡Sólo lo estaba!


Estaba a punto de admitirlo. Tenía que hacerlo. Se enojó conmigo porque iba a darme su virginidad y no recordaba lo que había sucedido. Eso era todo.
Este era mi momento. Estábamos finalmente cerca de aclarar nuestro asunto de una vez, pero el tiempo se acababa. Valentin iba a venir en cualquier momento a
decirle a Paula que salga con Rosario por los planes de la fiesta.


Corrí hacia ella, deteniéndome a centímetros. Mis manos tocaron cada lado de su cara. —¿Qué estamos haciendo, Paloma?


Sus ojos empezaron por mi cinturón, y luego viajó lentamente a mis ojos. —Tú dímelo.


Su rostro quedó en blanco, como si admitir profundos sentimientos por mí hiciera apagar todo su sistema.
Un golpe en la puerta provocó mi ira, pero me mantuve enfocado.


—¿Paula? —dijo Valentin—Ro va a hacer algunas diligencias, quiere que lo sepas en caso de que quieras ir con ella.


—¿Paloma? —le dije, mirándola a los ojos.


—Sí —le gritó a Valentin—. Tengo algunas cosas que necesito comprar.


—Bien, estará lista para irse cuando tú lo estés —dijo, sus pasos desaparecieron por el pasillo.


—¿Paloma? —dije, desesperado por mantenerme en el camino.


Dio unos pasos hacia atrás, sacó un par de cosas del armario, y luego pasó por delante de mí. —¿Podemos hablar de esto más tarde? Tengo que hacer muchas
cosas hoy.


—Seguro —dije, exhalando.

1 comentario: