sábado, 17 de mayo de 2014

CAPITULO 163



Con mis dedos en los labios y mi codo contra la puerta, veía el mundo pasar por mi ventana. El tiempo frío trajo consigo un salvaje viento, azotando los árboles y arbustos, haciendo que las farolas que colgaban empezaran a balancearse atrás y adelante. La falda del vestido de Paula era bastante corta. Los ojos de Adrian tenían que mantenerse en su cabeza. La manera en que las rodillas desnudas de Paula se veían cuando se sentaba a mi lado en el asiento trasero del auto vino a mi mente, y me imaginé a Adrian notando su suave y brillante piel como yo, pero con menos aprecio y más alucinación.


Los celos empezaron a brotar, pero Rosario puso el freno de emergencia. — Estamos aquí.


La suave luz del cartel de Licores Ugly Fixer estaba encendida en la entrada.
Rosario era mi sombra por el pasillo tres. Sólo me tomó un momento encontrar lo que buscaba. La única botella que me ayudaría para una noche como esta: whisky Jim Beam.


—¿Estás seguro que quieres eso? —preguntó Rosario, su voz teñida de advertencia—. Tienes una fiesta de cumpleaños sorpresa que organizar mañana.


—Estoy seguro —dije, tomando la botella en el mostrador.


En el segundo que mi culo golpeó el asiento de pasajero, saqué la tapa y bebí un trago, apoyando mi cabeza contra el respaldo.


Rosario me miró por un momento, y luego metió reversa. —Esto será divertido, te lo aseguro.


Para el momento que llegamos al apartamento, me había bebido el whisky que estaba en el cuello de la botella, y seguía avanzando.


—No es cierto —dijo Valentin al ver la botella.


—Sí, lo es —le dije, tomando otro trago—. ¿Quieres? —pregunté, apuntando la boca de vidrio en su dirección.


Hizo una mueca. —Dios, no. Tengo que estar sobrio para poder reaccionar lo suficientemente rápido cuando vayas todo Pedro-Jim-Beam sobre Adrian después.


—No, no —dijo Rosario—. Me lo prometió.


—Lo hice —le dije con una sonrisa, para hacerla sentir mejor—. Lo prometí.


Durante la siguiente hora, Valentin y Rosario hicieron todo lo posible para pensar en otra cosa. El Sr. Beam hizo todo lo posible para mantenerme insensible.
Pasadas más de dos horas, las palabras de Valentin parecían más lentas. Rosario se rió de la estúpida sonrisa en mi cara.


—¿Ves? Es un borracho feliz.


Solté el aire a través de mis labios, y dejé escapar un sonido de soplo. —No estoy borracho. Todavía no.


Valentin señaló el líquido ambarino disminuyendo. —Si bebes el resto de eso, lo estarás.


Levanté la botella, y luego miré el reloj. —Tres horas. Debe ser un buen día.


—Levanté la botella hacia Valentin, y luego la coloqué en mis labios, tomándomelo todo. El resto del contenido salió de mis labios y sentí los dientes entumecidos, y quemó todo el camino hasta mi estómago.


—Jesús, Pedro —dijo Valentin con el ceño fruncido—. Te vas a desmayar.


No quieres estar así cuando ella llegue.
El sonido de un motor se hizo más fuerte cuando se acercó al apartamento y luego vibró en el exterior. Sabía que era del Porsche de Adrian.


Una sonrisa descuidada se extendió por mis labios —¿Para qué? Aquí es donde se produce la magia.


Rosario me miró con recelo. —Pepe... ¡lo prometiste!


Asentí. —Lo hice. Lo prometí. Sólo voy a ayudarla a salir del coche. —Mis piernas estaban allí, pero no las podía sentir. El respaldo del sofá resultó ser un gran estabilizador de mi intento de ebriedad en pie.


En la puerta, mi mano abarcaba la perilla, pero Rosario suavemente la cubrió con la mano. —Voy a ir contigo. Para asegurarme que no rompas tú promesa.

—Buena idea —dije. Abrí la puerta, y al instante la adrenalina me atravesó.


El Porsche se sacudió una vez, y las ventanas estaban empañadas.
No estaba seguro de cómo mis piernas se movían tan rápido en mi condición, de repente estaba en la parte baja de las escaleras. Rosario tomó mi camisa en un puño. Tan pequeña como era, era sorprendentemente fuerte.


—Pedro —dijo en un susurro—Paula no va a dejarlo ir demasiado lejos.Primero, trata de calmarte.


—Sólo voy a comprobar que se encuentre bien —dije, caminando hacia el coche de Adrian. El lado de mi mano golpeó la ventana del pasajero tan fuerte, que me sorprendió que no se rompiera. Cuando no abrieron, lo hice por ellos.


Paula jugueteaba con su vestido. Su pelo estaba revuelto y tenía poco brillo en los labios, un signo revelador de lo que habían estado haciendo.


Adrian se tensó. —¿Qué demonios, Pedro?


Mis manos se cerraron en puños, pero podía sentir la mano de Rosario en mi hombro.


—Vamos, Paula. Necesito hablar contigo —dijo Rosario.


Paula parpadeó un par de veces. —¿Sobre qué?


—¡Sólo ven! —espetó.


Paula miró a Adrian—Lo siento, me tengo que ir.


Adrian meneó la cabeza, molesto. —No, está bien. Ve.


Tomé la mano de Paula mientras salía del Porsche, y luego cerré la puerta de una patada.Paula volteó, quedándose entre el coche y yo, empujando mi hombro.


—¿Qué te pasa? ¡Basta!


El Porsche chilló fuera de la zona de aparcamiento. Saqué los cigarrillos del bolsillo de mi camisa y encendí uno. —Puedes entrar, Ro.


—Vamos, Paula.


—¿Por qué no te quedas, Pochi? —le dije. La palabra sonaba ridícula. Cómo Adrian podía pronunciar esa palabra con una cara seria era una hazaña.


Paula asintió hacia Rosario para seguir adelante, y ella a regañadientes accedió.
La miré por un momento, tomando una calada o dos de mi cigarrillo.


Paula cruzó los brazos. —¿Por qué hiciste eso?


—¿Por qué? ¡Porque estaba follándote delante de mi apartamento!


—Puede que esté quedándome en tu casa, pero lo que hago, y con quién lo hago, es mi problema.


Apagué el cigarrillo en el suelo. —Eres mucho mejor que eso, Paloma. No dejes que te folle en un coche como una barata cita de graduación.


—¡No iba a tener sexo con él!


Moví mi mano hacia el espacio vacío donde estaba el coche de Adrian — ¿Qué estabas haciendo, entonces?


—¿Nunca has besado a alguien sin que llegue a nada más?
Eso fue lo más estúpido que había escuchado. —¿Cuál es el punto en eso?


—Es el concepto que existe para mucha gente… sobre todo para aquellos que tienen citas.


—Todas las ventanas estaban empañadas, el coche se sacudía... ¿cómo iba yo a saber?


—¡Tal vez no deberías espiarme!


¿Espiarla? Sabe que podemos escuchar cada coche desde el apartamento, ¿y decidió que justo fuera de mi puerta era un buen lugar para besuquearse con un hombre que no soporto? Me froté y sacudí la cara con frustración, tratando de mantener la calma. —No puedo soportar esto, Paloma. 
Siento que me estoy volviendo loco.


—¿No puedes soportar qué?


—Si duermes con él, no quiero saberlo. Iré a la cárcel por mucho tiempo si me entero que… simplemente no me lo digas.


—Pedro —Hervía—. ¡No puedo creer que hayas dicho eso! ¡Eso es un gran paso para mí!


—¡Eso es lo que todas las chicas dicen!


—¡No me refiero a las putas con las que lidias! ¡Me refiero a mí! —Llevó la mano a su pecho—. Yo no he… ¡ugh! No importa. —Dio unos pasos, pero agarré su brazo, girándola hacia mí.


—¿Tu no, qué? —Incluso en mi estado actual, la respuesta vino a mí—. ¿Eres virgen?


—¿Y qué? —dijo, ruborizándose.


—Por eso que Rosario estaba tan segura que no irías tan lejos.


—Tuve el mismo novio los cuatro años de escuela secundaria. ¡Él era un aspirante a ministro bautista! ¡Esto nunca fue un tema para nosotros!


—¿Un ministro de la juventud? ¿Qué pasó después de toda la dura abstinencia?


—Quería casarse y quedarse en… Kansas. Yo no lo hacía.
No podía creer lo que estaba diciendo. ¿Tiene casi diecinueve años, y todavía virgen? Eso era casi imposible en estos días. No podía recordar conocer a alguien así desde el inicio de la escuela secundaria.


Me acerqué y tomé cada lado de su cara. —Virgen. Nunca me hubiera imaginado con la forma en que bailaste en The Red.


—Muy gracioso —dijo, pisando fuerte hacia las escaleras.

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