TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
viernes, 2 de mayo de 2014
CAPITULO 113
Le tendí la mano, él me la estrechó sin titubear y se la llevó a la boca, dándome un tierno beso en los nudillos. La habitación estaba en silencio: sus labios al alejarse de mi piel y el aire que escapó de sus pulmones eran los únicos sonidos que oí.
—Paula Alfonso… —dijo él, mientras la luz de la luna iluminaba su sonrisa.
Apreté la mejilla contra su pecho desnudo.
—Pedro y Paula Alfonso. Suena bien.
—El anillo… —empezó él, frunciendo el ceño.
—Ya nos ocuparemos de los anillos después. Te he pillado totalmente por sorpresa.
—Eh… —Se apartó y me observó esperando una reacción.
—¿Qué? —pregunté, poniéndome en tensión.
—Vale, no alucines —dijo él moviéndose nervioso. Me cogió con más fuerza—. De hecho…, en cierto modo ya me he ocupado de esa parte.
—¿Qué parte? —dije levantando la cabeza para verle la cara. Miró al techo y suspiró.
—Vas a alucinar.
—Pedro…
Fruncí el ceño cuando alargó un brazo y abrió el cajón de su mesita de noche. Palpó los objetos en su interior durante un momento. Me aparté los mechones del flequillo con un soplido.
—¿Qué? ¿Has comprado condones?
Soltó una carcajada.
—No, Paloma.
Juntó las cejas mientras hacía un esfuerzo para llegar más al fondo del cajón.
Cuando encontró lo que estaba buscando, centró su atención en mí y me observó mientras sacaba una cajita de su escondite. Bajé la mirada cuando puso una cajita
cuadrada de terciopelo en su pecho, mientras se estiraba hacia atrás para apoyar la cabeza en su brazo.
—¿Qué es esto? —pregunté.
—¿A ti qué te parece?
—Vale. Déjame que replantee la pregunta.
—¿Cuándo has comprado esto?
Pedro suspiró hondo y, mientras lo hacía, la caja se elevó con su pecho y cayó cuando soltó el aire de sus pulmones.
—Hace un tiempo.
—Pepe…
—Es que lo vi un día por casualidad, y sabía que solo podía estar en un sitio…, en tu perfecto dedito.
—Un día…, ¿cuándo?
—¿Es que eso importa? —replicó él.
Se retorció un poco, y no pude evitar reírme.
—¿Puedo verlo? —Sonreí, sintiéndome de repente un poco aturdida.
Él sonrió también y señaló la caja.
—Ábrela.
La toqué con un dedo y sentí el suntuoso terciopelo bajo la yema.
Abrí el cierre dorado con ambas manos y poco a poco levanté la tapa. Un destello llamó mi atención y volví a cerrarla.
—¡Pedro! —grité.
—¡Sabía que alucinarías! —dijo él, sentándose y poniendo las manos sobre las mías.
Sentí la caja contra las palmas de las manos; parecía una granada a punto de estallar. Cerré los ojos y sacudí la cabeza.
—¿Estás loco?
—Lo sé. Sé lo que estás pensando, pero tenía que hacerlo. Era el anillo. ¡Y tenía razón! No he visto ninguno desde entonces tan perfecto como este.
Abrí los ojos y, en lugar de la mirada castaña de angustia que esperaba, rebosaba de orgullo. Con delicadeza, me apartó las manos del estuche y abrió la tapa, sacando el anillo de la pequeña rendija que lo mantenía en su sitio. El enorme diamante redondo brillaba incluso en la penumbra, reflejando la luz de la luna en cada una de sus caras.
—Es… Dios mío, es impresionante —susurré mientras me cogía la mano izquierda.
—¿Puedo ponértelo en el dedo? —preguntó él, levantando la mirada hacia mí.
Cuando asentí, apretó los labios y deslizó el anillo plateado hasta el final de mi dedo, sujetándolo un momento antes de soltarlo.
—Ahora es impresionante.
Los dos nos quedamos mirando mi mano durante un momento, igualmente sorprendidos por el contraste del gran diamante que llevaba engarzado el anillo, sobre mi pequeño y delgado dedo. La joya abarcaba la parte inferior de mi dedo y se dividía en dos partes en cada lado cuando llegaba al solitario. Además, había diamantes más pequeños engarzados en cada brazo de oro blanco.
—Podrías haber pagado un coche con esto —dije en un murmullo, incapaz de infundir fuerza alguna a mi voz.
Seguí mi mano con los ojos mientras Pedro se la llevaba a los labios.
—He imaginado cómo quedaría en tu mano un millón de veces. Ahora que lo llevas puesto…
—¿Qué? —Sonreí cuando vi que me miraba la mano con una sonrisa emocionada.
Levantó la mirada hacia mí.
—Pensaba que iba a tener que sudar cinco años antes de poder sentirme así.
—Deseaba que llegara este momento tanto como tú, pero mi cara de póquer es increíble —dije, juntando mis labios con los suyos.
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