jueves, 1 de mayo de 2014

CAPITULO 112



Entonces lo supe. Sin duda alguna en mi mente, sin que me importara lo que los demás pudieran pensar, y sin miedo a errores o consecuencias, sonreí por las palabras que iba a decir.

—¿Pedro? —dije contra su pecho.

—¿Qué pasa, cariño? —me susurró con la boca en mi pelo.

Nuestros teléfonos sonaron al unísono, y yo le entregué el suyo a él, mientras respondía al mío.

—¿Hola? ¿Pau? —chilló Rosario.

—Estoy bien, Ro. Todos lo estamos.

—¡Acabamos de enterarnos! ¡Sale en todas las noticias!
Oí que, a mi lado, Pedro se lo estaba explicando todo a Valentin, e intenté tranquilizar a Rosario lo mejor que pude. 

Mientras respondía a sus numerosas preguntas, procuraba mantener la voz tranquila al repasar los momentos más
terribles de mi vida; no obstante, me relajé el mismo segundo en que Pedro cubrió mi mano con la suya.

Me pareció que estaba contando la historia de otra persona, sentada cómodamente en el apartamento de Pedro, a un millón de kilómetros de la pesadilla que podría habernos matado.Rosario se echó a llorar cuando acabé, al darse cuenta de lo cerca que habíamos estado de perder la vida.

—Voy a empezar a hacer el equipaje ahora mismo. Estaremos allí a primera hora de la mañana —dijo Rosario, sorbiéndose las lágrimas.

—Ro, no hace falta que os marchéis antes. Estamos bien.

—Tengo que verte. Tengo que abrazarte para saber que estás bien —dijo llorando.

—Estamos bien. Puedes abrazarme el viernes.

Volvió a llorar.

—Te quiero.

—Yo también a ti. Pasadlo bien.

Pedro me miró y apretó con fuerza el teléfono contra su oreja.

—Será mejor que abraces a tu chica, Valen. Parece disgustada. Lo sé, tío…, yo también. Nos vemos pronto.

Colgué segundos antes de que lo hiciera Pedro, y nos sentamos en silencio durante un momento, asimilando todavía lo que había pasado. 
Tras unos instantes, Pedro volvió a apoyarse en su almohada y, después, me atrajo hacia su pecho.

—¿Está bien Rosario? —preguntó, con la mirada clavada en el techo.

—Está disgustada, pero se le pasará.

—Me alegro de que no estuvieran allí.

Apreté los dientes. Ni siquiera se me había ocurrido pensar en qué habría ocurrido si no hubieran estado pasando unos días con los padres de Valentin. A mi mente volvieron las caras de terror de las chicas del sótano, luchando contra los
hombres por escapar. Los ojos asustados de Rosario sustituyeron a las chicas sin nombre de aquella habitación. Sentí náuseas al pensar en su precioso pelo rubio quemado y junto al resto de cuerpos que yacían en el césped.

—Yo también —dije con un escalofrío.

—Siento todo lo que has tenido que pasar esta noche. No debería crearte más problemas

—Tú has pasado por lo mismo, Pepe
.
Se quedó callado unos minutos y, justo cuando abrí la boca para volver a hablar, respiró hondo.

—No me asusto muy a menudo —dijo finalmente—. Me asusté la primera mañana que desperté y no estabas aquí. Me asusté cuando me dejaste después de Las Vegas. Me asusté cuando creía que tendría que decirle a mi padre que Marcos había muerto en ese edificio. Sin embargo, cuando te vi al otro lado de las llamas en ese sótano…, me aterroricé. Llegué hasta la puerta, estaba a pocos metros de la salida y no pude irme.

—¿Qué quieres decir? ¿Estás loco? —dije, levantando la cabeza para mirarlo a los ojos.

—Nunca había tenido algo tan claro en mi vida. Me di la vuelta y me abrí paso hasta la habitación en la que estabas y te vi. No me importaba nada más. Ni siquiera sabía si lo lograríamos o no, solo quería estar donde tú estuvieras, sin
importarme las consecuencias. Lo único que temo es una vida sin ti, Paloma.

Me levanté y lo besé con ternura en los labios. Cuando nuestras bocas se separaron, sonreí.

—Entonces no tienes nada que temer. Vamos a estar juntos para siempre.

Él suspiró.

—Volvería a hacerlo todo de nuevo, ¿sabes? No cambiaría ni un segundo si así llegáramos aquí, a este momento.

Sentí que me pesaban los ojos y respiré hondo. Mis pulmones protestaron, todavía irritados por el humo. Tosí un poco y después me relajé cuando noté los labios de Pedro contra mi frente. Me pasó la mano por el pelo húmedo y oí los latidos regulares de su corazón en el pecho.

—Es esto —dijo con un suspiro.

—¿El qué?

—El momento. Ya sabes, cuando te observo dormir…, esa paz en tu cara. Es esto. No lo había experimentado desde antes de morir mi madre, pero puedo sentirlo de nuevo. —Volvió a respirar hondo y me acercó más a él—. Supe en
cuanto te conocí que había algo en ti que necesitaba. Resulta que no era algo que tuvieras, sino simplemente tú.

Levanté una comisura de la boca, mientras enterraba la cara en su pecho.

—Somos nosotros, Pepe. Nada tiene sentido a menos que estemos juntos.¿Te has dado cuenta?

—¿Que si me he dado cuenta? ¡Llevo diciéndotelo todo el año! —respondió burlón—. Es oficial. Barbies, peleas, rupturas, Adrian, Las Vegas…, incluso fuegos: nuestra relación puede superar cualquier cosa.

Levanté la cabeza una vez más y volví a comprobar la satisfacción de sus ojos cuando me miraba. Era similar a la paz que había visto en su cara después de que perdiera la apuesta para quedarme con él en su apartamento, después de que le dijera que lo amaba por primera vez y la mañana siguiente del baile de San Valentín. Era similar, pero diferente. En esta ocasión era absoluta, permanente. La
esperanza cautelosa había desaparecido de sus ojos, y una confianza incondicional había ocupado su lugar.

La reconocí solo porque sus ojos reflejaban lo que yo sentía.

—Oye… Estaba pensando en Las Vegas —empecé a decir.

Él frunció el ceño, sin saber adónde quería llegar.

—¿Sí?

—¿Qué te parecería volver?

Levantó las cejas.

—No creo que sea lo que más me convenga.

—¿Y si solo vamos una noche?

Miró la habitación a oscuras que nos rodeaba.

—¿Una noche?

—Cásate conmigo —dije sin vacilación.

Me sorprendió lo rápida y fácilmente que había pronunciado esas palabras. Sonrió de oreja a oreja.

—¿Cuándo?

Me encogí de hombros.

—Podemos comprar billetes para un vuelo mañana. Estamos de vacaciones. No tengo nada que hacer mañana, ¿y tú?

—Veo tu farol —dijo él, yendo a coger su teléfono.

—American Airlines —dijo él, observando atentamente mi reacción mientras hablaba—. Quiero dos billetes para Las Vegas, por favor. Mañana.Hum… —Me miró, como si esperara que cambiara de opinión—. Dos días, ida y
vuelta. Lo que tenga disponible.

Apoyé la barbilla en su pecho, esperando a que comprara los billetes.

Cuanto más tiempo lo dejaba hablar por teléfono, más grande se hacía su sonrisa.

—Sí…, eh…, un momento, por favor —dijo, al tiempo que señalaba su cartera—. ¿Puedes traerme la cartera, Paloma?

De nuevo, esperó a que reaccionara. Risueña, me agaché, cogí la tarjeta de crédito de su cartera y se la entregué. Pedro dictó los números a la persona que lo
atendía, mirándome después de cada grupo. Cuando dio la fecha de caducidad y vio que no protestaba, apretó los labios.

—Eh…, sí, señora. Los recogeremos en el mostrador. Gracias.

Me entregó su teléfono y lo dejé en la mesilla, esperando a que dijera algo.

—Acabas de pedirme que me case contigo —dijo él, todavía esperando que admitiera que era alguna especie de ardid.

—Lo sé.

—Eso ha sido de verdad, ¿sabes? Acabo de reservar dos billetes a Las Vegas para mañana al mediodía, lo que significa que nos casamos mañana por la noche.

—Gracias.

Entrecerró los ojos.

—Serás la señora Alfonso cuando empieces las clases el lunes.

—Oh —dije, mirando a mi alrededor.

Pedro enarcó una ceja.

—¿Te lo has pensado mejor?

—Voy a tener que cambiar algunos papeles importantes la semana que viene.

Asintió lentamente, cautelosamente esperanzado.

—¿Te vas a casar conmigo mañana?

—Ajá.

—¿Lo dices en serio?

—Sí.

—¡Joder! ¡Cómo te quiero! —Me cogió ambos lados de la cara y me plantó un beso en los labios—. Te quiero muchísimo, Paloma —decía, mientras me besaba una y otra vez.

—Espero que te acuerdes de eso dentro de cincuenta años, cuando siga pegándote palizas al póquer. —Me reí.
Sonrió triunfal.

—Si eso significa pasar sesenta o setenta años contigo, cariño…, tienes mi permiso para emplear tus mejores trucos.

Enarqué una ceja.

—Lamentarás haber dicho eso.

—Apuesto a que no.

Sonreí con tanta malicia como pude.

—¿Te apostarías la reluciente moto de ahí fuera?

Afirmó con la cabeza; la sonrisa burlona desapareció de su cara y adoptó una expresión de total seriedad.

—Apostaría todo lo que tengo. No lamento ni un segundo pasado contigo, Paloma, y nunca lo haré.

2 comentarios:

  1. wow buenísimo,seguí subiendo!!!

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  2. Hermosos capítulos! En estos 3 pasé por todos los estados! No puedo creer q se vayan a casar! =)

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