TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
jueves, 1 de mayo de 2014
CAPITULO 111
EL teléfono empezó a sonar y un nombre sustituyó a los números de la pantalla; a Pedro se le abrieron los ojos de par en par cuando lo leyó.
—¿Marcos?
Una carcajada se escapó de sus labios con la sorpresa, y me miró con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Es Marcos! —dije ahogando un grito y apretándole la mano mientras él hablaba.
—¿Dónde estás? ¿Cómo que estás en Morgan? ¡Estaré ahí en un minuto, no des ni un puñetero paso!
Salí disparada hacia delante, esforzándome por seguir el ritmo de Pedro,que corría a toda velocidad por el campus, arrastrándome detrás de él. Cuando llegamos a Morgan, mis pulmones pedían aire a gritos. Marcos bajó corriendo las
escaleras y se abalanzó sobre nosotros dos.
—¡Maldita sea, hermano! ¡Pensaba que te habías achicharrado! —dijo Marcos, abrazándonos tan fuerte que no me dejaba respirar.
—¡Serás capullo! —gritó Pedro, empujando a su hermano
—. ¡Pensaba que estabas muerto, joder! ¡He estado esperando a que los bomberos sacaran tu cadáver carbonizado de Keaton!
Pedro miró a Marcos con el ceño fruncido durante un momento y después volvió a tirar de él para darle un abrazo. Liberó un brazo y empezó a moverlo a su alrededor hasta que notó mi camiseta y tiró de mí para abrazarme también. Tras unos minutos, Pedro soltó a Marcos, pero me mantuvo a su lado.
Marcos me miró con un gesto de disculpa.
—Lo siento mucho,Pau, me entró el pánico.
Sacudí la cabeza.
—Solo me alegro de que estés bien.
—¿Yo? Si Pedro llega a verme saliendo de ese edificio sin ti, más me habría valido estar muerto. Intenté dar contigo después de que salieras corriendo, pero entonces me perdí y tuve que buscar otro camino. Me paseé por el edificio en
busca de otra ventana hasta que me tropecé con unos policías y me obligaron a irme. ¡He estado acojonado todo este tiempo! —dijo él, mientras se pasaba la mano
por su pelo corto.
Pedro me secó las mejillas con los pulgares y se levantó la camiseta para limpiarse el hollín de la cara.
—Larguémonos de aquí. Todo este sitio se llenará enseguida de policías.
Después de abrazar a su hermano una vez más, fuimos hasta el Honda de Rosario. Pedro me vio abrocharme el cinturón de seguridad y, cuando tosí, frunció el ceño.
—Tal vez debería llevarte al hospital para que te vean.
—Estoy bien —dije entrelazando mis dedos con los suyos.
Bajé la mirada y vi que tenía un profundo corte en los nudillos.
—¿Eso te lo has hecho en la pelea o con la ventana?
—Con la ventana —respondió él, mirando con gesto de preocupación mis uñas llenas de sangre.
—Me has salvado la vida, ¿sabes?
Juntó las cejas.
—No podía irme sin ti.
—Sabía que vendrías —dije, apretando sus dedos entre los míos.
Fuimos cogidos de la mano hasta que llegamos al apartamento. No habría sabido decir de quién era la sangre cuando me limpié las manchas rojas y la ceniza en la ducha. Cuando me derrumbé sobre la cama de Pedro, aún podía oler el hedor a humo y piel quemada.
—Toma —me dijo, entregándome un vaso lleno de líquido ámbar—. Te ayudará a relajarte.
—No estoy cansada.
Volvió a ofrecerme el vaso. Tenía los ojos cansados, inyectados en sangre y apenas podía mantenerlos abiertos.
—Intenta descansar un poco, Paloma.
—Casi tengo miedo de cerrar los ojos —dije, antes de coger el vaso y tragar el líquido.
Le devolví el vaso a Pedro; lo dejó en la mesita de noche y se sentó a mi lado. Permanecimos en silencio, dejando pasar las horas. Cerré los ojos con fuerza cuando los recuerdos de los gritos aterrorizados de quienes estaban atrapados en el sótano llenaron mi cabeza. No tenía ni idea de cuánto tardaría en olvidarlo o de si podría hacerlo algún día.
La cálida mano de Pedro sobre mi rodilla me sacó de mi pesadilla consciente.
—Ha muerto mucha gente.
—Lo sé.
—Hasta mañana no sabremos exactamente cuántas víctimas ha habido.
—Marcos y yo pasamos junto a un grupo de chicos mientras buscábamos la salida. Me pregunto si consiguieron salir. Parecían tan asustados…
Noté que se me llenaban los ojos de lágrimas, pero, antes de que llegaran a mis mejillas, Pedro me rodeó con sus fuertes brazos. Inmediatamente me sentí protegida y me pegué a su piel. Sentirme tan a gusto en sus brazos antes me aterraba, pero, en ese momento, daba gracias por poder estar a salvo después de experimentar algo tan horrible. Solo había una razón por la que pudiera sentirme así con alguien.
Era suya.
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