sábado, 26 de abril de 2014

CAPITULO 95





Rosario no había vuelto a Morgan desde su reencuentro con Valentin.

Solía faltar al almuerzo, y sus llamadas cada vez eran más escasas. No les echaba en cara el tiempo que estaban recuperando por todo aquel que habían pasado separados. Honestamente, me alegraba de que Rosario estuviera demasiado ocupada para llamarme desde el apartamento de Valentin y Pedro. Resultaba incómodo oír a Pedro de fondo, y me daba un poco de celos que ella pasara tiempo con él y yo no.

Jeronimo y yo nos veíamos más, y egoístamente agradecía que estuviera tan solo como yo. Íbamos a clase, comíamos juntos, estudiábamos juntos e incluso Carla se acostumbró a tenerlo cerca.

Se me empezaban a adormecer los dedos por el aire helado al quedarme fuera de Morgan haciendo compañía a Jero mientras fumaba.

—¿Podrías considerar dejar de fumar antes de que me dé un ataque de hipotermia por quedarme aquí fuera dándote apoyo moral? —pregunté.

Jeronimo se rio.

—Te quiero, Pau. De verdad que sí, pero no, no voy a dejar de fumar.

—¿Pau?

Me di media vuelta y vi a Adrian caminando por la acera con las manos metidas en los bolsillos. Tenía secos sus gruesos labios bajo la nariz enrojecida, y me reí cuando se llevó un cigarrillo imaginario a la boca y soltó una bocanada de
vaho.

—Si lo hicieras así, te ahorrarías mucho dinero,Jeronimo —dijo con una sonrisa.

—¿Qué le ha dado a todo el mundo hoy para que deje de fumar?—preguntó él, molesto.

—¿Qué hay, Adrian? —pregunté.

Sacó dos entradas del bolsillo.

—Han estrenado esa nueva película vietnamita. El otro día oí que querías verla, así que se me ocurrió comprar un par de entradas para esta noche.

—No te preocupes por mí —dijo Jeronimo.

—Puedo ir con Omar si tienes planes —dijo Adrian encogiéndose de hombros.

—Entonces, ¿no es una cita? —pregunté.

—No, solo en plan de amigos.

—Y ya sabemos lo bien que te funciona eso —se burló Jero.

—Oh, ¡cállate! —dije riéndome—. Suena divertido, Adrian, gracias.

Se le iluminaron los ojos.

—¿Quieres que vayamos a comer una pizza o algo antes? La verdad es que no me gusta mucho la comida de los cines.

—Una pizza estará genial —asentí.

—Bueno, pues la película es a la nueve, así que… ¿te recojo a las seis y media más o menos? —Asentí de nuevo y me despedí de Adrian.

—Oh, Dios —dijo Jeronimo—. Eres masoquista, Pau. Sabes que a Pedro no le va a hacer ninguna gracia cuando se entere.

—Ya lo has oído. No es una cita. Y no puedo hacer planes basándome en lo que le parezca bien a Pedro. Él no me consultó nada antes de llevar a Aldana a su casa.

—Nunca vas a olvidarte de eso, ¿verdad?

—Probablemente, no.



Nos sentamos a una mesa con banco en el rincón y me froté las manos para intentar entrar en calor. No pude evitar darme cuenta de que estábamos en el mismo sitio en el que nos sentamos Pedro y yo cuando quedamos por primera vez, y sonreí al acordarme de ese día.

—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó Adrian.

—Nada, me gusta este sitio. He pasado buenos momentos.

—Me he dado cuenta de que llevas la pulsera —dijo él, mirando los diamantes resplandecientes de mi muñeca.

—Ya te dije que me gustaba.

La camarera nos entregó la carta y tomó nota de las bebidas.Adrian me puso al día sobre su horario y me habló de los avances que había hecho en sus estudios para el examen de admisión en la Facultad de Medicina.

Cuando la camarera nos sirvió las cervezas,Adrian apenas se había dado un respiro. Parecía nervioso, y me pregunté si tenía la impresión de que estábamos en una cita, al margen de lo que me hubiera dicho.

Se aclaró la garganta.

—Lo siento. Creo que he monopolizado bastante la conversación. —Dio unos golpecitos a su botella y sacudió la cabeza—. Es que no había hablado contigo en tanto tiempo que suponía que tenía mucho que contar.

—Está bien. Ha pasado mucho tiempo.

Justo entonces, sonó la campanilla de la puerta. Me volví y vi a Pedro y a Valentin entrar en el local. Pedro tardó menos de un segundo en verme, pero no pareció sorprendido.

—Oh, cielos —murmuré.

—¿Qué pasa? —preguntó Adrian antes de darse la vuelta y ver que se sentaban a una mesa al otro lado del local.

—Hay un sitio de hamburguesas calle abajo al que podemos ir —dijo Adrian en voz baja.Antes estaba nervioso, pero en ese momento su inquietud había alcanzado un nivel totalmente nuevo.

—Creo que en este momento sería más raro que nos fuéramos —mascullé.

Puso cara de disgusto, derrotado.

—Probablemente tengas razón.

2 comentarios: