sábado, 26 de abril de 2014

CAPITULO 94




Las semanas de enero pasaron y, después de un encomiable pero fallido intento de Valentin por recuperar a Rosario, vi cada vez menos a ambos primos.

En febrero, de repente, dejaron de ir a la cafetería, y solo vi a Pedro un puñado de veces de camino a clase.

La semana del día de San Valentín, Rosario y Jeronimo me invitaron a ir al Red, y, durante todo el trayecto hasta el club, temí encontrarme a Pedro allí.

Entramos y suspiré con alivio al no ver ni rastro de él allí.

—Yo pago las primeras rondas —dijo Jero , mientras señalaba una mesa y se abría paso entre la multitud del bar.

Nos sentamos y observamos cómo la pista de baile pasó de estar vacía a rebosar de estudiantes universitarios borrachos. Después de la quinta ronda, Jeronimo nos llevó a la pista de baile, y finalmente me sentí lo suficientemente relajada como para pasar un buen rato. Bromeamos y nos chocamos unos contra otros, riéndonos histéricos cuando un hombre dio una vuelta a su compañera de baile, esta se soltó y acabó en el suelo.

Rosario levantó las manos y movió los rizos al ritmo de la música. Me reí de su característica cara de baile y,entonces, me detuve abruptamente cuando Valentin apareció detrás de ella. Le susurró algo al oído y ella se dio media vuelta.

Cruzaron unas palabras y, entonces, Rosario me cogió de la mano y me llevó a nuestra mesa.

—Por supuesto, la única noche que salimos y él aparece —gruñó ella.

Jeronimo nos trajo dos copas más, con un chupito para cada una.

—Pensé que los necesitaríais.

—Y tenías razón.

Rosario se lo bebió echando la cabeza hacia atrás antes de que pudiéramos brindar, y yo sacudí la cabeza antes de chocar mi vaso con el de Jero. Intenté no apartar la mirada de las caras de mis amigos, temiendo que, si Valentin estaba allí, Pedro no anduviera muy lejos.

Otra canción empezó a sonar por los altavoces y Rosario se levantó.

—A la mierda, no me voy a quedar sentada en esta mesa el resto de la noche.

—¡Esa es mi chica! —dijo Jeronimo, siguiéndola a la pista de baile con una sonrisa.

Los seguí, mirando a mi alrededor en busca de Valentin. Había desaparecido. Volví a relajarme e intenté librarme de la sensación de que Pedro aparecería en la pista de baile con Aldana. Un chico que había visto por el campus bailaba detrás de Rosario, y ella sonrió, agradecida por la distracción. Tenía la sospecha de que estaba exagerando lo mucho que se estaba divirtiendo, con la esperanza de que Valentin la viera. Aparté la mirada un segundo y, cuando volví a mirar a Rosario, su compañero de baile había desaparecido. Ella se encogió de hombros y siguió sacudiendo las caderas al ritmo de la música.

La siguiente canción empezó a sonar y un chico diferente apareció detrás de Rosario, mientras su amigo se ponía a bailar a mi lado. Un momento después, mi nuevo compañero de baile se puso detrás de mí, y me sentí un poco insegura
cuando noté sus manos en mis caderas. Como si me hubiera leído la mente, quitó las manos de mi cintura. Miré detrás de mí y vi que se había ido. Miré a Rosario, y
el hombre que estaba detrás de ella tampoco estaba.

Jero parecía un poco nervioso, pero, cuando Rosario levantó una ceja al ver su expresión, él sacudió la cabeza y siguió bailando.

A la tercera canción, estaba sudando y cansada. Me retiré a nuestra mesa,apoyé la cabeza en la mano y me reí al ver que otro aspirante sacaba a Rosario a bailar. Ella me guiñó un ojo desde la pista de baile, y, de repente, me tensé cuando vi que tiraban de él hacia atrás y que desaparecía entre la multitud.

Me levanté y rodeé la pista de baile, sin perder de vista el agujero por el que habían tirado de él; cuando vi a Valentin cogiendo por el cuello de la camisa al sorprendido chico, sentí que la adrenalina me hervía entre el alcohol de mis venas.

Pedro estaba a su lado, riéndose histérico hasta que levantó la vista y me descubrió observándolos. Dio un golpe a Valentin en el brazo y, cuando este miró hacia mí, volvió a empujar a su víctima a la pista.

No tardé mucho en deducir qué había estado pasando: habían ido sacando de la pista a los chicos que se acercaban a bailar con nosotras y los habían amenazado para que permanecieran alejados de nosotras.

Los miré a ambos con el ceño fruncido y me abrí paso hacia Rosario. La muchedumbre apenas dejaba huecos y tuve que empujar a unas cuantas personas para que se apartaran. Valentin me cogió la mano antes de que pudiera llegar a la pista de baile.

—¡No se lo digas! —dijo él, intentando ocultar su sonrisa.

—¿Qué demonios te crees que estás haciendo, Valen?

Él se encogió de hombros, aún orgulloso de sí mismo.

—La amo. No puedo permitir que otros tíos bailen con ella.

—¿Y esa es tu excusa para espantar al chico que estaba bailando conmigo?—dije, cruzándome de brazos.

—No he sido yo —replicó Valentin, echando una rápida mirada a Pedro.

—Lo siento,Pau. Solo nos estábamos divirtiendo.

—Pues no tiene ninguna gracia.

—¿Qué es lo que no tiene ninguna gracia? —dijo Rosario, fulminando a Valentin con la mirada.

Él tragó saliva y me lanzó una mirada de súplica. Le debía una, así que mantuve la boca cerrada.

Valen lanzó un suspiro de alivio cuando se dio cuenta de que no iba a delatarlo, y miró a Rosario con dulce adoración.

—¿Quieres bailar?

—No, no quiero bailar —dijo ella, volviendo hacia la mesa.
La siguió y nos dejó a Pedro y a mí solos, de pie.

Pedro se encogió de hombros.

—¿Quieres bailar?

—¿Y eso? ¿Aldana no está aquí? —Él sacudió la cabeza.

—Solías ser muy dulce cuando estabas borracha.

—Pues me alegra decepcionarte —dije, volviéndome hacia el bar.

Me siguió y echó a dos tipos de sus asientos. Lo fulminé con la mirada, pero él me ignoró, se sentó y se quedó observándome expectante.

—¿No te sientas? Te invito a una cerveza.

—Pensaba que no pagabas las copas a ninguna chica en los bares.

Me hizo un gesto con la cabeza, impaciente.

—Estás diferente.

—Sí, no dejas de decirlo.

—Vamos, Paloma. ¿Dónde quedó eso de que fuéramos amigos?

—No podemos ser amigos, Pedro. Está claro.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero ver cómo te tiras a una chica diferente cada noche, y, mientras, tú no dejas que nadie baile conmigo.

Él sonrió.

—Te amo. No puedo permitir que otros chicos bailen contigo.

—¿Ah, sí? ¿Y cuánto me querías cuando compraste esa caja de condones?

Pedro hizo un gesto de disgusto y yo me levanté para volver a la mesa.

Valentin y Rosario estaban fundidos uno en brazos del otro, montando una escena mientras se besaban apasionadamente.

—Me parece que lo de ir a la fiesta de citas de San Valentín de Sig Tau vuelve a estar en pie —dijo Jero frunciendo el ceño.

Suspiré.

—Mierda.

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