miércoles, 23 de abril de 2014

CAPITULO 85




Pedro sujetó la puerta del dormitorio antes de que se cerrara y después se quedó petrificado.

—¿Quieres que espere en el pasillo mientras te vistes para dormir?

—Me voy a dar una ducha. Así que me vestiré en el baño.

Se rascó la nuca.

—Vale, pues aprovecharé para prepararme la cama.

Asentí de camino al baño. Me froté con fuerza en la ducha destartalada, centrándome en las manchas de agua y jabón para luchar contra el miedo abrumador que me inspiraba tanto esa noche como la mañana siguiente. Cuando regresé al dormitorio, Pedro tiró una almohada al suelo sobre su cama improvisada. Me dedicó una tenue sonrisa antes de dejarme para meterse en la ducha.

Me acomodé en la cama y me tapé con las sábanas hasta el pecho, mientras intentaba ignorar las mantas del suelo. 

Cuando Pedro regresó, se quedó mirando su cama en el suelo con la misma tristeza que yo; después, apagó la luz y se acomodó sobre su almohada.

Nos quedamos en silencio durante unos pocos minutos hasta que oí a Pedro soltar un suspiro de pena.

—Esta es nuestra última noche juntos, ¿no?

No respondí de inmediato; intenté pensar cuál sería la respuesta más adecuada.
—No quiero pelear, Pepe. Intenta dormirte.

Cuando le oí moverse, me puse de lado para mirarlo y apreté la mejilla sobre la almohada. Él apoyó la cabeza en la mano y me miró fijamente a los ojos.

—Te amo.

Lo observé un momento antes de decir:

—Me lo prometiste.

—Te dije que esto no era ninguna artimaña para volver juntos. Y no lo era. —Alargó el brazo para cogerme de la mano—. Pero no te puedo prometer que no aproveche todas mis opciones de volver contigo.

—Me importas. No quiero que sufras, pero debería haber seguido mi primer instinto. Lo nuestro nunca podría haber funcionado.

—Pero me querías, ¿verdad?

Apreté los labios.

—Todavía te quiero.

Le brillaron los ojos y me apretó la mano.

—¿Puedo pedirte un favor?

—Todavía estoy con el último que me pediste —dije con una sonrisita burlona.

Sus rasgos no se alteraron, se mostró imperturbable ante mis palabras.

—Si aquí se acaba todo…, si realmente has terminado conmigo…, ¿me dejarías pasar esta noche abrazándote?

—No creo que sea una buena idea, Pepe.

Me agarró con fuerza la mano.

—Por favor. No puedo dormir sabiendo que estás a escasos centímetros; nunca volveré a tener esta oportunidad.

Me quedé mirando fijamente su mirada de desesperación y, entonces, fruncí el ceño.

—No voy a hacer el amor contigo.

Sacudió la cabeza.

—No es eso lo que te pido.

Escruté la tenuemente iluminada habitación, mientras sopesaba las posibles consecuencias, preguntándome si tendría voluntad para detener a Pedro en el caso de que cambiara de idea e intentara algo. Cerré los ojos con fuerza, me aparté del borde de la cama y eché a un lado la manta. Se metió a mi lado en la cama y me estrechó fuertemente entre sus brazos. Su pecho desnudo subía y bajaba con
respiraciones irregulares, y me maldije por sentir tanta paz contra su piel.

—Voy a echar esto de menos —dije.

Me besó en el pelo y me acercó hacia él. Parecía que no me tenía nunca lo suficientemente cerca. Enterró la cara en mi cuello y apoyé la mano en su espalda para consolarlo, aunque yo tenía el corazón tan roto como él. Contuvo un suspiro y apretó su frente contra mi cuello, mientras me clavaba los dedos en la piel de la espalda. Por muy tristes que estuviéramos la última noche de la apuesta, aquello
era mucho, mucho peor.

—No…, no creo que pueda con esto, Pedro.

Me abrazó más fuerte y noté cómo la primera lágrima se me derramaba desde el ojo por la sien.

—No puedo hacerlo —dije, cerrando con fuerza los ojos.

—Pues no lo hagas —respondió contra mi piel—. Dame otra oportunidad.

Intenté salir de debajo de él, pero me agarraba con demasiada fuerza como para poder escapar. Me cubrí la cara con las dos manos y ambos nos movimos al
ritmo de mis sollozos silenciosos. Pedro me miró con los ojos entrecerrados y húmedos. Me apartó la mano de los ojos con sus dedos largos y delicados, y me besó en la palma. Se me entrecortó la respiración cuando me miró primero a los labios y luego a los ojos.

—Nunca amaré a nadie como te amo a ti, Paloma.

Me sorbí las lágrimas y le toqué la cara.

—No puedo.

—Lo sé —dijo él, con voz rota—. Jamás conseguí convencerme de ser lo bastante bueno para ti.

Arrugué la cara y sacudí la cabeza.

—No eres solo tú, Pepe. No somos buenos el uno para el otro.

Sacudió la cabeza, como si quisiera decir algo, pero se lo hubiera pensado mejor. Después de una respiración larga y profunda, apoyó la cabeza sobre mi pecho. Cuando los números verdes del reloj, que estaba al otro lado de la habitación, marcaron las once en punto, la respiración de Pedro finalmente se ralentizó y se volvió regular. Antes de sumirme en un sueño profundo, parpadeé unas cuantas veces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario