TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 23 de abril de 2014
CAPITULO 83
El viaje hasta casa de su padre transcurrió en silencio. Sentía el coche cargado de nervios, y me resultaba difícil sentarme sin moverme sobre los fríos asientos de cuero. Cuando llegamos, Marcos y Horacio salieron al porche con una gran sonrisa. Pedro sacó nuestro equipaje del coche y Horacio le dio unas palmaditas en la espalda.
—Me alegro de verte, hijo.
Su sonrisa se ensanchó cuando me miró.
—Paula Chaves, esperamos impacientes la cena de mañana. Ha pasado mucho tiempo desde que…, bueno, ha pasado mucho tiempo.
Asentí y seguí a Pedro al interior de la casa. Horacio se puso las manos sobre su prominente barriga y se rio.
—Os he puesto en la habitación de invitados, Pepe. Supongo que no te apetecerá demasiado pelearte con los gemelos en tu habitación.
Miré a Pedro. Era doloroso ver sus dificultades para expresarse.
—Pau…, bueno…, se…, se quedará en la habitación de invitados, y yo me iré a la mía.
Marcos puso una cara rara.
—¿Por qué? ¿No ha estado quedándose en tu apartamento?
—Últimamente no —precisó, en un intento desesperado por evitar decir la verdad.
Horacio y Marcos intercambiaron una mirada.
—Llevamos años usando la habitación de Pablo como trastero, así que iba a dejarlo quedarse con tu habitación, pero supongo que puede dormir en el sofá —dijo Horacio, echando un vistazo a los cojines desgastados y descoloridos del salón.
—No te preocupes, Horacio. Solo intentábamos ser respetuosos —le dije, acariciándole el brazo.
Sus carcajadas resonaron por toda la casa, y me dio unas palmaditas en la mano.
—Ya has conocido a mis hijos, Pau. Deberías saber que es casi imposible ofenderme.
Pedro señaló las escaleras con la cabeza y lo seguí. Abrió una puerta y dejó nuestras bolsas en el suelo, mientras miraba la cama y luego a mí.
La habitación estaba forrada con paneles marrones, y la moqueta marrón estaba más desgastada de lo aconsejable. Las paredes eran de un blanco sucio, y había algunos desconchones. Solo vi un cuadro en la pared: era una foto
enmarcada de Horacio y la madre de Pedro. El fondo era del color azul habitual en los retratos de estudio; los dos llevaban el pelo cortado a capas, eran jóvenes y sonreían a la cámara. Debían de habérsela hecho antes de que nacieran sus hijos, porque ninguno de los dos parecía tener más de veinte años.
—Lo siento, Paloma. Dormiré en el suelo.
—Eso por descontado —dije, mientras me recogía el pelo en una cola de caballo—. No puedo creer que me convencieras para hacer esto.
Se sentó en la cama y se frotó la cara frustrado.
—Joder… Esto va a ser un lío. No sé en qué pensaba.
—Sé exactamente en qué estabas pensando. No soy ninguna estúpida,Pedro.
Me miró y sonrió.
—Y aun así has venido.
—Tengo que dejarlo todo preparado para mañana —dije, mientras abría la puerta.
Pedro se levantó.
—Te ayudo.
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