martes, 22 de abril de 2014

CAPITULO 81






ME entretenía dibujando en mi cuaderno cuadrados dentro de cuadrados y uniéndolos entre sí para formar rudimentarios cubos en tres dimensiones. Diez minutos antes de que la clase empezara, el aula todavía estaba vacía. La vida empezaba a volver a ser normal, pero todavía necesitaba unos minutos para mentalizarme antes de estar con alguien que no fuera Jeronimo o Rosario.

—Aunque ya no salgamos, puedes seguir llevando la pulsera que te compré —dijo Adrian mientras se sentaba a la mesa al lado de la mía.

—Pensaba preguntarte si querías que te la devolviera.

Sonrió y se acercó para añadir un lazo encima de una de las cajas dibujadas en el papel.

—Fue un regalo, Paupy. No hago regalos con condiciones.

La doctora Ballard encendió el retroproyector mientras ocupaba el asiento en la cabecera de la clase y se puso a rebuscar entre los papeles de su mesa abarrotada de cosas. De repente, el aula se inundó de la cháchara de los alumnos, que resonaba contra las grandes ventanas, salpicadas por la lluvia.

—He oído que Pedro y tú rompisteis hace un par de semanas. —Adrian levantó una mano al ver mi expresión de impaciencia—. Sé que no es asunto mío, pero parecías tan triste que quería decirte que lo siento.

—Gracias —murmuré, mientras abría mi cuaderno por una página en blanco.

—Y también quería disculparme por mi comportamiento anterior. Lo que dije fue… maleducado. Pero estaba enfadado y lo pagué contigo. No fue justo, y lo siento.

—No estoy interesada en salir contigo,Adrian —le avisé.

Él se rio.

—No intento aprovecharme de la situación. Seguimos siendo amigos y quiero asegurarme de que estás bien.

—Estoy bien.

—¿Te vas a casa para las vacaciones de Acción de Gracias?

—Me voy a casa de Rosario. Normalmente celebro allí estas fiestas.

Adrian empezó a hablar, pero justo entonces la doctora Ballard inició la clase. El tema de Acción de Gracias me hizo pensar en mis anteriores planes de ayudar a Pedro a preparar un pavo. Intenté imaginarme cómo habría sido, y me descubrí a mí misma preocupada por que volvieran a pedir una pizza. Me embargó un sentimiento de tristeza, que instantáneamente aparté de mi cabeza.

Hice todo lo que pude para concentrarme en cada palabra de la doctora Ballard.

Después de clase, me puse colorada al ver que Pedro venía corriendo hacia mí desde el aparcamiento. Se había afeitado, llevaba una sudadera con capucha y
su gorra de béisbol favorita; mantenía la cabeza agachada para protegerse de la lluvia.

—Nos vemos después de las vacaciones, Paupy—dijo Adrian, tocándome la espalda.

Esperaba que Pedro me lanzara una mirada de enfado, pero no pareció fijarse en Adrian.

—Hola, Paloma.

Le respondí con una sonrisa incómoda, y él metió las manos en el bolsillo delantero de su sudadera.

—Valentin me ha dicho que te vas con él y con Ro a Wichita mañana.

—Sí.

—¿Vas a pasar todas las vacaciones en casa de Rosario?

Me encogí de hombros intentando parecer relajada.

—Tengo muy buena relación con sus padres.

—¿Y qué hay de tu madre?

—Es una borracha, Pedro. Ni siquiera se enterará de que es Acción de Gracias.

De repente se puso nervioso, y sentí una punzada en el estómago ante la posibilidad de una segunda ruptura pública. Un trueno resonó sobre nosotros y Pedro levantó la mirada, entrecerrando los ojos por las grandes gotas que le caían en la cara.

—Necesito pedirte un favor —dijo él—. Ven aquí.

Me llevó debajo de la marquesina más cercana y yo accedí para intentar evitar otra escena.

—¿Qué tipo de favor? —pregunté, suspicaz.

—Bueno, verás… —Cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro—. Mi padre y los chicos siguen esperándote el jueves.

—¡Pedro!

Bajó la mirada a los pies.

—Dijiste que vendrías.

—Lo sé, pero… ahora es un poco inapropiado, ¿no te parece?

Él no pareció inmutarse.

—Pero dijiste que vendrías.

—Aún estábamos juntos cuando acepté ir a tu casa. Sabías muy bien que los planes se habían cancelado.

—No, no lo sabía, y ya es demasiado tarde de todos modos. Pablo va a coger un avión hacia aquí y Nahuel ha pedido el día libre en el trabajo. Todo el mundo tiene muchas ganas de verte.

Me encogí, mientras retorcía los mechones húmedos de mi pelo alrededor del dedo.

—Iban a venir de todos modos, ¿no?

—No todo el mundo. No hemos pasado el día de Acción de Gracias todos juntos desde hace años. Han hecho un esfuerzo para venir porque les prometí una comida de verdad. Ninguna mujer ha entrado en la cocina desde que mamá murió y…

—Vaya, eso suena bastante machista.

Negó con la cabeza.

—Vamos, Paloma, ya sabes a qué me refiero. Todos queremos que vengas.Es lo único que intento decirte.

—No les has contado lo nuestro, ¿verdad?

Pronuncié esas palabras en el tono más acusador que pude. Él se agitó nervioso un momento y después sacudió la cabeza.

—Papá me preguntaría el motivo y no estoy preparado para explicárselo.No dejará de repetirme lo estúpido que soy. Venga, Paloma.

—Tengo que meter el pavo en el horno a las seis de la mañana. Tenemos que irnos de aquí a las cinco…

—O podríamos quedarnos allí a dormir.

Levanté ambas cejas.

—¡Ni en sueños! Ya es bastante malo que tenga que mentir a tu familia y fingir que seguimos juntos.

—Actúas como si te estuviera pidiendo que te prendieras fuego.

—¡Deberías habérselo dicho!

—Lo haré. Después de Acción de Gracias…, se lo contaré todo.

Suspiré mientras miraba a lo lejos.

—Si me prometes que esto no es ninguna artimaña para intentar que volvamos a estar juntos, lo haré.

Asintió.

—Te lo prometo.

Aunque intentó ocultarlo, pude ver un brillo en sus ojos. 

Apreté los labios para intentar no sonreír.

—Nos vemos a las cinco.

Pedro se inclinó para darme un beso en la mejilla, y sus labios rozaron mi piel.

—Gracias, Paloma.

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