martes, 22 de abril de 2014

CAPITULO 79



En el pasillo, Pedro aporreaba la puerta de mi habitación, llamándome sin parar. No tenía ni idea de si Carla estaba allí, pero me sentí fatal por lo que tendría
que soportar durante los siguientes minutos hasta que Pedro aceptara que no me encontraba en mi habitación.

—¿Paloma? ¡Abre la jodida puerta, maldita sea! ¡No pienso irme sin hablar contigo! ¡Paloma! —gritó él, golpeando la puerta tan fuerte que todo el edificio podría oírlo.

Me estremecí cuando oí la voz de Carla.

—¿Qué? —gruñó ella.

Pegué la oreja a la puerta y me esforcé por comprender lo que Pedro murmuraba en voz baja. No tuve que hacerlo durante mucho tiempo.

—Sé que está aquí —gritó él—. ¿Paloma?

—Te digo que no está… ¡Eh! —gritó Carla.
La puerta crujió contra la pared de cemento de nuestra habitación y supe que Pedro había entrado a la fuerza. 

Después de un minuto de completo silencio, oí a Pedro gritar en el pasillo.

—¡Paloma! ¿Dónde está?

—¡No la he visto! —gritó Carla, más enfadada de lo que la había oído nunca.

Cerró la puerta de un golpe y unas náuseas repentinas me sobrevinieron mientras esperaba el siguiente movimiento de Pedro.

Después de varios minutos de silencio, abrí una rendija de la puerta y eché un vistazo al pasillo. Pedro estaba sentado con la espalda contra la pared y tapándose la cara con las manos. Cerré la puerta tan silenciosamente como pude,
preocupada por que hubieran llamado a la policía del campus. Después de una hora, volví a echar un vistazo al pasillo. Pedro no se había movido.

Lo comprobé dos veces más durante la noche y finalmente me quedé dormida alrededor de las cuatro. Dormí más de la cuenta a propósito, pues había planeado saltarme las clases ese día. Encendí mi teléfono para revisar mis mensajes
y vi que Pedro me había inundado la bandeja de entrada. 

Los inacabables mensajes de texto que me había enviado durante la noche variaban desde las disculpas a los ataques de ira.

Llamé a Rosario por la tarde, con la esperanza de que Pedro no le hubiera confiscado el móvil. Cuando respondió, suspiré de alivio.

—Hola.

Rosario hablaba en voz baja.

—No le he dicho a Valentin dónde estás. No quiero involucrarlo en todo esto. Ahora mismo, Pedro está muy cabreado conmigo. Probablemente me quedaré en Morgan esta noche.

—Si Pedro no se ha calmado…, necesitarás mucha suerte para pegar ojo aquí. Ayer por la noche, en el pasillo, montó una escena digna de un Oscar. Me sorprende que no llamara nadie a la policía.

—Hoy lo han echado de clase de Historia. Cuando no apareciste, tiró de una patada vuestras mesas. Valen ha oído que te esperó al final de todas tus clases. Está
perdiendo la cabeza, Pau. Le dije que lo vuestro se había acabado en el mismo momento en que tomó la decisión de trabajar para Benny. No entiendo cómo pudo pensar ni por un momento que te parecería bien.

—Supongo que nos veremos cuando llegues aquí. No creo que pueda volver a mi habitación todavía.

Rosario y yo fuimos compañeras de habitación durante toda la semana siguiente, y se aseguró de mantener a Valentin alejado para que no tuviera la tentación de avisar a Pedro de mis movimientos. Evitar encontrarme con él era un trabajo a tiempo completo. Evité la cafetería a toda costa, la clase de Historia y tomé la precaución de salir de clase antes. Sabía que tendría que hablar con Pedro en algún momento, pero no podía hacerlo hasta que se hubiera calmado lo suficiente para aceptar mi decisión.

El viernes por la noche, me quedé a solas, tumbada en la cama y con el teléfono pegado a la oreja. Puse los ojos en blanco cuando me gruñó el estómago.

—Puedo recogerte y llevarte a algún sitio para cenar —dijo Rosario.

Pasé las páginas de mi libro de historia, saltándome aquellas en cuyos márgenes Pedro había garabateado notas de amor.

—No, es tu primera noche con Valen en casi una semana, Ro.Simplemente, me pasaré un momento por la cafetería.

—¿Estás segura?

—Sí, saluda a Valentin de mi parte.

Caminé lentamente hacia la cafetería, sin prisa por sufrir las miradas de quienes ocupaban las mesas. Todo el campus hervía con la ruptura, y el comportamiento volátil de Pedro no ayudaba.

Justo cuando aparecieron ante mí las luces de la cafetería, vi que se acercaba una figura oscura.

—¿Paloma?

Me sobresalté y me detuve en seco. Pedro salió a la luz, sin afeitar y pálido.

—¡Cielo santo,Pedro! ¡Me has dado un susto de muerte!

—Si contestaras al teléfono cuando te llamo, no tendría que acechar en la oscuridad.

—Tienes un aspecto infernal —dije.

—He bajado por allí una o dos veces esta semana.

Apreté los brazos a mi alrededor.

—Lo cierto es que iba a buscar algo de comer. Te llamo luego, ¿vale?

—No. Tenemos que hablar.

—Pepe…

—He rechazado la oferta de Benny. Lo llamé el miércoles y le dije que no.

Había un destello de esperanza en sus ojos, pero desapareció al ver mi expresión.

—No sé qué quieres que diga, Pedro.

—Dime que me perdonas. Dime que volverás a salir conmigo.

Apreté los dientes y me prohibí llorar.

—No puedo.

La cara de Pedro se arrugó en una mueca. Aproveché la oportunidad para rodearlo, pero él dio un paso a un lado para interponerse en mi camino.

—No he dormido, ni comido…, no puedo concentrarme. Sé que me quieres.Todo será como solía ser…, solo tienes que perdonarme.

Cerré los ojos.

—Somos una pareja disfuncional,Pedro. Creo que estás obsesionado con la idea de poseerme más que con cualquier otra cosa.

—Eso no es cierto. Te quiero más que a mi vida, Paloma —dijo él, herido.

—A eso me refiero exactamente. Es una locura.

—No es ninguna locura. Es la pura verdad.

—Bien…, entonces, ¿en qué orden te importan las cosas exactamente? ¿El dinero, yo, tu vida…? ¿O hay algo que te importa más que el dinero?

—Me doy cuenta de lo que he hecho, ¿vale? Entiendo por qué piensas eso, pero, si hubiera sabido que te ibas a marchar, nunca habría… Solo quería cuidar de ti.

—Eso ya lo dijiste.

—Por favor, no hagas esto. No puedo soportar sentirme así… Me…, me está matando —dijo él, exhalando como si lo hubieran obligado a soltar el aire.

—Se acabó, Pedro.

Él parpadeó.

—No digas eso.

—Se acabó. Vete a casa.

—Enarcó las cejas.
—Tú eres mi casa.

Sus palabras se clavaron en mí como cuchillos, y noté una opresión tan fuerte en el pecho que me costaba respirar.

—Tú tomaste tu decisión, Pepe. Y yo, ahora, he tomado la mía —dije, maldiciendo para mis adentros el temblor de mi voz.

—No me voy a acercar ni a Las Vegas, ni a Benny… Acabaré la universidad.Pero te necesito. Eres mi mejor amiga.

Su voz sonaba desesperada y rota, lo que encajaba con su expresión.

En la penumbra, podía ver que una lágrima le caía del ojo, y al momento siguiente se acercó a mí, y estaba entre sus brazos, con sus labios sobre los míos.
Me apretó contra su pecho con fuerza mientras me besaba, y después me cogió la cara entre sus manos, apretando sus labios contra mi boca, desesperado por conseguir una reacción.

—Bésame —susurró él, con su boca contra la mía.

Mantuve los ojos y la boca cerrados, relajada en sus brazos. Necesité hacer acopio de todas mis fuerzas para no mover la boca con la suya, después de haber anhelado sus labios durante toda la semana.

—¡Bésame! —me suplicó—. ¡Por favor, Paloma! ¡Le dije que no!

Cuando sentí el calor de las lágrimas surcándome la cara fría, lo aparté de un empujón.

—¡Déjame en paz, Pedro!

Solo me había alejado unos metros cuando me cogió por la muñeca. Dejé el brazo recto y muy estirado detrás de mí. No me volví.

—Te lo estoy suplicando.

Se puso de rodillas bajándome el brazo y tirando de él.

—Te lo ruego, Pau. No hagas esto.

Me volví y vi su expresión agónica, y después mis ojos bajaron desde mis brazo hasta el suyo, en cuya muñeca doblada estaba escrito mi nombre en gruesas letras negras.

 Desvié la mirada hacia la cafetería. Me había demostrado lo que había temido desde el principio. Por mucho que me quisiera, cuando hubiera dinero de por medio, siempre sería la segunda. Igual que con Ruben.

Si cedía, o bien cambiaría su opinión sobre Benny, o bien alimentaría un rencor hacia mí que crecería cada vez que el dinero pudiera haberle facilitado la vida. Lo imaginé con un trabajo de oficina, volviendo a casa con la misma mirada
en sus ojos que tenía Ruben cuando regresaba después de una noche de mala suerte.

Sería culpa mía que su vida no fuera lo que él deseaba, así que no podía permitir que mi futuro estuviera lleno de la amargura y el rencor que había dejado atrás.

—Suéltame, Pedro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario