Después de varios momentos, finalmente me soltó el brazo. Corrí a la puerta de cristal y la abrí de un tirón sin volverme a mirar atrás. Todos los que estaban allí dentro se quedaron observándome mientras yo caminaba hacia el bufé, y justo
cuando llegué a mi destino la gente inclinó la cabeza para mirar por las ventanas al exterior, donde Pedro estaba de rodillas, con las palmas planas sobre el suelo.
Verlo tirado así en el pavimento hizo que las lágrimas que había estado reprimiendo empezaran a brotar y a caerme por la cara. Pasé junto a los montones de platos y bandejas, y corrí por el pasillo hasta llegar a los baños. Ya era
suficientemente malo que todo el mundo hubiera visto la escena entre Pedro y yo.
No podía permitir que me vieran llorar.
Me quedé encogida en uno de los lavabos, sollozando de modo incontrolable hasta que oí unos ligeros golpes en la puerta.
—¿Pau?
Me sorbí las lágrimas.
—¿Qué haces aquí, Jeronimo? Estás en el baño de chicas.
—Carlate vio entrar y vino a buscarme a mi habitación. Déjame entrar —dijo con voz suave.
Sacudí la cabeza. Sabía que no podía verme así, pero no podía decir otra palabra. Le oí suspirar y, después, el golpeteo de sus manos sobre el suelo, mientras se arrastraba por debajo de la puerta.
—No puedo creer que me obligues a hacer esto —dijo él, impulsándose con las manos—. Te arrepentirás de no haber abierto la puerta porque acabo de reptar por un suelo cubierto de pis y te voy a dar un abrazo.
Solté una carcajada y entonces mi cara se comprimió en una sonrisa, mientras Jeronimo me estrechaba entre sus brazos. Saqué las rodillas de debajo de mí.
Jeronimo, con cuidado, me bajó al suelo e hizo que me apoyara en su regazo.
—Ssshh —dijo él, meciéndome en sus brazos. Suspiró y sacudió la cabeza—.Maldita sea, chica. ¿Qué vamos a hacer contigo?
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