TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 20 de abril de 2014
CAPITULO 75
Alcé los ojos hacia él, y me fulminó con la misma mirada de quien se siente traicionado que Ruben tenía la noche en que se dio cuenta de que yo le había robado su suerte.
—Sí, la tenías.
—¿Alguna vez has tratado con la mafia, Pedro? Lo siento si he herido tus sentimientos, pero una comida gratis con un viejo amigo no es un precio alto por salvar la vida de Ruben.
Veía que Pedro quería contraatacar, pero no había nada que pudiera decir.
—Vamos, chicos, tenemos que encontrar a Benny —dijo Rosario, tirándome del brazo.
Pedro y Valentin nos siguieron en silencio mientras bajábamos por el Strip hasta el edificio de Benny. El tráfico en la calle (tanto de coches como de personas) solo empezaba a concentrarse. A cada paso que daba, me embargaba una sensación de angustia y vacío en el estómago, mientras mi mente se apresuraba para encontrar un argumento convincente que hiciera que Benny entrara en razón.
Para cuando llegamos ante la gran puerta verde que tantas veces había visto y llamamos, no se me había ocurrido nada que pudiera utilizar.
No fue ninguna sorpresa ver al enorme portero (negro, de aspecto temible y tan ancho como alto), pero me sorprendió encontrar a Benny de pie a su lado.
—Benny —dije con un suspiro.
—Vaya, vaya…, veo que has dejado de ser el Trece de la Suerte, ¿verdad? Ruben no me ha dicho que te habías convertido en una chica tan guapa. Te esperaba, Cookie. Creo que tienes un dinero que me pertenece.
Asentí y Benny señaló a mis amigos.
Levanté el mentón para fingir confianza.
—Vienen conmigo.
—Me temo que tus acompañantes tendrán que esperar fuera —dijo el portero en un tono anormalmente profundo y bajo.
Pedro inmediatamente me cogió por el brazo.
—No va a ninguna parte sola. Voy con ella.
Benny miró a Pedro y tragué saliva. Cuando Benny levantó la mirada hacia su portero y sonrió, me relajé un poco.
—Me parece bien —dijo Benny—. Ruben estará encantado de saber que traes a un amigo tan leal contigo.
Antes de seguirlo dentro, me volví y vi la mirada de preocupación en la cara de Rosario. Pedro me sujetaba con fuerza por el brazo y se puso, a propósito, entre el portero y yo. Seguimos a Benny hasta el interior de un ascensor, subimos cuatro pisos en silencio y, entonces, las puertas se abrieron.
Había un gran escritorio de caoba en el centro de una amplia habitación.
Benny fue cojeando hasta su lujoso sillón y se sentó, mientras nos hacía un gesto para que ocupáramos los dos asientos vacíos que había delante de su mesa.
Cuando me acomodé, sentí el frío cuero debajo de mí y me pregunté cuántas personas se habrían sentado en esa misma silla momentos antes de su muerte.
Alargué el brazo para coger a Pedro de la mano y él me la estrechó para tranquilizarme.
—Ruben me debe veinticinco mil. Confío en que tengas todo el dinero —dijo Benny, garabateando algo en un bloc.
—De hecho… —Hice una pausa para aclararme la garganta—. Me faltan cinco mil, Benny. Pero tengo todo el día de mañana para conseguirlos. Y cinco mil no son un problema, ¿verdad? Sabes que soy lo bastante buena para conseguirlos.
—Paula—dijo Benny frunciendo el ceño—, me decepcionas. Sabes muy bien cuáles son mis reglas.
—Por… por favor, Pedro. Te pido que aceptes los diecinueve mil. Tendré el resto mañana.
Los ojos redondos y brillantes de Benny se clavaron primero en mí y luego en Pedro, antes de volver de nuevo a mí. Entonces me di cuenta de que dos hombres habían aparecido desde las oscuras esquinas de la habitación.
Pedro me cogió con más fuerza la mano y yo aguanté la respiración.
—Sabes que solo acepto la cantidad completa. ¿Sabes qué me dice el hecho de que intentes darme algo menos del total? Que no estás segura de poder conseguir toda la cantidad.
Los hombres de las esquinas dieron un paso hacia delante.
—Puedo conseguirte el dinero, Benny —dije, sonriendo nerviosa—. He ganado ochocientos noventa dólares en seis horas.
—Así que me estás diciendo que me entregarás otros ochocientos noventa dentro de seis horas. —Benny sonrió malévolo.
—La fecha límite es mañana a medianoche —dijo Pedro, mirando detrás de nosotros y después observando cómo se acercaban los hombres que habían salido de entre las sombras.
—¿Qué…, qué haces, Benny? —pregunté, poniéndome rígida.
—Ruben me ha llamado esta noche. Me ha dicho que tú te haces cargo de su deuda.
—Estoy haciéndole un favor. No te debo ningún dinero —dije duramente, movida por mi instinto de supervivencia.
Benny apoyó sus dos gruesos codos en el escritorio.
—Estoy considerando darle una lección a Ruben, y tengo curiosidad por averiguar si de verdad tienes tanta suerte, chica.
Pedro se levantó de la silla de un bote y me arrastró con él. Se puso delante de mí mientras retrocedía hacia la puerta.
—Oscar está fuera, joven. ¿Cómo crees exactamente que puedes escapar?
Me había equivocado. Cuando pensaba en intentar hacer entrar en razón a Benny, debería haber anticipado la voluntad de Ruben de sobrevivir y la decisión de Benny de darle un escarmiento.
— Pedro—le avisé, al ver que los matones de Benny se acercaban a nosotros.
Pedro me empujó un poco detrás de él y se puso derecho.
—Espero que entiendas, Benny, que no pretendo faltarte al respeto cuando deje inconscientes a tus hombres, pero estoy enamorado de esta chica y no puedo permitirte que le hagas daño.
Benny estalló en una sonora carcajada.
—Chico, tengo que concederte que tienes más cojones que nadie que haya cruzado esas puertas. Voy a prepararte para lo que te espera. El tipo bastante grande que tienes a tu derecha es David y, si no puede acabar contigo con los
puños, lo hará con la navaja que guarda en su funda. El hombre de tu izquierda es Dario, y es mi mejor luchador. De hecho, mañana tiene una pelea y nunca ha perdido. Espero que no te hagas daño en las manos, Dario. Hay mucho dinero que depende de ti.
Dario sonrió a Pedro con una mirada salvaje y divertida.
—Sí, señor.
—¡Benny, no! ¡Puedo conseguirte tu dinero! —grité.
—Oh, no… Esto se pone interesante por momentos —dijo Benny riéndose, mientras se acomodaba en su sillón.
David se abalanzó sobre Pedro y me llevé las manos a la boca. Era un hombre fuerte, pero también torpe y lento.
Antes de que David pudiera apartarse o coger su navaja, Pedro lo dejó fuera de combate de un rodillazo en la cara. Cuando Pedro le lanzó un puñetazo, no malgastó el tiempo y le pegó con todas sus fuerzas.
Dos puñetazos y un codazo después, David yacía sangrando en el suelo.
Benny echó la cabeza hacia atrás, riéndose histéricamente y golpeando su escritorio como un niño que se deleita viendo los dibujos un sábado por la mañana.
—Bueno, adelante, Dario. No te habrá asustado, ¿no?
Dario se acercó a Pedro con más cuidado, con la atención y la precisión de un luchador profesional. Su puño voló hacia la cara de Pedro a una velocidad increíble, pero Pedro lo esquivó, al tiempo que embestía con el hombro a Dario con
todas sus fuerzas. Se cayeron sobre el escritorio de Benny, y entonces Dario cogió a Pedro con ambos brazos y lo lanzó al suelo. Se debatieron en el suelo durante un momento; Dario ganó ventaja y consiguió asestar unos cuantos puñetazos a Pedro mientras lo tenía atrapado en el suelo.
Me tapé la cara, incapaz de mirar.
Oí un grito de dolor y, cuando volví a mirar, vi a Pedro a horcajadas encima de Dario, agarrándolo por el pelo desgreñado, asestándole puñetazo tras puñetazo en un lado de la cabeza. La cara de Dario golpeaba la parte delantera del escritorio de Benny cada vez, hasta que cayó al suelo, desorientado y sangrando.
Pedro lo observó durante un momento y volvió al ataque, gruñendo con cada embestida y usando toda su fuerza. Dario lo esquivó una vez y estrelló los nudillos en la mandíbula de Pedro.
Pedro sonrió y levantó un dedo.
—Ese es el último que vas a dar.
No podía creer lo que oía. Pedro había dejado que el matón de Benny le diera. Estaba disfrutando. Nunca había visto a Pedro luchar sin restricciones; daba un poco de miedo verle dar rienda suelta a toda su capacidad sobre aquellos
asesinos entrenados y comprender que llevaba las de ganas. Hasta ese momento, simplemente no me había dado cuenta de qué era capaz de hacer.
Con la perturbadora risa de Benny de fondo, Pedro remató la faena clavándole el codo en plena cara y dejándolo inconsciente antes de que cayera al suelo. Observé cómo su cuerpo rebotaba una vez sobre la alfombra de importación
de Benny.
—¡Sorprendente, muchacho! ¡Simplemente increíble! —dijo Benny, mientras aplaudía encantado.
Pedro me empujó detrás de él, mientras Oscar ocupaba el umbral con su enorme cuerpo.
—¿Quiere que me ocupe de esto, señor?
—¡No! No, no… —dijo Benny, todavía aturdido por la actuación improvisada—. ¿Cómo te llamas?
Pedro todavía respiraba agitadamente.
—Pedro Alfonso —dijo él, limpiándose la sangre de Dario y David en los tejanos.
—Pedro Alfonso, me parece que puedes ayudar a tu novia a salir de esta.
—¿Cómo? —resopló Pedro.
—Se suponía que Dario iba a pelear mañana por la noche. Tenía un montón de dinero que dependía de él, y me parece que Dane no estará en forma para ganar ninguna pelea durante algún tiempo. Te ofrezco la posibilidad de ocupar su lugar, hazme ganar una pasta y perdonaré los cinco mil que faltan de la deuda de Ruben.
Pedro se volvió hacia mí.
—¿Paloma?
—¿Estás bien? —pregunté, mientras le limpiaba la sangre de la cara.
Me mordí el labio, torciendo el gesto con una mezcla de miedo y alivio.
Pedro sonrió.
—No es mi sangre, nena. No llores.
Benny se puso de pie.
—Soy un hombre ocupado. ¿Pasas o juegas?
—Lo haré —dijo Pedro—. Dime cuándo y dónde, y allí estaré.
—Tendrás que pelear contra Bernardo McMann. No es ningún principiante. Lo vetaron en la UFC el año pasado.
Pedro no se inmutó.
—Dime solo dónde tengo que estar.
La sonrisa de tiburón propia de Benny se extendió en su cara.
—Me gustas, Pedro. Creo que seremos buenos amigos.
—Lo dudo mucho —dijo Pedro.
Me abrió la puerta y mantuvo una postura protectora hasta que llegamos a la puerta delantera.
—¡Cielo santo! —gritó Rosario al ver las salpicaduras de sangre que cubrían la ropa de Pedro.
—¿Estáis bien, chicos?
Ella me cogió de los hombros y me escrutó la cara.
—Estoy bien. Solo otro día duro en la oficina. Para los dos —dije, secándome los ojos.
Pedro me cogió de la mano y corrimos al hotel con Valentin y Rosario siguiéndonos de cerca. No mucha gente se fijó en la apariencia de Pedro. Estaba cubierto de sangre, pero solo algunos visitantes parecían darse cuenta.
—¿Qué demonios ha pasado ahí dentro? —preguntó finalmente Valentin.
Pedro se quedó en ropa interior y desapareció en el baño. Abrió la ducha y Rosario me llevó una caja de pañuelos.
—Estoy bien, Ro.
Suspiró y volvió a ofrecerme la caja de pañuelos.
—No, no lo estás.
—Este no es mi primer rodeo con Benny —dije.
Notaba los músculos doloridos por veinticuatro horas de tensión inducida por el estrés.
—Es la primera vez que ves a Pedro darle una paliza de muerte a alguien —dijo Valentin—. Yo lo vi una vez, y no es agradable.
—¿Qué ha pasado? —insistió Rosario.
—Ruben llamó a Benny. Me pasó su deuda a mí.
—¡Voy a matarlo! ¡Voy a matar a ese pedazo de hijo de puta! —gritó Rosario.
—No pensaba hacerme responsable, pero quería dar una lección a Rosario por enviar a su hija a pagar su deuda. Lanzó a dos de sus malditos perros contra nosotros y Pedro se deshizo de ellos. De los dos. En menos de cinco minutos.
—¿Y Benny dejó que os fuerais? —preguntó Rosario.
Pedro salió del baño con una toalla alrededor de la cintura; la única prueba de su pelea era una pequeña marca roja en la mejilla, debajo del ojo derecho.
—Uno de los tíos a los que dejé inconscientes tenía una pelea mañana por la noche. Lo sustituiré y, a cambio, Benny perdonará a Ruben los cinco mil que le debe todavía.
Rosario se puso de pie.
—¡Esto es ridículo! ¿Por qué estamos ayudando a Ruben, Pau? Te ha echado a los leones. ¡Voy a matarlo!
—No, si yo lo mato primero —soltó Pedro entre dientes.
—Ponte a la cola —dije.
—Entonces, ¿vas a pelear mañana? —preguntó Valentin.
—En un sitio llamado Zero’s. A las seis en punto. Contra Bernardo McMann, Valen.
Shepley sacudió la cabeza.
—Ni de coña. Joder, ni de coña, Pedro. ¡Ese tío está loco!
—Sí —dijo Pedro—, pero él no va a pelear por su chica, ¿verdad? —Pedro me meció entre sus brazos y me besó en la coronilla—. ¿Estás bien, Paloma?
—Esto está mal. Está mal por muchísimos motivos. No sé por cuál empezar.
—¿No me has visto esta noche? Estaré bien. Ya he visto luchar a Bernardo antes. Es duro, pero no invencible.
—No quiero que hagas esto, Pepe.
—Bueno, yo tampoco quiero que vayas a cenar con tu exnovio mañana por la noche. Supongo que los dos tendremos que pasar por el aro para salvar al inútil
de tu padre.
Lo había visto antes. Las Vegas cambiaba a la gente: creaba monstruos y destrozaba a los hombres. Era fácil dejar que las luces y los sueños robados se mezclaran con tu sangre. Había visto la mirada llena de energía e invencible de
Pedro muchas veces mientras crecía, y la única cura era un avión de vuelta a casa.
Guillermo frunció el entrecejo cuando volví a mirar el reloj.
—¿Tienes que estar en algún otro sitio, Cookie? —preguntó Guillermo.
—Por favor, deja de llamarme así, Guillermo. Lo detesto.
—Yo también detesté que te fueras. Pero eso no te lo impidió.
—Esta conversación está más que agotada. Cenemos y ya está, ¿vale?
—Vale, hablemos de tu nuevo novio. ¿Cómo se llama? ¿Pedro? —Asentí—.¿Qué haces con ese psicópata tatuado? Parece que lo hayan echado de la familia
Manson.
—Sé bueno, Guillermo, o me largo de aquí.
—No me hago a la idea de lo mucho que has cambiado. No puedo creerme que estés aquí sentada delante de mí.
Puse los ojos en blanco.
—Pues ya va siendo hora.
—Ahí está —dijo Guillermo—, la chica que recuerdo.
Consulté la hora en mi reloj.
—La pelea de Pedro es dentro de veinticinco minutos. Será mejor que me vaya.
—Todavía tienen que traernos el postre.
—No puedo, Guillermo. No quiero que se preocupe por si voy a aparecer. Es importante.
Dejó caer los hombros.
—Lo sé. Añoro los días en los que yo era importante.
Apoyé mi mano sobre la suya.
—Éramos solo unos niños. Ha pasado toda una vida.
—¿Cuándo crecimos? Tu presencia aquí es una señal, Pau. Pensaba que no volvería a verte y ahora te tengo sentada aquí delante. Quédate conmigo.
Lentamente, dije que no con la cabeza, vacilante, porque sabía que iba a herir a mi amigo más antiguo.
—Lo amo, Guille.
Su decepción oscureció la ligera sonrisa de su cara.
—Entonces será mejor que te vayas.
Lo besé en la mejilla y salí volando del restaurante a coger un taxi.
—¿Adónde vamos? —preguntó el conductor.
—A Zero’s.
El conductor se volvió para mirarme y me echó un buen vistazo.
—¿Está segura?
—Desde luego. ¡Vamos! —dije, lanzando dinero sobre el asiento.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
wow que intenso,buenísimos los capítulos!!!
ResponderEliminar