TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 20 de abril de 2014
CAPITULO 74
Pedro fulminó a Guillermo con la mirada mientras pasaba a su lado, y entonces vino hacia mí. Con las manos en los bolsillo, echó una ojeada a Guillermo, que nos miraba de soslayo.
—¿Quién era ese?
Asentí hacia donde estaba Guillermo.
—Es Guillermo Viveros. Lo conozco desde hace mucho.
—¿Cuánto?
Me volví para mirar hacia la mesa de veteranos.
—Pedro, no tengo tiempo para esto.
—Supongo que descartó la idea de ser joven ministro —dijo Rosario, mirando con una sonrisa coqueta a Guillermo.
—¿Ese es tu exnovio? —preguntó Pedro, inmediatamente enfadado—. ¿No me habías dicho que era de Kansas?
Lancé a Rosario una mirada de impaciencia y, luego, cogí a Pedro por el mentón, insistiendo en que me dedicara toda su atención.
—Sabe que no tengo la edad suficiente para estar aquí, Pepe. Me ha dado hasta medianoche. Te lo explicaré todo después, pero ahora mismo tengo que volver a jugar, ¿vale?
A Pedro se le movieron las mandíbulas bajo la piel, pero cerró los ojos y respiró hondo.
—Está bien, nos vemos a medianoche. —Se inclinó para besarme, pero sus labios estaban fríos y distantes—. Buena suerte.
Sonreí mientras se mezclaba entre la multitud y, entonces, dirigí toda mi atención a los jugadores.
—¿Caballeros?
—Siéntate, Shirley Temple —dijo Ismael—. Vamos a recuperar nuestro dinero. No nos gusta que nos estafen.
—Les deseo lo peor —sonreí.
—Tienes diez minutos —susurró Rosario.
—Lo sé —dije.
Intenté olvidarme del tiempo y de los golpecitos nerviosos que daba Rosario con la rodillas por debajo de la mesa. El bote estaba en dieciséis mil dólares, el más alto de la noche, y me lo jugaba a todo o nada.
—Nunca he visto a nadie como tú, chica. Has hecho prácticamente una partida perfecta. Y no tiene ningún tic, Arturo. ¿Te has dado cuenta? —dijo Paco.
Arturo asintió, su alegre despreocupación se había evaporado poco a poco con cada mano.
—Me he fijado. Ni se rasca, ni sonríe, ni siquiera hay cambio alguno en su mirada. No es natural. Todo el mundo tiene algo que lo delata.
—No, todo el mundo no —dijo Rosario, petulante.
Sentí unas manos familiares sobre los hombros. Sabía que era Pedro, pero no me atreví a volverme, no con tres mil dólares sobre la mesa.
—Voy —dijo Ismael.
La muchedumbre que se había reunido a nuestro alrededor aplaudió cuando enseñé mis cartas. Ismael era el único que podía acercarse a mí con un trío.
Nada que mi escalera de color no pudiera batir.
—¡Increíble! —dijo Paco, lanzando sus dobles parejas sobre la mesa.
—Me retiro —gruñó Jose, antes de levantarse y largarse furioso de la mesa.
Ismael estaba un poco más alegre.
—Después de esta noche, me puedo morir tranquilo. Me he enfrentado a un contrincante de verdadera altura. Ha sido un placer, Pau.
Me quedé helada.
—¿Lo sabía?
Ismael sonrió. Los años de fumar puros y beber café habían manchado sus enormes dientes.
—Ya había jugado contigo antes. Hace seis años. He deseado la revancha durante mucho tiempo.
Ismael me tendió la mano.
—Cuídate, niña. Dile a tu padre que Isamel Pescelli le envía saludos.
Rosario me ayudó a recoger mis ganancias, y me volví hacia Pedro, mientras miraba mi reloj.
—Necesito más tiempo.
—¿Quieres probar en las mesas de black jack?
—No puedo perder dinero, Pepe.
Sonrió.
—No puedes perder, Paloma.
Rosario negó con la cabeza.
—El black jack no es su juego.
Pedro asintió.
—He ganado un poco de dinero. Seiscientos. Puedes quedártelos.
Valentin me entregó sus fichas.
—Yo solo he conseguido trescientos.
Suspiré.
—Gracias chicos, pero todavía me faltan cinco de los grandes.
Miré de nuevo mi reloj y, cuando levanté la mirada, vi que Guillermo se acercaba.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó con una sonrisa.
—Me faltan cinco mil, Guille. Necesito más tiempo.
—He hecho todo lo que he podido, Pau.
Asentí. Sabía que ya le había pedido demasiado.
—Gracias por dejar que me quedara.
—Quizá podría conseguir que mi padre hablara con Benny en tu nombre.
—Es el lío de Ruben. Le voy a pedir una prórroga.
Guillermo negó con la cabeza.
—Sabes que eso no va a pasar, Cookie, da igual cuánto le lleves. Si no cubre la deuda, Benny enviará a alguien. Quédate tan lejos de él como puedas.
Sentí que me ardían los ojos.
—Tengo que intentarlo.
Guillermo dio un paso hacia delante y se agachó para hablar en voz baja.
—Súbete a un avión, Pau. ¿Me oyes?
—Sí, te oigo. —Le solté.
Guillermo suspiró, y sus ojos se llenaron de compasión. Me rodeó con los brazos y me besó en el pelo.
—Lo siento. Si no me jugara el trabajo, sabes que intentaría pensar en algo.
Asentí, al tiempo que me apartaba de él.
—Lo sé. Has hecho lo que has podido.
Me levantó la barbilla con el dedo.
—Nos vemos mañana a las cinco.
Se agachó para besarme en la comisura del labio y se alejó sin decir otra palabra. Miré a Rosario, que observaba a Pedro. No me atreví a mirarlo a los ojos; no podía ni imaginarme la expresión de enfado de su rostro.
—¿Qué pasa a las cinco? —dijo Pedro, con la voz quebrada por la ira contenida.
—Ha aceptado cenar con Guillermo si él la dejaba quedarse. No tenía más opción, Pepe —dijo Rosario.
Por el tono cauto de la voz de Rosario, sabía que el enfado de Pedro era monumental.
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