TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 8 de abril de 2014
CAPITULO 35
Apreté los dientes.
—Sabes que nunca me escaqueo de una apuesta, Ro.
—Lo que yo decía —insistió ella, retorciendo las manos alrededor del
volante—.Pedro es lo que quieres, y Adrian, lo que crees que te conviene.
—Sé que eso es lo que parece, pero…
—Eso es lo que todo el mundo piensa. Así que, si no te gusta cómo habla la
gente de ti, cambia de forma de actuar. No es culpa de Pedro. Ha dado un giro de
ciento ochenta grados por ti, y tú recoges la recompensa, mientras Adrian disfruta
de los beneficios.
—¡Hace una semana querías que recogiera todas mis cosas y que no dejara
que Pedro volviera a acercárseme nunca más! ¿Y ahora lo defiendes?
—¡Paula! ¡No lo estoy defendiendo, estúpida! Solo me preocupo por tu
bien. ¡Los dos estáis locos el uno por el otro! Y tenéis que tomar alguna decisión al
respecto.
—¿Cómo puede siquiera ocurrírsete que debería estar con él? —me
lamenté—. ¡Se supone que es mejor mantenerse alejada de gente como él!
Apretó los labios, perdiendo claramente la paciencia.
—Tienes que haberte esforzado mucho para distinguirte de tu padre. ¡Esa es
la única razón por la que te estás planteando estar con Adrian! Es completamente
opuesto a Ruben y, sin embargo, crees que Pedro te va a devolver exactamente al
punto del que partías. No es como tu padre, Pau.
—No he dicho que lo fuera, pero me está poniendo en la posición precisa
para que siga sus pasos.
—Pedro no te haría eso. Creo que no valoras lo mucho que significas para
él. Si tan solo le dijeras…
—No. No lo dejamos todo atrás para que todo el mundo me mire aquí como
lo hacían en Wichita. Centrémonos en el problema que nos apremia. Valen te está
esperando.
—No quiero hablar de Valen—dijo ella, reduciendo la velocidad para
detenerse en un semáforo.
—Está hecho polvo, Ro. Te quiere.
Se le llenaron los ojos de lágrimas y le tembló el labio inferior.
—Me da igual.
—Eso no es cierto.
—Lo sé —gimoteó ella, apoyándose en mi hombro. Lloró hasta que cambió
la luz del semáforo y, entonces, le di un beso en la frente.
—Está verde.
Ella se enderezó y se secó la nariz.
—He sido bastante borde antes con él. No creo que ahora quiera hablar
conmigo.
—Claro que sí. Sabía que estabas enfadada.
Rosario se limpió la cara y dio media vuelta. Me preocupaba que me
costara mucho esfuerzo conseguir que entrara conmigo, pero Valentin se lanzó
escaleras abajo antes de que ella apagara el motor.
Abrió de un golpe la puerta del coche y tiró de ella para sacarla de él.
—Lo siento mucho, nena. Debería haberme metido en mis propios asuntos.
Por favor…, por favor, no te vayas. No sé qué haría sin ti.
Rosario le cogió la cara entre las manos y sonrió.
—Eres un tonto arrogante, pero aun así te quiero.
Valen la cubrió de besos, como si no la hubiera visto en meses, y yo sonreí
admirando un buen trabajo. Pedro estaba de pie en el umbral de la puerta; sonreía
mientras yo me abría paso dentro del apartamento.
—Y vivieron felices para siempre —dijo Pedro, cerrando la puerta detrás de
mí.
Me derrumbé en el sofá, y él se sentó a mi lado y puso mis piernas sobre su
regazo.
—¿Qué quieres hacer hoy, Paloma?
—Dormir. O descansar… o dormir.
—¿Puedo darte tu regalo primero?
Le di un empujón en el hombro.
—¿Qué dices? ¿Me has comprado un regalo?
Su boca dibujó una sonrisa nerviosa.
—No es una pulsera de diamantes, pero pensé que te gustaría.
—Me encantará, ya lo sé.
Me levantó las piernas y desapareció en el dormitorio de Valentin. Enarqué
una ceja, le oí murmurar y después apareció con una caja. Se sentó en el suelo a
mis pies, en cuclillas detrás de la caja.
—Date prisa. Quiero que te sorprendas —dijo sonriendo.
—¿Que me dé prisa? —pregunté, al tiempo que levantaba la tapa.
Me quedé boquiabierta cuando un par de grandes ojos negros se quedaron
mirándome.
—¿Un cachorro? —grité, metiendo las manos en la caja.
Levanté al cachorrito oscuro de pelo rizado a la altura de la cara y me cubrió
la boca de besos cálidos y húmedos.
La cara de Pedro se iluminó, triunfal.
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? ¡Me encanta! ¡Me has comprado un cachorro!
—Es un Bulldog Frances. Tuve que conducir tres horas para recogerlo el jueves
después de clase.
—Así que cuando dijiste que te ibas con Valentin a llevar su coche al taller…
—Fuimos a por tu regalo —asintió él.
—No para de moverse —dije riéndome.
—Toda chica de Kansas necesita un Moro —dijo Pedro, ayudándome a
sujetar la bolita de pelos en mi regazo.
—¡Sí que se parece a Moro! Así lo llamaré —dije, frunciendo la nariz delante
del cachorrito inquieto.
—Puedes dejarlo aquí. Yo cuidaré de él por ti cuando tú vuelvas a Morgan
—su boca se abrió en una media sonrisa—, y así estaré seguro de que vendrás de
visita cuando se acabe el mes.
Apreté los labios.
—Habría vuelto de todos modos,Pepe.
—Haría cualquier cosa por esa sonrisa que estás poniendo ahora mismo.
—Creo que necesitas una siestecita, Moro. Sí, sí, ya lo creo —dije arrullando
al cachorro.
Pedro asintió, me cogió en su regazo y entonces se levantó.
—Pues vamos allá.
Me llevó a su dormitorio, retiró las sábanas y me dejó sobre el colchón.
Pasando por encima de mí, alargó el brazo para correr las cortinas, y después se
dejó caer en su almohada.
—Gracias por quedarte conmigo ayer por la noche —dije, mientras
acariciaba el suave pelo de Moro—. No tendrías que haber dormido en el suelo del
cuarto de baño.
—La de ayer fue una de las mejores noches de mi vida.
Me volví para ver la expresión de su cara. Cuando vi su gesto serio, le lancé
una mirada de duda.
—¿Dormir entre el lavabo y la bañera en un suelo frío de baldosas con una
idiota que no dejaba de vomitar ha sido una de tus mejores noches? Eso es triste,
Pepe.
—No, fue una de las mejores noches porque me senté a tu lado cuando te
encontrabas mal y porque te quedaste dormida en mi regazo. No fue cómodo. No
dormí una mierda, pero empecé tu decimonoveno cumpleaños contigo, y la
verdad es que eres bastante dulce cuando te emborrachas.
—Claro, seguro que entre náusea y náusea estaba encantadora.
Me acercó hacia él y le dio unas palmaditas a Moro, que estaba acurrucado
junto a mi cuello.
—Eres la única mujer que sigue increíble con la cabeza metida en el lavabo.
Eso es decir mucho.
—Gracias, Pepe. Procuraré que no tengas que volver a hacer de canguro.
Se apoyó sobre su almohada.
—Lo que tú digas. Nadie puede sujetarte el pelo como yo.
Me reí y cerré los ojos, hundiéndome en la oscuridad.
—¡Despierta, Pau! —gritó Rosario, mientras me sacudía.
Moro me lamió la cara.
—¡Estoy despierta! ¡Estoy despierta!
—¡Tenemos clase dentro de media hora!
Salí de la cama de un salto.
—He estado durmiendo durante… ¿catorce horas? ¿Qué demonios ha
pasado?
—¡Métete ya en la ducha! Si no estás lista en diez minutos, me largaré
dejándote aquí.
—¡No tengo tiempo de darme una ducha! —dije, mientras me cambiaba la
ropa con la que me había quedado dormida.
Pedro apoyó la cabeza en la mano y se rio.
—Chicas, sois ridículas. Llegar tarde a una clase no es el fin del mundo.
—Lo es para Rosario. No falta a clase y odia llegar tarde —dije, mientras
metía la cabeza por la camiseta y me ponía los tejanos.
—Deja que Ro se adelante. Yo te llevo.
Salté sobre un pie y luego sobre el otro.
—Mi bolso está en su coche, Pepe.
—Como quieras —dijo encogiéndose de hombros—, pero no te hagas daño
de camino a clase.
Levantó a Moro, sosteniéndolo con un brazo como una pelota pequeña de
fútbol americano, y se lo llevó por el pasillo.
Rosario me metió a toda prisa en el coche.
—No puedo creer que te comprara un cachorro —dijo ella, mirando hacia
atrás, mientras sacaba el coche de donde lo tenía aparcado.
Pedro estaba de pie bajo el sol de la mañana, en calzoncillos y descalzo,
rodeándose con los brazos por el frío. Observaba cómo Moro olisqueaba un pedacito
de hierba y lo guiaba como un padre orgulloso.
—Nunca he tenido perro —dije—. Será una experiencia interesante.
Rosario miró a Pedro antes de cambiar la marcha del Honda.
—Míralo —dijo ella, meneando la cabeza—: Pedro Alfonso, el señor Mamá.
—Moro es adorable. Incluso tú acabarás rendida a sus patitas.
—Sabes que no te lo puedes llevar a la residencia, ¿no? Me temo que Pedro
no pensó en ese detalle.
—Pedro dijo que se lo quedaría en su apartamento.
Ella arqueó una ceja.
—Por supuesto, Pedro lo tiene todo pensado. Eso se lo concedo —dijo ella,
sacudiendo la cabeza, mientras aceleraba.
Resoplé, deslizándome en mi asiento con un minuto de tiempo. Una vez que
mi sistema hubo absorbido la adrenalina, la pesadez de mi coma poscumpleaños se
adueñó de todo mi cuerpo. Rosario me dio un codazo cuando la clase acabó, y la
seguí a la cafetería.
Valentin se reunió con nosotras en la puerta; inmediatamente me di cuenta
de que algo no iba bien.
—Ro—dijo Valentin, cogiéndola del brazo.
Pedro corrió hasta donde estábamos nosotros y se llevó las manos a las
caderas, resoplando hasta que recuperó el aliento.
—¿Acaso te persigue una turba de mujeres enfadadas? —dije para picarle.
Él negó con la cabeza.
—Intentaba pillaros… antes de que… entrarais —dijo él, jadeando.
—¿Qué pasa? —preguntó Rosario a Valentin.
—Hay un rumor —empezó a decir Valentin—. Todo el mundo dice que
Pedro se llevó a Pau a casa y…, bueno, los detalles varían, pero en general la
situación es bastante mala.
—¿Qué? ¿Lo dices en serio? —exclamé.
Rosario puso los ojos en blanco.
—¿A quién le importa, Pau? La gente lleva especulando sobre Pedro y tú
desde hace semanas. No es la primera vez que alguien os acusa de acostaros.
Pedro y Valentin se miraron.
—¿Qué? —dije—. Hay algo más, ¿no?
Valentin torció el gesto.
—Dicen que te acostaste con Adrian en casa de Benjamin, y que luego dejaste
que Pedro… te llevara a casa…, ya me entiendes.
Me quedé boquiabierta.
—¡Genial! Entonces, ¿ahora soy la puta de la universidad?
La mirada de Pedro se oscureció y sus mandíbulas se tensaron.
—Todo esto es culpa mía. Si se tratara de otra persona, no dirían esas cosas
de ti.
Entró en la cafetería, con los puños cerrados a ambos lados del cuerpo.
Rosario y Valentin entraron tras él.
—Esperemos que nadie sea tan estúpido como para mencionarle el asunto a
Pedro.
—O a Pau —añadió Valentin.
Pedro se acomodó a unos cuantos asientos de mí y se quedó meditando
sobre su sándwich. Esperaba que me mirara para ofrecerle una sonrisa
reconfortante. Pedro tenía una reputación, pero yo había dejado que Adrian me
llevara al pasillo.
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Buenisimos los capitulos,segui subiendo!!!
ResponderEliminarFascinantes los 3 caps!!!!
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