TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
martes, 8 de abril de 2014
CAPITULO 34
CUANDO conseguí abrir los ojos, vi que mi almohada estaba hecha de tela
tejana y piernas. Pedro estaba sentado con la espalda contra la bañera, como si
hubiera perdido el conocimiento. Parecía tan hecho polvo como me sentía yo.
Aparté la sábana y me levanté; cuando vi el horrible reflejo que me devolvía el
espejo sobre el lavabo, ahogué un grito.
Tenía un aspecto aterrador.
Se me había corrido el rímel, tenía manchas de lágrimas negras en las
mejillas, la boca embadurnada de restos de pintalabios y dos marañas de pelo a
cada lado de la cabeza.
Pedro estaba rodeado de sábanas, toallas y mantas. Había improvisado un
jergón mullido donde dormir mientras yo vomitaba los quince chupitos de tequila
que había consumido la noche anterior. Pedro había estado sujetándome el pelo y
se había quedado conmigo toda la noche.
Abrí el grifo y puse la mano debajo hasta que el agua alcanzó la
temperatura que quería. Mientras me frotaba la cara, oí un quejido que provenía
del suelo.Pedro se movió, se frotó los ojos y se estiró; entonces, miró a su lado y se
incorporó asustado.
—Estoy aquí —dije—. ¿Por qué no te vas a la cama y duermes un poco?
—¿Estás bien? —preguntó, frotándose los ojos una vez más.
—Sí, bien. Bueno, todo lo bien que puedo estar. Me sentiré mejor después de
darme una ducha.
Se levantó.
—Solo para que lo sepas, ayer por la noche me arrebataste mi título de
locura. No sé cómo te las apañaste, pero no quiero que lo hagas otra vez.
—Bueno, digamos que crecí en ese ambiente, Pepe. No tiene gran
importancia.
Me cogió la barbilla entre las manos y me limpió los restos de rímel de
debajo de los ojos con sus pulgares.
—Para mí sí que la tuvo.
—Está bien. No volveré a hacerlo, ¿contento?
—Sí, pero tengo que decirte una cosa, siempre y cuando prometas no
alucinar.
—Ay, Dios, ¿qué hice?
—Nada, pero tienes que llamar a Rosario.
—¿Dónde está?
—En Morgan. Discutió con Valen ayer por la noche.
Me duché a toda prisa y me puse la ropa que Pedro me había dejado en el
lavabo. Cuando salí del baño, Valentin y Pedro estaban sentados en el salón.
—¿Qué le has hecho? —pregunté.
A Valentin se le cayó el alma a los pies.
—Está muy cabreada conmigo.
—¿Qué pasó?
—Me enfadé con ella por animarte a beber tanto. Pensaba que acabaríamos
teniendo que llevarte al hospital. Una cosa llevó a la otra, y lo siguiente que sé es
que estábamos gritándonos. Íbamos borrachos los dos, Pau. Dije algunas cosas
que no puedo retirar. —Sacudió la cabeza, sin levantar la mirada del suelo.
—¿Como qué? —pregunté, enfadada.
—Le llamé unas cuantas cosas de las que no me enorgullezco y después le
dije que se fuera.
—¿Dejaste que se marchara borracha? ¿Qué clase de idiota eres? —dije,
mientras cogía mi bolso.
—Cálmate, Paloma. Ya se siente lo suficientemente mal —rogó Pedro.
Encontré por fin el teléfono en mi bolso y marqué el número de Rosario.
—¿Diga? —Su voz sonaba fatal.
—Acabo de enterarme. —Suspiré—. ¿Estás bien?
Caminé pasillo abajo para tener un poco más de privacidad, y solo me volví
una vez para lanzar una mirada asesina a Valentin.
—Estoy bien, pero es un gilipollas. —Sus palabras eran duras, pero notaba
el dolor en su voz. Rosario dominaba el arte de esconder sus emociones, y podría
habérselas escondido a cualquiera menos a mí.
—Siento no haberme ido contigo.
—Estabas fuera de combate, Pau —observó displicente.
—¿Por qué no vienes a recogerme? Así hablamos.
Oí su respiración al otro lado del teléfono.
—No sé. No me apetece nada verlo.
—Entonces le diré que se quede dentro.
Después de una larga pausa, oí el tintineo de unas llaves de fondo.
—Muy bien. Estaré allí dentro de un minuto.
Entré en el comedor y me eché el bolso al hombro. Los dos chicos me
miraron abrir la puerta y esperar a Rosario, y Valentin me miraba de soslayo desde
el sofá.
—¿Va a venir?
—No quiere verte, Valen. Le dije que te quedarías dentro.
Él soltó un suspiro y se dejó caer en el cojín.
—Me odia.
—Hablaré con ella. Será mejor que empieces a pensar en una disculpa
genial.
Diez minutos después, tocaron dos veces el claxon de un coche y cerré la
puerta detrás de mí. Cuando llegué al final de las escaleras, Valentin salió corriendo
tras de mí hacia el Honda rojo de Rosario y se encorvó para verla a través de la
ventanilla. Me detuve en seco y me quedé viendo cómo Rosario lo despreciaba,
manteniendo en todo momento la mirada fija en el centro. Bajó la ventanilla;
Valentin parecía estar dándole explicaciones y después empezaron a discutir. Volví
al interior para darles algo de privacidad.
—¿Paloma? —dijo Pedro, corriendo escaleras abajo.
—No tiene buena pinta.
—Deja que aclaren las cosas. Entra —pidió entrelazando sus dedos con los
míos y llevándome escaleras arriba.
—¿Tan grave fue la discusión? —pregunté.
Él asintió.
—Sí, bastante. Aunque justo ahora están saliendo de su fase de luna de miel,
así que lo solucionarán.
—Teniendo en cuenta que nunca has tenido una novia, pareces saber
bastante sobre relaciones.
—Tengo cuatro hermanos y un montón de amigos —dijo riéndose para sí.
Valentin irrumpió en tromba en el apartamento y cerró la puerta detrás de
él.
—¡Esa tía es imposible, joder!
Besé a Pedro en la mejilla.
—Aquí entro yo.
—Buena suerte —dijo Pedro.
Me senté junto a Pedro, que resopló.
—Ese tío es imposible, joder.
Se me escapó una risita, pero ella me fulminó con la mirada.
—Lo siento —dije, forzándome a dejar de sonreír.
Salimos a dar un paseo en coche y Rosario gritó, lloró y volvió a gritar un
poco más.
A veces, empezaba a despotricar como si hablara directamente con Valentin,
como si estuviera sentado en mi sitio. Yo permanecía en silencio, dejando que
Rosario se desahogara como solo Rosario sabía hacer.
—¡Me llamó irresponsable! ¡A mí! ¡Como si no te conociera! Como si no te
hubiera visto sacarle a tu padre cientos de dólares bebiendo el doble de lo que
bebiste ayer. ¡Habla sin tener ni puñetera idea! ¡No sabe cómo era tu vida! ¡No sabe
lo que yo sé, y actúa como si fuera su hija en lugar de su novia! —Puse mi mano
sobre la suya, pero la apartó—. Pensó que tú eras el motivo por el que lo nuestro
no funcionaría, y entonces acabó fastidiándolo todo él solito. Y hablando de ti,
¿qué demonios pasó ayer con Adrian?
El repentino cambio de tema me cogió por sorpresa.
—¿A qué te refieres?
—Pedro te organizó esa fiesta, Pau, y tú vas y te enrollas con Adrian. ¡Y te
extrañas de ser la comidilla de todo el mundo!
—¡No te embales! Le dije a Adrian que no debíamos hacer eso. ¿Y qué
importa si Pedro me organizó o no la fiesta? ¡No estoy con él!
Rosario no apartaba la mirada del frente y resopló por la nariz.
—Está bien, Ro. Dime qué pasa. ¿Ahora estás enfadada conmigo?
—No, no estoy enfadada contigo. Simplemente, no me gusta andar con
idiotas redomados.
Sacudí la cabeza, y después miré por la ventanilla antes de decir algo de lo
que me arrepentiría. Rosario siempre había sabido cómo hacerme sentir como una
auténtica mierda.
—Pero ¿te das cuenta de lo que está pasando? —me preguntó—. Pedro ha
dejado de pelear. No sale sin ti. No ha llevado a casa a ninguna chica desde
aquellas barbies gemelas, todavía no se ha cargado a Adrian, y a ti te preocupa que
la gente diga que estás jugando a dos bandas. ¿Sabes por qué lo dice la gente,
Pau? ¡Porque es la verdad!
Me volví lentamente hacia ella, intentando lanzarle la mirada más asesina
que pude.
—¿Qué demonios te pasa?
—Si ahora sales con Adrian, y estás tan feliz —dijo en un tono de burla—,
¿por qué no estás en Morgan?
—Porque perdí la apuesta, ¡ya lo sabes!
—¡Venga ya, Pau! No dejas de hablar de lo perfecto que es Adrian, y tienes
esas citas alucinantes con él y os pasáis el tiempo charlando por teléfono, pero
después te vas a dormir con Pedro cada noche. ¿No ves el problema de esta
situación? Si realmente te gustara Adrian, tus cosas estarían en Morgan ahora
mismo.
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