viernes, 4 de abril de 2014

CAPITULO 23



Me bajé la cremallera del vestido, me lo quité contoneándome por encima
de las caderas y lo lancé con un pie a un rincón. Rápidamente me puse una
camiseta y luego me solté el sujetador sacándolo a través de la manga. Mientras me
recogía el pelo haciéndome un moño en el cogote, me di cuenta de que me estaba
mirando.
—Estoy segura de que no tengo nada que no hayas visto antes —dije
poniendo los ojos en blanco. Me deslicé bajo la ropa de cama y me instalé en mi
almohada haciéndome un ovillo. Se soltó el cinturón, se bajó los tejanos y se los
quitó con un saltito.
Esperé mientras él estaba de pie sin moverse por un instante. Le daba la
espalda, así que me preguntaba qué estaba haciendo, de pie junto a la cama y en
silencio. La cama se movió cuando finalmente se arrastró en el colchón junto a mí,
y yo me puse rígida cuando su mano se posó en mi cadera.
—He faltado a una pelea esta noche —dijo—. Agustin llamó. No fui.
—¿Por qué? —dije volviéndome hacia él.
—Quería estar seguro de que volvías a casa.
Arrugué la nariz.
—No tienes que cuidar de mí.
Deslizó uno de sus dedos a lo largo de mi brazo produciéndome escalofríos.
—Lo sé. Supongo que todavía me siento mal por lo de la otra noche.
—Te dije que no me importaba.
Se apoyó en el codo con una expresión dudosa en la cara.
—¿Por eso estuviste durmiendo en el sillón? ¿Porque no te importaba?
—No podía dormirme después de que tus… amigas se fueran.
—Estabas durmiendo tranquilamente en el sillón. ¿Por qué no podías
dormir conmigo?
—¿Quieres decir junto a un tipo que todavía tenía el olor de un par de
busconas de bar que acababa de mandar a casa? ¡No sé! ¡Qué egoísta fui!
Pedro hizo un gesto de vergüenza.
—Ya te dije que lo sentía.
—Y yo dije que no me importaba. Buenas noches —respondí, antes de
darme media vuelta.
Pasaron unos momentos de silencio. Entonces, deslizó su mano por encima
de mi almohada y colocó su mano sobre la mía. Acarició la delicada piel de entre
mis dedos y luego apretó sus labios contra mi pelo.
—Y yo preocupado por que nunca volvieras a hablarme… Creo que es peor
tu indiferencia.
Mis ojos se cerraron.
—¿Qué quieres de mí, Pedro? No quieres que me preocupe por lo que
hiciste, pero quieres que me preocupe. Le dices a Rosario que no quieres salir
conmigo, pero te cabreas tanto cuando yo digo lo mismo que te marchas de casa
enfurecido y te emborrachas. Nada de lo que haces tiene sentido.
—¿Por eso le dijiste esas cosas a Rosario? ¿Porque yo había dicho que no
quería salir contigo?
Me rechinaron los dientes. Acababa de insinuar que estaba jugando con él.
Le respondí de la forma más directa que pude.
—No, quise decir lo que dije. Simplemente no tenía intención de que fuera
un insulto.
—Pues yo lo dije porque… —se rascó nerviosamente su corto pelo— no
quiero estropear nada. Ni siquiera sé cómo hacer para ser lo que te mereces. Solo
intentaba averiguarlo.
—Vale, muy bien, pero tengo que dormir. Tengo una cita esta noche.
—¿Con Adrian? —preguntó; su tono volvía a traicionar su mal humor.
—Sí. ¿Puedo dormir, por favor?
—Claro —dijo, saliendo bruscamente de la cama y dando un portazo tras de
sí al salir. El sillón crujió bajo su peso y luego el murmullo de voces de la televisión
llegó desde la sala. Cerré los ojos con fuerza e intenté calmarme lo suficiente para
adormilarme aunque solo fuera unas horas.
El despertador dio las tres de la tarde cuando abrí trabajosamente los ojos.
Agarré una toalla y mi bata, y me dirigí torpemente al baño. En cuanto cerré la
cortina de la ducha, la puerta se abrió y se cerró. Esperé a que alguien hablara pero
solo oí la tapa del inodoro golpeando la porcelana.
—¿Pedro?
—No, soy yo —dijo Rosario.
—¿Tienes que hacer pis aquí? Tienes tu propio baño.
—Valen ha estado allí más de media hora con la mierda de las cervezas. No
pienso entrar allí.
—Encantador.
—He oído que tienes una cita esta noche. ¡Pedro está cabreado! —canturreó.
—¡A las seis! Es tan dulce, Rosario. Es simplemente… —Mi voz se apagó en
un suspiro. Estaba muy efusiva y no es lo mío ser efusiva. Seguí pensando en lo
perfecto que había sido desde el momento en que nos habíamos conocido. Era
exactamente lo que necesitaba: el polo opuesto a Pedro.
—¿Te ha dejado sin habla? —dijo con una risita tonta.
Asomé la cabeza por la cortina.
—¡No quería volver a casa! ¡Podría haber estado hablando con él para
siempre!
—Suena prometedor. ¿Pero no le parece raro que estés aquí?
Metí la cabeza bajo el agua para enjuagarme la espuma.
—Ya se lo expliqué.
Sonó el ruido de la cadena del inodoro y del grifo que se abría haciendo que
el agua saliera fría por un momento. Grité y la puerta se abrió del todo.
—¿Paloma? —dijo Pedro.
Rosario se rio.
—Solo he tirado de la cadena, Pepe, cálmate.
—Oh. ¿Estás bien, Paloma?
—Estoy estupendamente. Sal. —La puerta se cerró de nuevo y suspiré—.
¿Es mucho pedir que haya pestillos en las puertas? —Rosario no contestó—.
¿Ro?
—Me sabe fatal que lo vuestro no cuajara. Eres la única chica que podría
haber… —suspiró—. En fin, no te preocupes. Ahora ya no importa.
Cerré el grifo y me envolví en una toalla.
—Están tan mal como él. Debe de ser una enfermedad…, aquí nadie tiene
sentido común. ¿Te acuerdas de lo mucho que te cabreaba su comportamiento?
—Lo sé —asintió.
Encendí el secador de pelo y comencé a acicalarme para mi cita con Adrian.

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