TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 30 de abril de 2014
CAPITULO 107
Pedro me acompañó a clase; en varias ocasiones tuvo que agarrarme con más fuerza cuando resbalaron mis pies en el hielo.
—Deberías andar con más cuidado —se burló él.
—Lo estoy haciendo a propósito. Qué bobo eres.
—Si quieres que te abrace, solo tienes que pedírmelo —dijo él, acercándome a su pecho.
Hacíamos caso omiso de los estudiantes que pasaban y de las bolas de nieve que volaban por encima de nosotros, mientras apretaba sus labios contra los míos.
Mis pies se separaron del suelo y siguió besándome, llevándome con facilidad por el campus. Cuando finalmente me dejó en el suelo delante de la puerta de mi clase,
sacudió la cabeza.
—Cuando preparemos nuestros horarios para el próximo semestre, sería más cómodo que tuviéramos más clases juntos.
—Lo tendré en cuenta —dije, dándole un último beso antes de dirigirme a mi asiento.
Levanté la mirada, y Pedro me dedicó una última sonrisa antes de encaminarse a su clase en el edificio de al lado. Los estudiantes que se hallaban a mi alrededor estaban tan habituados a nuestras desvergonzadas demostraciones
de afecto como su clase estaba acostumbrada a que él llegara unos minutos tarde.
Me sorprendió que el tiempo pasara tan rápidamente. Hice mi último examen del día y puse rumbo a Morgan Hall. Carla estaba sentada en su sitio habitual en la cama mientras yo rebuscaba entre mis cajones unas cuantas cosas que necesitaba.
—¿Te vas de la ciudad? —preguntó Carla.
—No, solo necesitaba unas cuantas cosas. Voy al edificio de Ciencias a recoger a Pepe y después me quedaré en su apartamento toda la semana.
—Me lo imaginaba —dijo ella, sin apartar los ojos del libro.
—Que tengas buenas vacaciones, Carla.
—Mmm.
El campus estaba casi vacío, solo quedaban unos pocos rezagados. Cuando doblé la esquina, vi a Pedro ya fuera, acabándose un cigarrillo. Llevaba un gorro de lana para taparse la cabeza afeitada y tenía la mano metida en el bolsillo de su chaqueta de cuero marrón oscuro desgastada. Expulsaba el humo por los orificios nasales, absorto en sus pensamientos y con la mirada clavada en el suelo. Hasta
que estuve a unos pocos metros de él, no me di cuenta de lo distraído que estaba.
—¿Qué te preocupa, cariño? —pregunté.
Él no levantó la mirada.
—¿Pedro?
Pestañeó cuando oyó mi voz y una sonrisa forzada sustituyó a la cara de preocupación.
—Hola, Paloma.
—¿Va todo bien?
—Ahora sí —dijo, acercándome hacia él.
—Está bien. ¿Qué ocurre? —respondí, con una ceja arqueada y el ceño fruncido para mostrar mi escepticismo.
—Es que tengo muchas cosas en la cabeza —suspiró él. Cuando me quedé a la expectativa, continuó—: Esta semana, la pelea, que estés allí.
—Ya te he dicho que me quedaría en casa.
—Necesito que estés allí, Paloma —dijo él, tirando el cigarrillo al suelo.
Estuvo observando cómo desaparecía en una profunda pisada en la nieve, y luego me cogió la mano y me llevó hacia el aparcamiento.
—¿Has hablado con Marcos? —pregunté.
Dijo que no con la cabeza.
—Estoy esperando a que me devuelva la llamada.
Rosario bajó la ventanilla y asomó la cabeza por el Charger de Valentin.
—¡Daos prisa! ¡Hace muchísimo frío!
Pedro sonrió y apretó el paso. Me abrió la puerta para que pudiera entrar.
Valentin y Rosario repitieron la misma conversación que tenían desde que ella se había enterado de que iba a conocer a sus padres; mientras tanto, yo observaba a
Pedro mirar por la ventanilla. Cuando nos detuvimos en el aparcamiento del apartamento, el teléfono de Pedro sonó.
—¿Qué cojones pasaba contigo, Marcos? —respondió—. Te he llamado hace cuatro horas. Tampoco se puede decir precisamente que te estés matando a trabajar. En fin, da igual. Escucha, necesito un favor. Tengo una pelea la semana que viene y necesito que vayas. No sé cuándo es, pero necesito que no tardes más de una hora en llegar allí a partir del momento en que te llame. ¿Podrás hacer eso
por mí? ¿Puedes o no, gilipollas? Porque necesito que no pierdas de vista a Paloma. Un cabrón le puso la mano encima la última vez y…, sí. —Su voz se volvió de un tono que daba miedo—. Me encargué de ello. ¿Así que si te llamo…? Gracias,Marcos.
Pedro apagó el teléfono y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.
—¿Más tranquilo? —preguntó Valentin, mirando a Pedro por el espejo retrovisor.
—Sí. No estaba seguro de cómo me las iba a apañar sin que tú estuvieras allí.
—Ya te lo he dicho… —empecé.
—Paloma, ¿cuántas veces tengo que repetirlo? —Me interrumpió con el ceño fruncido.
Sacudí la cabeza por su tono impaciente.
—Bueno, pero sigo sin entenderlo. Antes no me necesitabas.
Me acarició la mejilla ligeramente con los dedos.
—Antes no te conocía. Si no estás allí, no puedo concentrarme. Empiezo a preguntarme dónde estás, qué estás haciendo…, pero, si estás presente y puedo verte, me centro. Sé que es una locura, pero es así.
—Y la locura es exactamente lo que me gusta —dije, levantándome para darle un beso en los labios.
—Está claro —murmuró Rosario por lo bajo.
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