TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
miércoles, 30 de abril de 2014
CAPITULO 106
LAS semanas pasaron, y me sorprendí de lo rápidamente que las vacaciones de primavera se nos echaron encima. El esperado torrente de cotilleo y miradas había desaparecido, y la vida había regresado a la normalidad. Los sótanos de
Eastern no habían albergado una pelea desde hacía unas semanas. Agustin se esforzó por pasar desapercibido después de los arrestos que habían provocado preguntas sobre lo que había ocurrido exactamente esa noche, y Pedro cada vez estaba más irritable mientras esperaba su última pelea del año, la pelea que pagaría la mayoría de sus facturas del verano y las de buena parte del otoño.
Todavía había una capa gruesa de nieve en el suelo, y el viernes anterior a las vacaciones una última pelea de bolas de nieve se desencadenó en el césped cristalino. Pedro y yo caminábamos en zigzag por el hielo resbaladizo de camino a la cafetería, y me sujetaba con fuerza a su brazo, intentando evitar tanto las bolas de nieve como caerme al suelo.
—No te van a dar, Paloma. Son más listos que eso —dijo Pedro, apretando la nariz roja y fría contra mi mejilla.
—Su puntería no es sinónimo del miedo a tu mal genio, Pepe.
Me abrazó y frotó la manga de mi abrigo con su mano mientras me guiaba por el caos. Tuvimos que detenernos de golpe cuando un puñado de chicas gritaron al convertirse en el objetivo de los lanzamientos sin piedad del equipo de
béisbol. Cuando despejaron el camino, Pedro me llevó a salvo a la puerta.
—¿Lo ves? Te aseguré que lo lograríamos —dijo con una sonrisa.
Su buen humor se desvaneció cuando una firme bola de nieve estalló contra la puerta, justo entre nuestras caras. La mirada de Pedro escrutó el césped, pero los numerosos estudiantes que lanzaban en todas las direcciones sofocaron sus ansias por tomar represalias.
Tiró de la puerta para abrirla y observó la nieve que se fundía mientras caía por el metal pintado hasta el suelo.
—Vamos adentro.
—Buena idea —dije asintiendo.
Me llevó de la mano por el bufé libre y amontonó diferentes platos humeantes en una sola bandeja. La cajera ya no ponía su predecible cara de perplejidad de semanas antes, acostumbrada a nuestra rutina.
—Hola, Pau —me saludó Benjamin antes de guiñarle un ojo a Pedro—.¿Tenéis planes para la semana que viene?
—Nos quedamos aquí. Vendrán mis hermanos
dijo Pedro distraído,mientras organizaba nuestros almuerzos, repartiendo los pequeños platos de poliestireno delante de nosotros en la mesa.
—¡Voy a matar a David Lapinski! —anunció Rosario al acercarse, mientras se limpiaba la nieve del pelo.
—¡Un impacto directo! —se rio Valentin. Rosario le lanzó una mirada de advertencia y su risa se volvió nerviosa—. Quiero decir…, ¡qué capullo!
Nos reímos por la mirada de arrepentimiento que puso cuando la observó correr furiosa hacia el bufé, antes de seguirla rápidamente.
—Sí que lo ata en corto —dijo Benjamin con una mirada de disgusto.
—Rosario está un poco tensa —explicó Pedro—. Va a conocer a los padres de Valentin esta semana.
Benjamin asintió, levantando las cejas.
—Entonces…, van…
—Sí —dije, asintiendo a la vez que él.
—Es permanente.
—¡Vaya! —dijo Benjamin.
La estupefacción no desapareció de su cara mientras escogía su comida, y pude comprobar cómo lo embargaba la confusión. Todos éramos muy jóvenes, y Benjamin no podía acomodarse al compromiso de Valentin.
—Cuando llegue el momento, Benjamin, lo sabrás —dijo Pedro, sonriéndome.
El local bullía de emoción, tanto por el espectáculo del exterior como por lo rápido que se acercaban las últimas horas antes de las vacaciones. A medida que se iban ocupando los asientos, la charla constante creció hasta convertirse en un eco estruendoso, cuyo volumen iba en aumento conforme todo el mundo empezaba a hablar por encima del ruido.
Cuando Valentin y Rosario regresaron con sus bandejas, habían hecho las paces. Ella se acomodó risueña en el asiento vacío que había junto a mí, charlando sobre el inminente momento en el que conocería a sus suegros. Se iban esa misma tarde a su casa; la excusa perfecta para que Rosario tuviera una de sus famosas crisis.
La observé picotear de su pan mientras charlaba sobre hacer las maletas y cuánto equipaje podría llevar sin parecer pretenciosa, pero parecía aguantar bien.
—Ya te lo he dicho, cariño. Les vas a encantar. Te querrán tanto como te quiero yo —dijo Valentin, recogiéndole el pelo detrás de la oreja. Rosario respiró hondo y las comisuras de su boca se levantaron como siempre que él conseguía
tranquilizarla.
El teléfono de Pedro vibró, deslizándose unos centímetros por la mesa. Lo ignoró, pues le estaba contando a Benjamin la historia de nuestra primera partida de póquer con sus hermanos. Miré la pantalla y llamé la atención de Pedro con unas palmaditas en su hombro cuando leí el nombre.
—¿Pepe?
Sin disculparse, le dio la espalda a Benjamin y me concedió toda su atención.
—¿Sí, Paloma?
—Creo que quizá te interese coger esta llamada.
Bajó la mirada a su móvil y suspiró.
—O no.
—Podría ser importante.
Frunció la boca antes de llevarse el aparato a la oreja.
—¿Qué hay, Agustin? —Buscó con la mirada en la habitación, mientras escuchaba, asintiendo ocasionalmente.
—Esta es mi última pelea, Agustin. Todavía no estoy seguro. No pienso ir sin ella y Valen se va de la ciudad. Lo sé… Ya te he oído. Hum…, de hecho, no es mala idea.
Levanté las cejas al ver que se le iluminaban los ojos con la idea que le hubiera propuesto Agustin. Cuando Pedro colgó el teléfono, lo miré con expectación.
—Bastará para pagar el alquiler de los próximos ocho meses. Agustin ha conseguido a Juan Savage. Está intentando hacerse profesional.
—Nunca lo he visto pelear, ¿y tú? —preguntó Valentin, inclinándose hacia delante.
Pedro asintió.
—Solo una vez en Springfield. Es bueno.
—No lo suficiente —dije. Pedro se inclinó hacia delante y me besó en la frente con agradecimiento.
—Puedo quedarme en casa,Pepe.
—No —dijo él, sacudiendo la cabeza.
—No quiero que te peguen como la última vez porque estés preocupado por mí.
—No, Paloma.
—Te esperaré —dije, intentando parecer más feliz ante la idea de lo que me sentía en realidad.
—Le pediré a Marcos que venga. Es el único en el que confiaría para poder concentrarme en la pelea.
—Muchas gracias, capullo —gruñó Valentin.
—Oye, tuviste tu oportunidad —dijo Pedro, solo medio en broma.
Valentin ladeó la boca con disgusto. Seguía sintiéndose culpable por la noche de Hellerton. Estuvo disculpándose a diario conmigo durante semanas, pero su culpa por fin se volvió lo suficientemente manejable como para soportarla en
silencio. Rosario y yo intentamos convencerlo de que no era culpa suya, pero Pedro siempre le hacía sentir responsable.
—Valentin, no fue culpa tuya. Me lo quitaste de encima, ¿recuerdas? —dije, alargando el brazo alrededor de Rosario para darle una palmadita en el brazo.
Me volví hacia Pedro.
—¿Cuándo es la pelea?
—En algún momento de la semana que viene —dijo él, encogiéndose de hombros—. Quiero que vayas. Necesito que vayas.
Sonreí y apoyé la barbilla sobre su hombro.
—Entonces, allí estaré.
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