Rosario me saludó con la mano y se fue con Valentin, mientras yo me
encaminaba a la clase de la tarde. Entrecerré los ojos ante el resplandor del sol y
agarré las correas de mi mochila. Eastern era exactamente lo que yo esperaba;
desde las aulas más pequeñas hasta las caras desconocidas. Para mí era un nuevo
comienzo; finalmente podía ir caminando a algún sitio sin tener que aguantar los
susurros de quienes lo sabían todo, o creían saberlo, sobre mi pasado. Era igual
que los demás estudiantes de primero que se iban a clase con los ojos bien abiertos
y ansiosos por aprender; nada de miradas, rumores, lástima o reprobación. Solo la
impresión que yo quería causar:Paula Chaves, seria y vestida de cachemira.
Dejé la mochila en el suelo y me derrumbé en la silla antes de agacharme
para sacar mi portátil del bolso. Cuando me incorporé para dejarlo en la mesa,
Pedro se sentó a la mesa de al lado.
—Bien. Puedes tomar apuntes por mí —dijo.
Mordió el boli que llevaba en la boca y lució su mejor sonrisa.
Lo miré con desprecio.
—Ni siquiera estás en esta clase.
—Cómo que no. Suelo sentarme allí, al fondo —dijo, y señaló con la cabeza
la fila de arriba. Un pequeño grupo de chicas me miraba fijamente y vi una silla
vacía en medio.
—No voy a tomar apuntes por ti —aclaré mientras encendía el portátil.
Pedro se inclinó de tal manera que podía sentir su aliento sobre mi mejilla.
—Lo siento… ¿He dicho algo que te ofenda? —Suspiré y negué con la
cabeza—. Entonces, ¿qué problema tienes?
Mantuve la voz baja.
—No voy a acostarme contigo. Deberías dejarlo ya.
Una sonrisa cruzó lentamente su cara antes de hablar.
—No te he pedido que te acostaras conmigo. —Se quedó pensando,
mirando fijamente al techo—. ¿Verdad?
—No soy un clon de Barbie o una de tus groupies de allí —le dije mientras
echaba un vistazo a las chicas de atrás—. No me impresionas con tus tatuajes, tus
encantos o tu indiferencia estudiada. ¿Por qué no dejas ya tus numeritos?
—De acuerdo, Paloma. —Era totalmente inmune a mis cortes—. ¿Por qué no
te vienes con Rosario esta noche?
Me reí de su petición, pero él se acercó más.
—No intento pillar cacho contigo, solo quiero pasar el rato.
—¿Pillar cacho? ¿Cómo consigues acostarte con alguien si le hablas de esta
manera?
Pedro se echó a reír, sacudiendo la cabeza.
—Ven y ya está. Ni siquiera flirtearé contigo, te lo prometo.
—Me lo pensaré.
El profesor Chaney entró pausadamente, y Pedro volvió la mirada al frente
del aula. Una sonrisa esbozada, que permanecía en su rostro, le marcaba un
hoyuelo en la mejilla. Cuanto más sonreía, más ganas tenía de odiarlo y, aun así,
eso era precisamente lo que me hacía imposible odiarlo.
—¿Alguien sabe decirme qué presidente tenía una mujer bizca que padecía
de feítis aguda? —preguntó Chaney.
—Asegúrate de tenerlo apuntado —susurró Pedro—, me hará falta para las
entrevistas de trabajo.
—¡Shhh! —dije mientras tecleaba cada palabra de Chaney.
Pedro sonreía, relajado en su silla. Durante el tiempo que duró la clase,
bostezaba o se apoyaba en mi brazo para mirar la pantalla. Traté de ignorarlo con
todas mis fuerzas, pero su proximidad y los músculos abultados de su brazo me lo
ponían difícil. Después, se puso a juguetear con la pulsera de cuero negro de su
muñeca hasta que Chaney nos dejó marchar. Salí corriendo por la puerta y
atravesé el pasillo. Justo cuando ya me sentía a una distancia segura, Pedro Alfonso apareció a mi lado.
—¿Te lo has pensado? —preguntó mientras se colocaba las gafas de sol.
Una chica morena se plantó delante de nosotros, con los ojos como platos y
llenos de esperanza.
—Hola, Pedro —canturreó, mientras jugaba con su pelo.
Me detuve, intentando esquivar su voz melosa, y se fue andando después
de rodearla. Ya la había visto antes, hablando de manera normal en las zonas
compartidas de los dormitorios de las chicas: Morgan Hall. Su tono de voz
entonces parecía mucho más maduro y me pregunté por qué creería que a Pedro le
parecería atractiva esa vocecita de niña. Balbuceó en una octava un poco más alta,
hasta que él volvió a ponerse a mi lado.
Después de sacar un mechero del bolsillo, se encendió un cigarrillo y soltó
una espesa nube de humo.
—¿Por dónde iba? Ah, sí…, estabas pensando.
Hice una mueca.
—¿De qué estás hablando?
—¿Has decidido si vas a venir?
—Si digo que sí, ¿dejarás de seguirme?
Consideró mi condición y después asintió.
—Sí.
—Entonces iré.
—¿Cuándo?
Solté un suspiro.
—Esta noche. Iré esta noche.
Pedro sonrió y se detuvo en seco.
—Genial, nos vemos luego, Palomita.
Doblé la esquina y me encontré a Rosario de pie con Jeronimo, fuera de
nuestro dormitorio. Los tres habíamos acabado en la misma mesa en la sesión de
orientación para los estudiantes de primer año, y sabía que sería la tercera rueda
de nuestra bien engrasada máquina. No era excesivamente alto, pero aun así
superaba mi metro sesenta y pico. Tenía unos ojos redondos que compensaban sus
rasgos finos, y normalmente llevaba el pelo decolorado peinado con una cresta
hacia delante.
—¿Pedro Alfonso? Por Dios,Pau, ¿desde cuándo te aventuras por aguas
tan peligrosas? —dijo Jero con mirada de desaprobación.
Rosario se sacó el chicle de la boca formando un largo hilo.
—Si intentas ahuyentarlo solo vas a empeorar las cosas. No está
acostumbrado a eso.
—¿Y qué me sugieres que haga? ¿Acostarme con él?
Rosario se encogió de hombros.
—Ahorraría tiempo.
—Le he dicho que iría a su casa esta noche
Jeronimo y Rosario intercambiaron miradas.
—¿Qué?
—Me prometió que dejaría de darme la lata si decía que sí. Tú estarás en su
casa esta noche, ¿no?
—Pues sí —dijo Rosario—. ¿De verdad vas a venir?
Sonreí, y los dejé para entrar en los dormitorios, preguntándome si Pedro
haría honor a su promesa de no flirtear conmigo. No era difícil calarlo; o bien me
veía como un reto o como lo suficientemente poco atractiva como para ser una
buena amiga. No estaba segura de qué opción me molestaba más.
Cuatro horas después, Rosario llamó a mi puerta para llevarme a casa de
Valentin y Pedro. Cuando salí al pasillo, no se contuvo.
—¡Puf, Pau! ¡Pareces una sin techo!
—Bien —dije, sonriendo por mi conjunto.
Llevaba el pelo recogido en la parte superior de la cabeza en un moño
descuidado. Me había quitado el maquillaje y me había cambiado las lentillas por
gafas de montura negra rectangular. Llevaba una camiseta raída y pantalones de
chándal, y andaba con un par de chanclas. Unas horas antes se me había ocurrido
que lo mejor, en cualquier caso, era ir lo menos atractiva posible. Si todo iba según
lo previsto, las ansias de Pedro se calmarían al instante y dejaría a un lado su
ridícula persistencia. Si buscaba ser mi colega, seguiría siendo demasiado joven
para dejarse ver conmigo.
Rosario bajó la ventanilla y escupió el chicle.
—Está tan claro lo que haces… ¿Por qué no te revuelcas directamente en
mierda de perro para completar tu vestimenta?
—No intento impresionar a nadie —dije.
—Obviamente.
Nos detuvimos en el aparcamiento del complejo de apartamentos de
Valentin, y seguí a Rosario hasta las escaleras. Valentin abrió la puerta y se rio
cuando entré.
—¿Qué te ha pasado?
—Intenta estar poco impresionante —dijo Rosario.
Rosario siguió a Valentin a su habitación. La puerta se cerró y me quedé
sola; me sentía fuera de lugar. Me acomodé en el sillón reclinable que estaba más
cerca de la puerta y me quité las chanclas.
muy buenos los capítulos,seguí subiendo!!!
ResponderEliminarBuenísimos los 3 caps. Ya leí la hsitoria original pero pienso recordarla con esta adaptación.
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