TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
sábado, 29 de marzo de 2014
CAPITULO 2
Rosario me acompañó hasta mi cuarto y luego se burló de Carla, mi
compañera de habitación. Enseguida me quité la rebeca ensangrentada y la arrojé
al cesto de ropa sucia.
—Qué asco. ¿Dónde has estado? —preguntó Carla desde su cama.
Miré a Rosario, quien se encogió de hombros.
—Ha sangrado por la nariz. ¿Nunca has visto uno de los famosos sangrados
de nariz de Pau? —Carla se puso las gafas y negó con la cabeza—. Seguro que lo
harás.
Me guiñó un ojo y luego cerró la puerta tras ella.
Menos de un minuto después, sonó mi móvil. Como de costumbre, Rosario
me enviaba un SMS a los pocos segundos de habernos despedido.
m kedo cn Valen, t veo mñn reina dl ring
Le eché una ojeada a Carla, quien me miraba como si mi nariz fuera a
chorrear de un momento a otro.
—Era broma —le dije.
Carla asintió con indiferencia y luego bajó la mirada hacia los libros
desordenados sobre su colcha.
—Creo que voy a darme una ducha —dije mientras cogía una toalla y mi
neceser.
—Avisaré a los medios de comunicación —ironizó Carla, sin levantar la
cabeza.
Al día siguiente, Valentin y Rosario comieron conmigo. Yo tenía toda la
intención de sentarme sola, pero, a medida que los estudiantes empezaron a llenar
la cafetería, tanto los compañeros de fraternidad de Valentin como los del equipo
de fútbol ocuparon las sillas a mi alrededor. Algunos de ellos habían estado en la
pelea, pero ninguno mencionó mi experiencia al borde del cuadrilátero.
—Valen —llamó una voz de paso.
Valentin asintió con la cabeza; Rosario y yo nos dimos la vuelta y vimos a
Pedro mientras tomaba asiento al final de la mesa. Dos exuberantes rubias de bote
con camisetas de Sigma Kappa lo seguían. Una de ellas se sentó en el regazo de
Pedro, mientras que la otra se sentó junto a él y aprovechó para toquetearle la
camisa.
—Me están entrando ganas de vomitar —murmuró Rosario.
La rubia del regazo de Pedro se volvió hacia ella.
—Te he oído, guarra.
Rosario agarró su bocadillo, lo lanzó al otro lado de la mesa y estuvo a
punto de alcanzar la cara de la chica. Antes de que esta pudiera decir una palabra
más, Pedro relajó las rodillas y la mandó directa al suelo.
—¡Ay! —chilló ella, levantando la mirada hacia Pedro.
—Rosario es amiga mía. Tendrás que buscarte otro regazo, Lore.
—¡Pedro! —gimió la chica mientras se ponía de pie.
Pedro volvió su atención al plato, ignorándola. Ella miró a su hermana y
resopló, luego las dos se fueron cogidas de la mano. Como si nada hubiese pasado,
Pedro le guiñó el ojo a Rosario y engulló otro bocado. Fue entonces cuando me di
cuenta de un pequeño corte en su ceja. Intercambió miradas con Valentin y después
se puso a hablar con un chico del equipo de fútbol que tenía enfrente.
Cuando la mesa se despejó, Rosario, Valentin y yo nos quedamos a hablar
sobre los planes para el fin de semana. Pedro se levantó para irse, pero se detuvo
en la cabecera de nuestra mesa.
—¿Qué? —preguntó Valentin en voz alta, llevándose una mano al oído.
Traté de ignorarlo todo lo que pude, pero, cuando levanté la mirada, Pedro
tenía los ojos clavados en mí.
—Ya la conoces, Pepe. ¿Te acuerdas de la mejor amiga de Rosario? Estaba
con nosotros anoche —dijo Valentin.
Pedro me sonrió con la que supuse que debía de ser su sonrisa más
encantadora. Rezumaba sexo y rebeldía con su pelo corto y castaño y los brazos
tatuados, y yo puse los ojos en blanco frente a su intento de seducción.
—¿Desde cuándo tienes una mejor amiga, Ro? —preguntó Pedro.
—Desde tercero de secundaria —contestó ella, apretando los labios mientras
sonreía hacia mí.
—¿No te acuerdas, Pedro? Le estropeaste la chaqueta.
Pedro sonrió.
—Estropeo mucha ropa.
—Asqueroso —murmuré.
Pedro giró la silla vacía a mi lado y se sentó, apoyando los brazos delante.
—Así que tú eres Paloma, ¿eh?
—No —dije bruscamente—, tengo un nombre.
El modo en que me dirigía a él parecía divertirlo, y eso solo hizo que me
enfadara más.
—¿Ah sí? ¿Y cuál es? —preguntó.
Lo ignoré y di un mordisco al último trozo de manzana que me quedaba.
—Entonces te llamas Paloma —dijo, encogiéndose de hombros.
Miré a Rosario y luego me volví hacia Pedro.
—Oye, estoy tratando de comer.
Pedro respondió al desafío que le había lanzado poniéndose más cómodo.
—Me llamo Pedro. Pedro Alfonso.
Puse los ojos en blanco.
—Sé quién eres.
—Lo sabes, ¿eh? —dijo Pedro, levantando la ceja herida.
—No te hagas ilusiones. Es difícil no enterarse cuando hay cincuenta
borrachos gritando tu nombre.
Pedro se incorporó un poco.
—Eso me pasa a menudo.
Volví a poner los ojos en blanco y Pedro se echó a reír.
—¿Tienes un tic?
—¿Un qué?
—Un tic. Tus ojos no dejan de dar vueltas. —Se rio de nuevo cuando lo
fulminé con la mirada—. Aunque lo cierto es que tienes unos ojos alucinantes
—dijo, inclinándose a escasos centímetros de mi cara—. A ver… ¿De qué color
son? ¿Grises?
Bajé la mirada al plato, dejando que los largos mechones de mi pelo color
caramelo formaran una cortina entre nosotros. No me gustaba cómo me hacía
sentir al estar tan cerca. No quería ser como todas esas chicas de Eastern que se
ponían coloradas en su presencia. No quería que, de ninguna manera, tuviera ese
efecto sobre mí.
—Ni lo sueñes, Pedro. Es como si fuera mi hermana —le advirtió Rosario.
—Cariño —dijo Valentin—, acabas de decirle que no lo haga. Ahora no va a
parar.
—No eres su tipo —continuó ella, ignorando a su novio.
Pedro fingió estar ofendido.
—¡Soy el tipo de todas!
Miré hacia él y sonreí.
—¡Ah! Una sonrisa. Al final, no seré un cabrón de cojones —dijo guiñando
un ojo—. Ha sido un placer conocerte, Paloma.
Dio una vuelta alrededor de la mesa y se inclinó hacia el oído de Rosario.
Valentin le lanzó una patata frita a su primo.
—¡Aparta tus labios de la oreja de mi chica, Pepe!
—¡Solo estoy estableciendo contacto!
Pedro retrocedió, con las manos arriba y gesto inocente. Unas chicas lo
siguieron, soltando risitas y pasándose los dedos por el pelo para llamar su
atención. Él les abrió la puerta y ellas casi chillaron de placer.
Rosario se echó a reír.
—Oh, no. Estás en apuros, Pau.
—¿Qué te ha dicho? —pregunté, desconfiada.
—Quiere que la lleves a casa, ¿verdad? —dijo Valentin.
Rosario asintió y él negó con la cabeza.
—Eres una chica inteligente,Pau. Ahora bien, si caes en su puto juego y
acabas cabreándote con él, no la pagues conmigo o con Rosario, ¿vale?
Sonreí.
—A mí no me pasará, Valen. ¿Acaso me has tomado por uno de esos clones
de Barbie?
—No, a ella no le va a pasar —le aseguró Rosario, tocándole el brazo.
—No sería la primera vez, Ro. ¿Sabes cuántas veces me ha jodido las
cosas por acostarse con la mejor amiga de alguien? De pronto salir conmigo es un
conflicto de intereses, ¡porque sería confraternizar con el enemigo! Te lo advierto,
Pau—dijo mirándome—, no le pidas a Ro que deje de verme porque te creas
las gilipolleces de Pepe. Date por avisada.
—No hacía falta, pero te lo agradezco —dije.
Intenté tranquilizarlo con una sonrisa, pero su pesimismo era el resultado
de años de decepciones causadas por las jugarretas de Pedro.
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