TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 30 de marzo de 2014
CAPITULO 4
Estéticamente, su apartamento era más agradable que el típico piso de
solteros. En las paredes estaban colgados los predecibles pósteres de mujeres
medio desnudas y letreros de calles robados, pero estaba limpio, los muebles eran
nuevos y no olía ni a cerveza putrefacta ni a ropa sucia.
—Ya iba siendo hora de que aparecieras —dijo Pedro, mientras se dejaba
caer en el sofá.
Sonreí, me subí las gafas sobre la nariz y esperé a que él se burlara de mi
aspecto.
—Rosario tenía que acabar un trabajo.
—Hablando de trabajos, ¿has empezado ya el de Historia? —Mi pelo
enmarañado ni siquiera le hizo pestañear, y fruncí el ceño por su reacción.
—¿Tú sí?
—Lo he acabado esta tarde.
—No hay que entregarlo hasta el miércoles que viene —dije, sorprendida.
—Pues yo acabo de rematarlo. ¿Qué dificultad hay en un ensayo de dos
páginas sobre Grant?
—Supongo que yo lo dejo todo para el último momento —admití,
encogiéndome de hombros. Probablemente no lo empiece hasta el fin de semana.
—Bueno, si necesitas ayuda, no tienes más que decírmelo.
Esperé a que se riera o diera alguna señal de que estaba bromeando, pero lo
decía con sinceridad.
Levanté una ceja.
—¿Tú vas a ayudarme con ese artículo?
—Tengo un sobresaliente en esa asignatura —dijo él, un poco ofendido por
mi incredulidad.
—Tiene sobresalientes en todas sus asignaturas. Es un puñetero genio. Lo
odio —dijo Valentin, mientras conducía a Rosario al salón de la mano.
Observé a Pedro con una expresión de duda y levantó las cejas.
—¿Qué? ¿Acaso crees que un tío cubierto de tatuajes y que pega puñetazos
para ganarse la vida no puede sacar buenas notas? No estoy en la universidad
porque no tenga nada mejor que hacer.
—Entonces, ¿por qué tienes que pelear? ¿Por qué no intentaste pedir una
beca? —pregunté.
—Lo hice, y me concedieron la mitad de la matrícula, pero hay libros, gastos
diarios y tengo que pagar la otra mitad en algún momento. Lo digo en serio,
Paloma. Si necesitas ayuda con algo, no tienes más que pedírmelo.
—No necesito que me ayudes. Sé escribir un ensayo.
Quería dejarlo así. Debería haberlo hecho, pero aquella nueva faceta suya
que se había revelado me picaba la curiosidad.
—¿Y no puedes encontrar otro modo de ganarte la vida? Menos, no sé,
¿sádico?
Pedro se encogió de hombros.
—Es una forma fácil de ganarse la vida. No puedo ganar tanto dinero en el
centro comercial.
—No diría que encajar golpes en la cara sea fácil.
—¿Cómo? ¿Te preocupas por mí? —preguntó, parpadeando por la sorpresa.
Torcí el gesto y él se rio.
—No me alcanzan muy a menudo. Si intentan pegarme, me muevo. No es
tan difícil.
Solté una carcajada.
—Actúas como si nadie más hubiera llegado a esa conclusión.
—Cuando doy un puñetazo, lo encajan e intentan responder. Así no se
ganan las peleas.
Puse los ojos en blanco.
—¿Quién eres? ¿Karate Kid? ¿Dónde aprendiste a pelear?
Valentin y Rosario se miraron y agacharon la cabeza. No tardé mucho en
darme cuenta de que había metido la pata.
Pedro no parecía afectado.
—Mi padre tenía problemas con la bebida y mal carácter, y además mis
cuatro hermanos mayores llevaban el gen cabrón.
—¡Oh! —Me ardían las orejas.
—No te avergüences, Paloma. Papá dejó de beber y mis hermanos crecieron.
—No me avergüenzo —dije, mientras jugueteaba con los mechones sueltos
de pelo y decidía arreglármelo y hacerme otro moño, para intentar ignorar el
incómodo silencio.
—Me gusta el estilo natural que llevas hoy. Las chicas no suelen aparecer así
por aquí.
—Me obligaste a venir. Y además no pretendía impresionarte —dije,
molesta porque mi plan hubiera fallado.
Puso su sonrisa de niño pequeño, y aumenté mi enfado en un grado con la
esperanza de disimular mi incomodidad. No sabía cómo se sentían la mayoría de
las chicas con él, pero había visto cómo se comportaban. Yo estaba experimentando
una sensación más cercana a la náusea y a la desorientación que al enamoramiento
tonto, y cuanto más intentaba él hacerme sonreír, más incómoda me sentía yo.
—Ya estoy impresionado. Normalmente no tengo que suplicar a las chicas
que vengan a mi apartamento.
—Claro —dije, torciendo el gesto por el asco.
Era el peor tipo de petulante. No solo era descaradamente consciente de su
atractivo, sino que estaba tan acostumbrado a que las mujeres se le lanzaran al
cuello que mi comportamiento distante le resultaba refrescante en lugar de un
insulto. Tendría que cambiar de estrategia.
Rosario señaló la televisión y la encendió.
—Dan una buena peli esta noche. ¿Alguien quiere descubrir dónde está
Baby Jane?
Pedro se levantó.
—Justo ahora pensaba salir a cenar. ¿Tienes hambre, Paloma?
—Ya he comido —respondí indiferente.
—No, qué va —dijo Rosario antes de darse cuenta de su error—. Oh…,
eh…, es verdad, olvidaba que te has zampado una… ¿pizza? antes de irnos.
Puse una mueca de exasperación ante su deprimente intento de arreglar su
metedura de pata y esperé la reacción de Pedro. Cruzó la habitación y abrió la
puerta.
—Vamos, tienes que estar hambrienta.
—¿Adónde vas?
—Adonde tú quieras. Podemos ir a una pizzería.
Bajé la mirada a mi ropa.
—La verdad es que no voy vestida apropiadamente.
Se detuvo un momento a evaluarme y después se rio.
—Estás bien. Vámonos. Me muero de hambre.
Me levanté y me despedí de Rosario con la mano, adelantando a Pedro
para bajar las escaleras. Me detuve en el aparcamiento, observando con horror
cómo cogía una moto de color negro mate.
—Uf… —solté, encogiendo los dedos de los pies desnudos.
Me lanzó una mirada.
—Venga, sube. Iré despacio.
—¿Qué es eso? —pregunté, leyendo demasiado tarde lo que ponía en el
depósito de combustible.
—Es una Harley Night Rod. Es el amor de mi vida, así que no arañes la
pintura cuando te subas.
—¡Pero si llevo chanclas!
Pedro se quedó mirando como si hablara en algún idioma extranjero.
—Y yo botas, ¡venga, sube!
Se puso las gafas de sol, y el motor rugió cuando le infundió vida. Me subí y
busqué detrás de mí algún sitio al que agarrarme, pero mis dedos se deslizaron
desde el cuero a la tapa de plástico de la luz trasera.
Pedro me cogió de las muñecas y me hizo abrazarlo por la cintura.
—No hay nada a lo que agarrarse, solo yo, Paloma. No te sueltes —dijo al
tiempo que empujaba la moto hacia atrás con los pies.
Con un giro de muñeca, puso rumbo hacia la calle y salió despedido como
un cohete. Los mechones de pelo que llevaba sueltos me golpearon la cara, y me
agaché detrás de Pedro, sabiendo que acabaría con bichos aplastados en las gafas
si miraba por encima de su hombro.
Pisó el acelerador al llegar al camino del restaurante y, en cuanto se detuvo,
no tardé ni un minuto en bajar a la seguridad del cemento.
—¡Estás chiflado!
Pedro se rio mientras apoyaba la moto sobre su soporte antes de desmontar.
—Pero si he respetado el límite de velocidad…
—¡Sí, si hubiéramos ido por una autopista! —dije, mientras me soltaba el
moño para deshacerme los enredones con los dedos.
Pedro observó cómo me retiraba el pelo de la cara y después se encaminó
hacia la puerta y la mantuvo abierta.
—No dejaría que te pasara nada malo, Paloma.
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