TRILOGIA:LA PRIMER PARTE CONTADA POR PAULA,LA SEGUNDA POR PEDRO Y LA TERCERA EN UN MOMENTO ESPECIFICO DE SUS VIDAS
domingo, 30 de marzo de 2014
CAPITULO 5
Entré furiosa en el restaurante, aunque mi cabeza todavía no se había
sincronizado con los pies. El aire se llenó de olor a grasa y hierbas aromáticas
cuando lo seguí por la moqueta roja salpicada de migas de pan. Eligió una mesa
con bancos en la esquina, lejos de los grupos de estudiantes y familias, y después
pidió dos cervezas. Eché un vistazo al local: observé a los padres obligar a sus
bulliciosos hijos a comer y esquivé las inquisitivas miradas de los estudiantes de
Eastern.
—Claro, Pedro —dijo la camarera, apuntando nuestras bebidas.
Parecía un poco alterada por su presencia cuando regresó a la cocina.
Repentinamente avergonzada por mi apariencia, me recogí detrás de las orejas los
mechones de pelo que el viento había hecho volar.
—¿Vienes aquí a menudo? —pregunté mordazmente.
Pedro apoyó los codos en la mesa y clavó sus ojos marrones en los míos.
—Y bien, ¿cuál es tu historia, Paloma? ¿Odias a los hombres en general, o
solo a mí?
—Creo que solo a ti —gruñí.
Soltó una carcajada: mi mal humor le divertía.
—No consigo acabar de entenderte. Eres la primera chica a la que le he dado
asco antes de acostarse conmigo. No te aturullas cuando hablas conmigo ni
intentas atraer mi atención.
—No es ningún tipo de treta. Simplemente no me gustas.
—No estarías aquí si no te gustara.
Mi entrecejo se relajó involuntariamente y suspiré.
—No he dicho que seas mala persona. Simplemente no me gusta que
saquen conclusiones de cómo soy por el mero hecho de tener vagina.
Centré mi atención en los granos de sal que había sobre la mesa hasta que oí
que Pedro se atragantaba.
Abrió los ojos como platos y se agitó con carcajadas que parecían aullidos.
—¡Oh, Dios mío! ¡Me estás matando! Ya está. Tenemos que ser amigos. Y no
acepto un no por respuesta.
—No me importa que seamos amigos, pero eso no implica que tengas que
intentar meterte en mis bragas cada cinco segundos.
—No vas a acostarte conmigo. Lo pillo. —Intenté no sonreír, pero fracasé. Se
le iluminó la mirada—. Tienes mi palabra. Ni siquiera pensaré en tus bragas…, a
menos que quieras que lo haga.
Hinqué los codos en la mesa y apoyé mi peso en ellos.
—Y eso no pasará, así que podemos ser amigos.
Una sonrisa traviesa afiló sus rasgos mientras se acercaba un poco más.
—Nunca digas de esta agua no beberé.
—Bueno, ¿y cuál es tu historia? —pregunté—. ¿Siempre has sido Pedro
Perro Loco Alfonso, o te bautizaron así cuando llegaste aquí?
Hice un gesto con dos dedos de cada mano para marcar unas comillas
cuando dije su apodo, y por primera vez su confianza flaqueó. Parecía un poco
avergonzado.
—No. Agustin empezó con eso después de mi primera pelea.
Sus respuestas cortas comenzaban a fastidiarme.
—¿Ya está? ¿No vas a contarme nada más sobre ti?
—¿Qué quieres saber?
—Lo normal. De dónde eres, qué quieres ser cuando seas mayor…, cosas
así.
—He nacido aquí y aquí me he criado. Y estoy especializándome en justicia
criminal.
Con un suspiro, desenvolvió los cubiertos y los puso al lado de su plato.
Miró por encima del hombro, con la mandíbula tensa. A dos mesas de distancia, el
equipo de fútbol de Eastern estalló en carcajadas, y Pedro pareció molestarse por
el objeto de sus risas.
—Estás de broma —dije sin poder creer lo que había dicho.
—No, soy de aquí —dijo él, distraído.
—Me refiero a tu licenciatura. No pareces el tipo de chico que se especializa
en derecho penal.
Juntó las cejas, repentinamente centrado en nuestra conversación.
—¿Por qué?
Repasé los tatuajes que le cubrían el brazo.
—Diré simplemente que no te pega lo de derecho penal.
—No me meto en problemas… la mayor parte del tiempo. Papá era bastante
estricto.
—¿Y tu madre?
—Murió cuando yo era niño —comentó, con total naturalidad.
—Lo… lo siento —dije, sacudiendo la cabeza.
Su respuesta me pilló desprevenida. Rechazó mi simpatía.
—No la recuerdo. Mis hermanos sí, pero yo solo tenía tres años cuando
murió.
—Cuatro hermanos, ¿eh? ¿Cómo los distinguías?
—Los distinguía según quién golpeaba más fuerte, que resultó coincidir con
el orden de sus edades. Pablo, los gemelos… Manuel y Nahuel, y después, Marcos.
Es mejor que nunca te quedes a solas en una habitación con Manuel y Nahuel. Aprendí
de ellos la mitad de lo que hago en el Círculo. Marcos era el más pequeño, pero
también el más rápido. Ahora es el único que podría darme un puñetazo.
Sacudí la cabeza, aturdida por la idea de cinco a Pedros correteando por una
sola casa.
—¿Y todos llevan tatuajes?
—Sí, menos Pablo. Trabaja como ejecutivo en California.
—¿Y tu padre? ¿Dónde está?
—Anda por aquí —dijo él.
Volvía a apretar las mandíbulas, cada vez más irritado con el equipo de
fútbol.
—¿De qué se ríen? —le pregunté, señalando la ruidosa mesa. Sacudió la
cabeza. Era evidente que no quería compartirlo. Me crucé de brazos, sin saber
cómo estar en mi asiento, nerviosa por lo que estarían diciendo que tanto le
molestaba—. Dímelo.
—Se están riendo de que te haya traído a comer, primero. No suele ser… mi
rollo.
—¿Primero? —Cuando caí en la cuenta de a qué se refería, Pedro se rio de
mi expresión. Entonces, hablé sin pensar—. Yo, que temía que se estuvieran riendo
de que te vieran con alguien vestido así…, y resulta que piensan que me voy a
acostar contigo —farfullé.
—¿Por qué no iban a tener que verme contigo?
—¿De qué estábamos hablando? —pregunté, intentando ocultar el calor que
sentía en las mejillas.
—De ti. ¿En qué te vas a especializar? —preguntó él.
—Oh, eh…, por ahora estoy con las asignaturas comunes. Todavía no me he
decidido, pero me inclino hacia la Contabilidad.
—Pero no eres de aquí.
—No, soy de Wichita. Igual que Rosario.
—¿Y cómo acabaste aquí si vivías en Kansas?
Tiré de la punta de la etiqueta de mi botella de cerveza.
—Simplemente tuvimos que escaparnos.
—¿De qué?
—De mis padres.
—Ah. ¿Y Rosario? ¿También tiene problemas con sus padres?
—No, Sebastian y Patricia son geniales. Prácticamente me criaron. En cierto modo,
me siguió; no quería que viniera aquí sola.
Pedro asintió.
—Bueno, ¿y por qué Eastern?
—¿A qué viene este tercer grado? —dije.
Las preguntas estaban pasando de lo trivial a lo personal y empezaba a
sentirme incómoda.
Varias sillas se entrechocaron cuando el equipo de fútbol dejó sus asientos.
Soltaron un último chiste antes de empezar a caminar hacia la puerta. Cuando
Pedro se levantó, rápidamente apretaron el paso. Los que estaban al final del
grupo empujaron a los de delante para escapar antes de que Pedro cruzara el local.
Volvió a sentarse, obligándose a dejar de lado la frustración y el enfado.
Levanté una ceja.
—Ibas a decirme por qué elegiste Eastern —me apremió.
—Es difícil de explicar —respondí, encogiéndome de hombros—. Supongo
que me pareció una buena opción.
Sonrió al abrir el menú.
—Sé a qué te refieres.
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