Paula
Después de un largo abrazo, Sebastian me sonrió. —Estás hermosa. Estoy muy orgulloso de ti, cariño.
—Gracias por entregarme —dije, un poco avergonzada.
Pensar en todo lo que él y Patricia habían hecho por mí hizo que lágrimas cálidas llenaran mis ojos.
Parpadeé para desaparecerlas antes de que rodaran por mis mejillas.
Sebastian besó mi frente. —Tenemos la bendición de tenerte en nuestras vidas, pequeña.
La música comenzó, haciendo que Sebastian me ofreciera su brazo. Lo acepté y caminamos por el pequeño pasillo cubierto de gruesos árboles floreciendo.
Rosario estuvo preocupada de que lloviera, pero el cielo se encontraba casi despejado, los rayos del son nos bañaban.
Sebastian me guió hasta el final de los árboles y luego giramos, de pie justo detrás de Carla, Harmony, Cami y Rosario. Todas excepto Rosario estaban vestidas de morado, con minivestidos sin tirantes. Mi mejor amiga vestía de naranja. Todas se veían absolutamente hermosas.
Carla me ofreció una pequeña sonrisa. —Supongo que el hermoso desastre se convirtió en una hermosa boda.
—Los milagros ocurren —dije, recordando la conversación que ella y yo tuvimos en lo que parecía hace toda una vida.
Carla rió una vez, asintió y luego apretó el pequeño ramo de rosas con sus manos. Rodeó la esquina, desapareciendo detrás de los árboles. Pronto siguió Harmony, luego Cami.
Llegó el turno de Rosario, envolvió su brazo alrededor de mi cuello. —¡Te amo! —dijo abrazándome fuertemente.
Sebastian apretó su agarre, yo hice lo mismo con mi ramo.
—Aquí vamos, pequeña.
Doblamos la esquina, y el pastor les indicó a todos que se pusieran de pie.
Vi los rostros de mis amigos y mi nueva familia, pero no fue hasta que vi las mejillas húmedas de Horacio Alfonso que contuve la respiración. Luché por mantener el control.
Pedro se acercó a mí. Sebastian posó su mano sobre las nuestras. Me sentí tan segura en ese momento, en manos de los dos mejores hombres que conocía.
—¿Quién entrega a esta mujer? —preguntó el pastor.
—Su madre y yo. —Las palabras me sorprendieron. Sebastian había estado ensayando con Patricia y conmigo toda la semana. Después de escuchar eso no podía contener las lágrimas, mis ojos se llenaron y desbordaron.
Sebastian besó mi mejilla, se alejó y yo me quedé allí con mi marido. Era la primera vez que lo veía con esmoquin. Estaba bien afeitado y se había cortado el cabello recientemente.
Pedro Alfonso era el tipo de chico atractivo que cada chica
soñaba, pero él era mi realidad.
Pedro limpió tiernamente mis mejillas, y luego subimos a la plataforma de la glorieta, directamente en frente del pastor.
—Nos hemos reunido aquí para celebrar la renovación de votos… — comenzó el pastor. Su voz se mezcló con el sonido del océano golpeando las rocas en el fondo.
Pedro se inclinó hacia mí, apretando mi mano mientras susurró—: Feliz aniversario, Paloma.
Miré hacia sus ojos, tan llenos de amor y esperanza como lo estuvieron el año pasado. —Uno menos, un por siempre por venir —susurré.
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