martes, 10 de junio de 2014

CAPITULO 241




Pedro  


Un año después del día que estuve al final de un pasillo en Las Vegas, me encontré esperando a Paula nuevamente, esta vez en un mirador con vista a las aguas azules que rodeaban St. Thomas. Tiré del nudo de mi corbata, complacido de que fui lo suficientemente inteligente de no haber usado una la última vez, pero ya no tenía que lidiar con los planes de boda de Rosario nuevamente.


Sillas blancas con listones color naranja y morado atados alrededor del respaldo estaban a un lado, el océano del otro. 


Tela blanca bordeaba el pasillo por el cual caminaría Paula, y flores anaranjadas y moradas se encontraban prácticamente en todas partes a donde miraba. Hicieron un lindo trabajo. 


Aunque seguía prefiriendo nuestra primera boda, este parecía el sueño de cualquier chica.


Y luego, el sueño de cualquier chico salió detrás de una hilera de árboles y arbustos. Paula estaba allí sola, con las manos vacías, un velo largo y blanco sobre su cabello recogido que se movía con la brisa del Caribe. Su largo vestido blanco se
ceñía a su cuerpo y era un poco brillante. Probablemente satín. No estaba seguro y no me importaba. Todo en lo que me podía concentrar era en ella.  


Salté los cuatro escalones de la glorieta y corrí hacia mi esposa,encontrándola en la última hilera de sillas.



—¡Oh, Dios mío! ¡Te he extrañado un infierno! —dije, envolviéndola en mis brazos.  


Los dedos de Paula presionaban mi espalda. Esta era la mejor cosa que sentía en tres días, desde su último abrazo de despedida. 

Paula no habló, sólo río nerviosamente, pero me di cuenta de que también estaba feliz de verme. El último año había sido tan diferente de los primeros seis meses de nuestra relación. Se había comprometido totalmente a mí, y yo me había
comprometido totalmente a ser el hombre que se merecía. 


Era lo mejor, y la vida era buena. Los primeros seis meses seguía esperando que algo malo ocurriera y que la apartaran de mi lado, pero después nos acostumbramos a nuestra nueva vida. 

—Estás increíblemente hermosa —dije, después de separarme un poco de ella para mirarla mejor.


Paula alargó la mano para tocar mi solapa. —Usted no están nada mal,señor Alfonso.

Después de un par de besos, abrazos y anécdotas sobre nuestras fiestas de despedidas, las cuales parecieron ocurrir igualmente sin incidentes—excepto por la desnudista que contrató Marcos— los invitados comenzaron a llegar.


—Supongo que esto significa que debemos ir a nuestros lugares —dijo Paula. No podía ocultar mi decepción. No quería estar un segundo más sin ella.


Paula tocó mi mandíbula y luego se levantó de puntillas para besar mi mejilla—Te veré dentro de poco.


Se marchó, desapareciendo nuevamente detrás de los árboles.


Regresé a la glorieta, y en poco tiempo las sillas estuvieron todas ocupadas.


De hecho, teníamos una gran audiencia. Patricia estaba sentada en la primera fila del lado de la novia, con su hermana y cuñado. Un puñado de mis hermanos Sigma
Tau en la fila de atrás, con el socio de mi papá y su esposa e hijos, mi jefe Chuck y su novia de la semana, los abuelos de Rosario,  y mi tío Juan y tía Olga. Mi papá estaba sentado en la primera fila del lado del novio, seguido de las citas de mis
hermanos. Valentin se encontraba de pie como mi padrino, y Pablo, Manuel, Nahuel y Marcos como los acompañantes a su lado.


Todos nos conocíamos desde siempre, habíamos atravesado por mucho, en algunos casos perdimos demasiado, y aun seguíamos juntos como una familia para celebrar que algo salió bien para los Alfonso. Sonreí y asentí hacia los hombres a mi lado. Seguían siendo la fortaleza impenetrable que yo recordaba de mi infancia.


Mis ojos se centraron en los árboles a la distancia mientras esperaba a mi esposa. En cualquier momento, ella saldría y todo el mundo vería lo que yo vi un año atrás, y se encontrarían hipnotizados, como yo lo estuve.

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